Traductor: Electrozombie
Editor: Aoisora
Anterior | Índice | Siguiente
Vete, terrible dolor
Capítulo 5: La chica y las tijeras de confección
Por primera vez en veinte horas me detuve a comer; era un bonito restaurante familiar. Hasta entonces, había olvidado que estaba realmente hambriento, pero mi apetito regresó de inmediato cuando olí la comida.
Ordené panqueques para ambos. Entonces me dirigí a la chica, que daba un sorbo a su café, y pregunté:
—Ya hemos terminado con tu padre y hermana, ¿entonces tu madre es el próximo objetivo?
La chica sacudió la cabeza lentamente. Bostezaba con frecuencia porque no durmió bien. Como el día anterior, estaba llevando mi chaqueta de nylon para esconder la mancha de sangre en su blusa.
—No. Al menos mi madre no me provocó mucho dolor. Aunque tampoco es que fuera muy noble. La dejaré por ahora.
Los clientes de la mañana estaban divididos en pequeños grupos. La mayoría eran trabajadores de oficina con traje, pero en la mesa al lado de nosotros, dos estudiantes universitarios dormían en sus asientos, probablemente habían estado ahí desde la noche anterior. El cenicero en medio de la mesa estaba repleto de colillas.
Qué imagen tan nostálgica. Hasta hacía apenas unos meses, yo también había perdido tiempo precioso de la misma forma en compañía de Shindo.
¿De qué hablábamos durante todo ese tiempo? Ya no podía recordarlo.
—Ahora, creo que me vengaré de un antiguo compañero de clases —declaró la chica—. No debería requerir un viaje tan largo como el de ayer.
—¿Un ex-compañero de clases? ¿Te importa si pregunto su género?
—Femenino.
—¿Y supongo que dejó algún tipo de cicatriz en tu cuerpo?
Rápidamente se levantó y sentó en el asiento a mi lado. Levantó la falda de su uniforme y me mostró el muslo izquierdo. un momento después, apareció allí una cicatriz de siete centímetros de largo y uno de ancho.
Me quité las gafas de sol para observar mejor, el mero contraste entre su blanca piel y la herida se sentía doloroso.
—Suficiente. Ya escóndelo —le dije, preocupado por aquellos a nuestro alrededor. Estoy seguro de que no era su intención, pero definitivamente parecía que me estaba mostrando sus muslos.
—Me lo hizo con un pedazo de vidrio después de lanzarme al lodo —explicó los hechos—. Naturalmente, no es la herida física el problema, sino la herida emocional. Era una chica inteligente. Conocía muy bien que aquella vergüenza era el mejor camino para hacer que la gente quedara destrozada.
—Ya veo —dije, admirado. Mucho del bullying que se hacía durante la educación obligatoria consistía en provocar la mayor cantidad posible de vergüenza. Los abusadores sabían que era una forma muy efectiva de romper a la gente.
Cuando comienzan a odiarse a sí mismas; ese es el momento en que son más frágiles. Las personas que se sienten avergonzadas creen que nunca serán capaces de hacer nada de forma apropiada, y pierden su voluntad de resistir.
—…Cuando entré en la secundaria, al principio los matones se asustaban de mi —dijo la chica—. En aquella época, mi hermana conocía a un montón de adultos malvados. Mis compañeros de aula pensaron que, si ponían una mano sobre mí, entonces mi hermana se las devolvería. Pero ese malentendido no duró demasiado tiempo. Uno de mis compañeros que vivía cerca extendió el rumor de que mi hermana me odiaba. Que la había visto arrastrarme y golpearme una y otra vez. Eso cambió las cosas. Los delincuentes que una vez me temieron me convirtieron en una bolsa de boxeo para liberar su ira reprimida.
Hablaba como si aquello hubiera pasado hace una o dos décadas. Sentí que me estaba contando sobre un pasado muy antiguo.
—Llegué a pensar que la situación cambiaría una vez llegase a la preparatoria. Pero solo fui capaz de ir a una escuela pública en la que también estaban la mayoría de mis compañeros de aula, por lo que nada cambió. No; si acaso, se volvió peor.
—Entonces —la interrumpí. Realmente no quería escucharla hablar demasiado sobre esas cosas, y no parecía el tipo de historia que hacía sentir mejor al narrador—, ¿vas a matar de nuevo hoy?
—…Sí, naturalmente —habiendo dicho eso, regresó a su asiento y continuó comiendo—. …Por cierto —dijo de nuevo, tras un instante—, lo que pasó ayer fue solo un poco sorpresivo, nada más.
Asumí que hablaba de la pérdida de fuerza en las piernas. Bueno, no había necesidad de avergonzarse frente a un tipo como yo.
—No estoy asustada de asesinar personas —insistió, casi gritando. Quizás estaba avergonzada de sí misma. Ansiosa por llevar a cabo su venganza, se había dicho que lo que había ocurrido el día anterior no era más que un incidente aislado.
—En realidad, después de la experiencia de ayer, estuve pensando —le dije—. Si hay alguna posibilidad de que la sangre salga disparada la próxima vez, deberías preparar algunas ropas de repuesto.
—Estaré bien.
—No seas tímida. Pagaré por lo que quieras comprar. La sangre no se quiere quitar de tu uniforme, ¿cierto?
—Dije que no lo necesito —gruñó irritada, sacudiendo la cabeza.
—La sangre no es el único problema. Después de vengarte de tu padre y tu hermana, deberías considerar que podría haber testigos. Y andar por ahí vistiendo un uniforme manchado de sangre a plena luz del día te hace resaltar demasiado. Ni siquiera tu habilidad es todopoderosa; es difícil manejar incidentes menores como este, ¿cierto? Quiero hacer todo lo posible para prevenir cualquier problema.
—… esos son puntos válidos —admitió finalmente—. ¿Entonces me comprarás dos o tres conjuntos?
—Bueno, no voy a hacerlo solo, no sé mucho sobre modas. Lo siento, pero voy a tener que llevarte conmigo.
—Sí, supongo.
Puso el tenedor sobre su plato y suspiró, cansada.
Se formaban charcos en los agujeros del pavimento, reflejaban el impasible cielo azul y las siluetas negras de los árboles.
Las hojas caídas de los arces llenaban la acera, y si se las observaba directamente desde arriba, parecían estrellas exageradas dibujadas a crayón por niños pequeños. También se encontraban por todas partes en la plaza, moviéndose con las ondas que formaba el agua.
Fuimos al departamento comercial más cercano para que la chica comprara las ropas que quisiera. Ella vagaba a regañadientes por los alrededores, frente a varios adolescentes.
Después de pensarlo mucho, finalmente avanzó dentro de una tienda orientada a los jóvenes, pero las cosas aún estaban lejos de terminar.
Después de dar cinco vueltas alrededor de la tienda, regresó con una chaqueta azul sencilla y una falda de color caramelo y preguntó:
—Esto no es extraño, ¿verdad?
—Bueno, creo que te queda bien —respondí con honestidad.
Ella me miró directo a los ojos.
—No mientas. Solo vas a estar de acuerdo con todo lo que diga, ¿no es así?
—No estaba mintiendo. En serio, creo que la gente debería vestir ropa como esta, siempre y cuando no cause problemas a los demás.
—Bueno, realmente eres un inútil —murmuró. Otra entrada en mi creciente lista de apodos.
Tras probarse las ropas frente a un espejo, la chica los colocó de regreso en su lugar y comenzó a dar otra vuelta alrededor de la tienda.
Una asistenta, vestida de forma provocativa y con largas piernas, se acercó y preguntó con una sonrisa superficial:
—¿Es su hermana? —Parecía haber notado la agitada situación y nos había confundido por hermanos.
No tenía obligación de responder con honestidad, simplemente dije que sí.
—Que hermano tan amable tiene como para llevarla de compras.
—No creo que ella se sienta de ese modo.
—Es cierto. Podría tomar algunos años, pero eventualmente aprenderá acerca de la gratitud. Yo era igual.
—Seguro, esperemos eso —dije, fingiendo una sonrisa dolida—. Dejando eso de lado, ¿podrías ayudarla a escoger algo? Creo que está teniendo problemas para decidir.
—Déjamelo a mí.
Sin embargo, la chica sintió que se le acercaban y rápidamente huyó de la tienda.
Tras apresurarme para alcanzarla, me dijo con voz exhausta:
—Olvida la ropa. No la necesito.
—Ya veo —no pregunté la razón. Bueno, podía adivinarla más o menos.
Era por su familia. Ella seguramente nunca tuvo la oportunidad de comprar la ropa que quisiera.
Por lo que se asustó al enfrentar la experiencia de poder hacerlo por primera vez.
—Voy a comprar algunas cosas extrañas. Por favor no me sigas.
—Entiendo. ¿Cuánto dinero necesitas?
—Tengo suficiente para pagarlo por mí misma. Solo espera en el auto. No demoraré mucho.
Una vez que la chica se fue, regresé a la tienda.
—¿Puedes escoger algunas ropas que encajen con esa chica de antes? —pregunté a la asistenta, quien habilidosamente tomó varios conjuntos. Como pensé que podría necesitarlos de inmediato, también le dije a la mujer que les quitara las etiquetas de precio.
Y solo por si acaso, fui a otra tienda y compré una blusa con un diseño similar a la que estaba manchada. Consideré la posibilidad de que ella pudiese sentirse más cómoda con el uniforme que con ropas de diario.
Regresé al auto, que se encontraba en el aparcamiento subterráneo, dejé las bolsas de compra en el asiento trasero, y me recosté en el del conductor. Comencé a silbar mientras esperaba por la chica.
No me veía diferente de ningún otro comprador; mucho menos alguien que se preparaba para cometer un asesinato.
Pensé en lo que ocurriría una vez terminara el efecto de la postergación. La chica moriría, sus actos de venganza se desharían y, en cambio, regresaría a la realidad el hecho de que la atropellé.
Naturalmente, sería culpado y arrestado por manejar de manera peligrosa y haberle causado la muerte. No tenía muy claro lo que pudiese pasar luego de eso, pero seguramente iría a prisión. Mi condena sería de dos años a una década, quizás.
«Incluso si fuera a prisión, ese padre mío no mostraría ninguna reacción en particular.»
Ese hombre era solo un envoltorio de cuero seco que, por alguna terrible equivocación, continuaba moviéndose. Ni siquiera haber matado a alguien mientras estaba borracho sería suficiente para sorprenderlo.
Supuse que, a menos que me pusiera a matar personas con toda intención, como la chica, nunca sería capaz de obtener alguna reacción por su parte.
Mi madre, en cambio… podía imaginarla fácilmente usando las noticias para potenciar su propia confianza, y diciendo “¡Mira, mira esto! Estaba en lo correcto al dejar a ese hombre”. Ella era ese tipo de persona.
«Dame un descanso», suspiré. ¿Simplemente para qué había nacido? En veintidós años, nunca me había sentido propiamente vivo.
Sin objetivos particulares, sin razones por las que vivir, sin felicidad; solo vivía porque no quería morir. Y así es como había llegado a estar como ahora.
—… debí haberme rendido hace mucho y acabar con mi vida, igual que Shindo, ¿cierto?
Las palabras que habían cruzado mi mente incontables veces, ahora las dejaba escapar a través de mis labios.
No, no es que pensara que el mundo no fuese un lugar digno para vivir.
Pero mi vida, al menos, no merecía la pena vivirla.
Llegamos a nuestro destino: un centro recreativo, cerca de las dos de la tarde.
Era una instalación compuesta por una bolera, un billar, zona de dardos, un centro de bateo, juegos arcade, juegos de mesa, y una cierta cantidad de tiendas de comida y bebida; todo en un mismo lugar.
Mi cabeza estaba nublada debido al ruido, que se sentía como si quinientas alarmas sonaran a la vez. Apenas algunos meses de reclusión habían borrado por completo mi tolerancia a aquel tipo de caos.
Según la chica, el próximo objetivo había dejado la escuela y ahora trabajaba en un restaurante italiano en ese lugar.
«¿Pero me pregunto cómo obtuvo esa información?», no había escrutado sus métodos, pero no me quedaban dudas de que había investigado durante mucho tiempo.
El restaurante tenía paredes de cristal y se podía ver todo lo que ocurría en el interior. Sentado en un banco perfectamente posicionado, intenté descubrir cuál de los trabajadores era el objetivo de la chica.
La chica se me acercó después de cambiarse de ropa. Le dije que lo hiciera, porque vagar en uniforme por un lugar plagado de gente podía provocar que llamara la atención de la policía.
—La asistenta de la tienda hizo buenas elecciones —dije mirando su vestimenta: un traje punteado de una pieza, un cárdigan de color verde musgo y unas botas—. Pareces realmente madura. Como si fueras a la universidad.
Ignorando mi alabanza, la chica hizo una petición:
—Préstame los lentes.
—¿Estos? —pregunté, señalándolos—. Seguro, pero creo que solo llamarán más la atención.
—No importa. Estará bien siempre que ella no note quien soy.
La chica se colocó los lentes redondeados y ennegrecidos, y se sentó a mi lado. Miraba con fiereza hacia el interior del restaurante.
—Ahí está. Es ella.
La persona hacia la que apuntaba, al igual que el día anterior, no me daba ninguna sensación de ser alguien que disfrutara haciendo daño a los demás. Era una chica relativamente bonita que se podía encontrar en cualquier parte. La distancia entre sus ojos parecía solo un poco estrecha, pero cuando los cerraba, estaban perfectamente espaciados.
Su cabello marrón oscuro era corto, lo que le suponía carácter a pesar de sus labios gruesos y nariz pequeña; facciones por lo general más femeninas.
Hablaba y se movía con intensidad. Una chica alegre que adultos y jóvenes podían adorar por igual. Fue mi primera impresión de ella.
Pero ciertamente, no todas las malas personas concuerdan con su apariencia.
—Entonces ella será la próxima víctima de tu venganza.
—Sí. Hoy voy a asesinarla —dijo la chica de forma descuidada.
—¿Otra puñalada a las tripas mientras saludas?
Ella entrecruzó los brazos y lo pensó por un momento.
—No, esa clase de métodos podrían destacar demasiado aquí. Esperaremos hasta que su turno termine. Hay una entrada para trabajadores en la parte de atrás. Tan pronto como salga iremos a encontrarnos con ella.
—Sin objeciones. ¿Voy a estar esperando entre las sombras otra vez?
—Ciertamente. Y si intentara huir, por favor, atrápala a toda costa.
—Entendido.
No sabíamos cuando terminaría el turno de la mujer, así que nos quedamos esperando en el banco.
La chica compró dos conos de helado, y yo llené mis mejillas con pescado y patatas mientras escuchábamos el sonido de la bolera cercana. Varios chicos y chicas jóvenes se divertían a nuestro alrededor.
El pescado frito parecía haber sido preparado con aceite de motor, y las patatas no habían sido calentadas de forma adecuada, por lo que no comí demasiado; luego lo bajé todo con una soda.
En algún momento, la chica dejó de centrarse en el restaurante y comenzó a mirar fijamente la máquina de garra a un lado del camino.
Tras el cristal se podían vislumbrar multitud de juguetes de peluche, todos de la misma criatura, que me recordaban de cierta forma a un oso o mono. Justo cuando volteé la mirada hacia la chica nuestros ojos se cruzaron.
—…Ve y consígueme uno de esos —demandó—. Parece que aún estaremos aquí un tiempo.
—Yo vigilaré, tú puedes ir a obtenerlo —respondí, alcanzándole mi billetera—. Te llamaré si veo algo.
—No sería capaz de conseguirlo incluso si tuviera un año para intentarlo. Tienes que hacerlo tú.
—Nah, también soy pésimo en ese tipo de juegos. Nunca he ganado un premio desde el día en que nací.
—Solo ve.
Me lanzó la billetera y me dio un ligero golpe en la espalda.
Cambié un billete de mil yenes en una máquina de cambio y me paré frente al juego. Después de identificar un mono-oso de peluche que se encontraba cerca de la salida y parecía relativamente sencillo de empujar, controlé mi vergüenza e inserté una moneda.
«Si tan solo hubiese venido conmigo al menos me podría haber visto algo genial». Un sombrío estudiante de universidad tratando de obtener un oso de peluche a mitad de semana solo podía verse trágico.
Después de perder 1.500 yenes, pedí a un asistente que pasaba que me ajustara la posición, y después de 800 yenes más pude finalmente obtener el juguete.
Era la primera vez en mi vida que ganaba un premio de aquel tipo.
Al regresar al banco, le di la bolsa a la chica, que la aceptó con brusquedad. Luego, ocasionalmente le vi meter la mano dentro para sentir la suavidad del oso.
El turno de la mujer terminó alrededor de las seis de la tarde.
La chica se levantó, me dijo “Apresurémonos”, y dejó el área. La seguí de inmediato.
Era una noche sin luna, ideal para venganzas. El aparcamiento de la entrada trasera no estaba bien iluminado, por lo que no había ni siquiera una gran necesidad de esconderse.
Después de estar en un lugar tan ruidoso durante tanto tiempo mis oídos aún necesitaban recuperarse y me sentía un poco mareado. El frío viento de otoño me estremeció el cuello. Al sentir los escalofríos, me puse la chaqueta que hasta entonces llevaba bajo el brazo.
La chica desenvolvió una envoltura de cuero dentro de su bolso y sacó las tijeras de tela que había usado hacía un día.
Al ver los mangos negros, incapaces de encajar bien con la mano de una persona, y las hojas plateadas reluciendo en la oscuridad, mis recuerdos del incidente del día anterior me hicieron incapaz de ver otra cosa más que un instrumento para dañar a la gente.
Al darle otro vistazo, sentí que tenía una forma tenebrosa. Los agujeros del mango parecían ojos alterados por la rabia.
Pero la mujer no aparecía. Cuando ya empezábamos a preguntarnos si habíamos llegado demasiado tarde, la puerta se abrió.
Se había quitado el uniforme y ahora vestía un abrigo y una falda de color rojo vino, parecía mayor que cuando estaba trabajando.
Ya que había abusado de la chica durante la escuela, supuse que debía rondar los diecisiete o dieciocho años, pero parecía como de mi edad, o solo un poco menor.
Se quedó quieta, mirando a la joven parada frente a ella, dubitativa.
—¿Recuerdas quién soy? —preguntó la chica.
La mujer estudió cuidadosamente su rostro.
—Hm, lo siento, lo tengo en la punta de la lengua… —Colocó un dedo sobre sus labios mientras pensaba. La expresión de la chica se agudizó. Parecía que la mujer finalmente recordaba.
—Aah, wow. Si eres tú…
Sus mejillas se inflaron en una sonrisa.
Conocía de varias personas que sonreían de ese modo. Gente que consideraba el ridiculizar a los demás como su más grande alegría.
Eran inconscientemente buenos para decir si alguien se defendería o no de sus ataques, y atormentaban sin condescendencia a aquellos que creían poder destruir con facilidad.
Aquella era la sonrisa de una persona que había hecho ese tipo de cosas para exaltarse a sí misma.
La mujer observó a la chica de la cabeza a los pies. Había algunas diferencias entre la chica que recordaba y la que estaba ahora ante ella, e intentaba determinar cuáles eran para poder tomar ventaja sobre la situación.
Ya se había hecho a la idea de cómo debía tratarla.
—¿Entonces sigues viva? —dijo finalmente.
Intenté considerar el significado de aquella frase. Era un “¿No tienes ninguna razón por la que vivir, pero sigues viva?”, o un “¿Sigues viva incluso después de que te arrojé al mismísimo infierno?”
—No. Ya estoy muerta —dijo la chica, sacudiendo la cabeza—. Y te llevaré conmigo.
No le dio tiempo a responder. Casi de inmediato apuñaló su muslo con las tijeras.
La mujer dejó escapar un chillido metálico y colapsó sobre el suelo. La chica la observó de forma desdeñosa mientras se retorcía de dolor. Las mangas de su abrigo de color caramelo se tornaron rojas.
Pero no moví ni un músculo mientras observaba. Esa vez ya estaba mentalmente preparado.
La mujer tomó una inhalación profunda y trató de gritar por ayuda, pero antes de que pudiera decir una sola palabra, fue pateada en la nariz.
Mientras se sostenía el rostro y gemía de forma ahogada, la chica tomó una herramienta parecida a un afilador y comenzó a rozarla contra las hojas.
Después de cinco pasadas a cada lado, dejó el objeto y levantó a la mujer por el cabello. Esta la miraba horrorizada, y la chica empujó las puntas de las tijeras abiertas justo contras sus ojos.
La hoja que se movía en el izquierdo, la estática en el derecho. La mujer dejó de moverse por completo.
Era una noche muy fría. Aún no llegaba el invierno, pero mi aliento era de color blanco.
—¿Tienes algo que decir? —preguntó la chica.
La mujer, con el rostro cubierto de sangre hasta la nariz, trató de gritar por ayuda repetidas veces, pero apenas podía pronunciar las palabras.
La chica la trató como a un niño que todavía no aprende a hablar.
—¿Qué dijiste? ¿Fue eso un lo siento?
Sacó las tijeras, y justo cuando la mujer empezaba a sentir el alivio de no tenerlas incrustadas en los ojos, la apuñaló con fuerza en el cuello.
Su objetivo no era la garganta, sino la arteria. Al extraer las tijeras, la sangre salió disparada, no solo escapando, sino derramándose por completo.
La mujer desesperada llevó sus manos hasta la herida como para intentar detener el desangramiento, pero algunos segundos después dejó de respirar y moverse.
—… he vuelto a ensuciar mis ropas —dijo la chica, que estaba manchada con la sangre fresca, y se volteó en mi dirección—. Me estaba acostumbrando a estas.
—Podemos comprar otras —dije.
Lo había imaginado por lo pálida que estaba, pero después de cambiarse a su usual uniforme y regresar al edificio, se apresuró hasta el baño del restaurante y no salió durante un buen rato.
Escuché las arcadas desde el exterior. Estaba seguro, ella vomitaba.
Considerando su sangre fría al asesinar personas, las reacciones posteriores resultaban fenomenalmente normales.
A diferencia de un asesino serial, ella tenía un disgusto innato por la violencia. Debía ser así, o de otro modo no vomitaría y se le aflojarían las piernas después de matar a alguien.
Alguien así, volviéndose un asesino, debía de cargar un enorme resentimiento en sus hombros.
Y ahí estaba yo. ¿Cómo podía mantenerme tan calmado después de presenciar un asesinato? ¿Era acaso el más enfermo, por no haber sentido nada ante la muerte de otra persona?
Bueno, incluso si así era, qué importaba ya.
Esperé por la chica sentado en un sofá del oscuro salón. Ella regresó después de lo que toma fumarse tres cigarrillos. Su andar era pesado y sus ojos estaban muy rojos.
Debió haber expulsado todo lo digerido en el día y, en especial debido a sus ropas blancas, realmente parecía haber perdido todo el color, como un fantasma.
—Te ves terrible —dije, bromeando.
Me respondió con una mirada vacía:
—Siempre me veo así.
—No tanto —negué.
Estrictamente hablando, debimos haber salido de allí de inmediato. Habíamos escondido el cadáver de la mujer entre algunos arbustos, pero era solo cuestión de tiempo para que alguien la encontrara, y en la bolsa de la chica estaban el arma asesina y la ropa ensangrentada.
Mis ropas también tenían algunas manchas de sangre, por lo que estaríamos acabados si alguien nos inspeccionara.
A pesar de ello, las palabras que salieron de mi boca contradecían mis pensamientos.
—Oye, ¿por qué no damos por completada la venganza de hoy, y hacemos otra cosa en cambio? Pareces realmente cansada.
La chica se sacudió el largo cabello que le cubría parte del rostro, y me miró fijamente.
—¿… por ejemplo?
Había esperado que rechazara la idea de inmediato, pero su respuesta me tomó completamente por sorpresa. Así de mal se encontraba ella.
«Esto debería de ganarme algunos puntos con ella», pensé.
—Vayamos a la bolera —sugerí.
—¿Bolera? —Su mirada se centró en el establecimiento del lado opuesto al nuestro, y sus ojos se ampliaron—. ¿No querrás decir, aquí, en este momento?
—Correcto. Guardaremos el arma homicida y nos quedaremos en la escena del crimen a jugar. Todo el mundo espera que el asesino regrese a la escena del crimen, pero nadie espera que se quede ahí desde el principio y vaya a divertirse.
“¿Estás hablando en serio?”, preguntó con la mirada. “Muy en serio”, le respondí.
—No es una mala propuesta, ¿verdad?
—… no. No es mala en lo absoluto.
Era aquel uno de los pocos momentos en el cual nuestros pobres gustos coincidían. Permanecer en la escena del crimen y tener algo de diversión. No había mejor forma de insultar a la muerte.
Después de registrarnos en la recepción, recibimos unos zapatos de boliche que no podían haber tenido un diseño más espantoso, y nos dirigimos a nuestro carril.
Como pensaba, la chica parecía no tener ninguna experiencia con el juego, e incluso temblaba ante el peso de la bola de ocho libras.
Fui primero, intentando mostrarle como se hacía. Intenté no golpear muchos bolos, y con algo de suerte, le di a siete exactamente. Quería dejarle el primer strike[1] a ella.
Me di la vuelta y dije: “Es tu turno”.
Después de insertar con cuidado los dedos dentro de la bola y mirar al frente, lanzó de forma impresionante y derribó ocho bolos. Tenía muy buen brazo, y una gran concentración.
En la cuarta entrada ya estaba consiguiendo spares[2], y en la séptima incluso logró un strike.
Era un sentimiento nostálgico. Por un corto periodo de tiempo, inspirado en el Gran Lebowski, Shindo había frecuentado la bolera con una frecuencia absurda. Al final, el mejor record que logró conseguir estaba alrededor de los 220.
Yo me sentaba a un lado y miraba, a veces jugaba con él. Cuando lo hice, sus consejos precisos me ayudaron a jugar lo suficientemente bien como para obtener una puntuación de 180 algunas veces. Para alguien que nunca se había esforzado en nada durante mucho tiempo, era algo bastante apreciable.
Para estimular su espíritu competitivo, apunté a obtener una puntuación que solo sobrepasara la de la chica por poco. Con alguien tan difícil de complacer como ella, pensé que eso sería más efectivo que perder a propósito.
Efectivamente, una vez que el juego terminó, ella estaba insatisfecha en un buen sentido.
—Una vez más —pidió—. Juguemos de nuevo.
Después de tres partidas, su rostro pálido había obtenido un color más saludable.
Parece que nunca encontraron el cadáver mientras estuvimos allí. O quizás sin darse cuenta, la chica había pospuesto su descubrimiento.
De cualquier modo, fuimos capaces de pasar el tiempo de forma pacífica. Después de los bolos, tuvimos una cena agradable y ligera en el mismo restaurante donde trabajaba la mujer que habíamos asesinado.
No regresamos al apartamento ese día.
La chica me dijo que su próximo objetivo de venganza se encontraba a seis horas de viaje en auto. Sugerí que tomásemos el tren bala en ese caso, pero ella se negó de inmediato, expresando su odio por las multitudes.
Con tal de no tomar ningún medio de transporte público, ella prefería sentarse en el duro asiento de un auto viejo durante medio día junto el hombre que la había asesinado.
Todavía no parecía estar completamente recuperada del shock por haber matado a su compañera de clases. Y debido a su falta de sueño de la noche anterior, caminaba de forma inestable cuando dejamos el centro de entretenimientos.
Y yo, que no había hecho nada más que dormir durante meses, me estaba quedando exhausto, y no pude mantener los párpados más que medio separados apenas veinte minutos después de comenzar a conducir.
El claxon de un auto me hizo despertar; me había quedado dormido esperando que cambiaran las luces de un semáforo.
Me apresuré a pisar el acelerador y escuché el rugido del motor. Irritado, metí el auto en el carril y golpeé el pedal nuevamente.
Le lancé a la chica una mirada de culpa por no despertarme, y noté que ella también se había quedado dormida.
Quizás todo el cansancio acumulado la había alcanzado por fin, ya que, a pesar del sonido del claxon y la posterior carrera acelerada, seguía durmiendo sonoramente.
«Es peligroso seguir conduciendo de esta forma», pensé, considerando detener el auto en algún lugar y descansar. Pero, al igual que hacía dos noches, dormir en el auto no aliviaría demasiado el descanso.
Lo mejor era encontrar un hotel en que el poder tener un sueño apropiado.
Me imaginé a la chica quejándose, diciendo: “No hay tiempo. ¿Crees que nos podemos dar el lujo de descansar?”, pero era mejor a causar un accidente aburrido por quedarme dormido al volante.
Parecía que la chica no podía usar su postergación de forma arbitraria. Por ejemplo, mientras ella dormía a pierna suelta, si me saliera del carril y tuviera un choque con un gran camión, ¿sería ella capaz de posponerlo?
Si nuestra muerte fuese instantánea, no habría tiempo para que la vida pasara frente a sus ojos, o para que su alma gritara: “No puedo permitir que ocurra esto”, ¿eso lo haría imposible de postergar?
De hecho, tal vez ni siquiera ella podría responder eso. Por las explicaciones que me había dado, no parecía controlar su habilidad por completo, o estar siquiera enterada de cómo funcionaba.
Decidí que era mejor mantenernos seguros que lamentarlo luego. Conduje hasta un motel a un lado de la avenida, dejé a la chica en el auto, y pregunté en la recepción si tenían habitaciones libres. Solo tenían un cuarto disponible, con dos camas.
Era perfecto. Si hubiese sido una cama para dos, habría tenido que dormir en el suelo.
Mientras rellenaba el formulario, me di cuenta que no conocía el nombre de la chica o donde vivía. No podía preguntarle en ese momento, por lo que usé un nombre falso.
“Chizuru Yugami”. Hacerla parecer como mi hermana podría ser beneficioso luego. La asistenta en la tienda de ropa nos había confundido también por hermanos, así que al menos parecía una mentira plausible.
Regresé al auto. Sacudí a la chica para despertarla, y le dije: “Tomaremos un descanso aquí antes de la próxima venganza”. Ella obedeció sin quejarse.
Aunque no lo diría, prefería dormir en una cama suave antes que en un duro asiento.
Frente a las puertas automáticas, me di la vuelta y pregunté:
—Es una sola habitación para ambos. ¿Está bien? No hay otras habitaciones disponibles.
No respondió, pero decidí que su silencio significaba que realmente no le importaba.
El interior era sencillo. Claro, era un motel de paso. En la habitación de color marfil, había una mesa cuadrada entre ambas camas, y un teléfono sobre ella, encima colgaba un cuadro barato, copia de una vieja pintura.
Frente a las camas había un escritorio, con un jarrón y una TV colocados como si no hubiera suficiente espacio para ambos en el lugar.
Tras asegurar que la puerta estuviese cerrada, la chica tomó de su bolsa las tijeras de confección cubiertas de sangre fresca, y fue a lavarlas al baño.
Después de limpiar las manchas de forma diligente, removió los charcos de agua con una toalla. Entonces se sentó en una de las camas y amorosamente comenzó a afilar las tijeras. Era la herramienta con la que llevaría a cabo sus objetivos.
¿Por qué tijeras? Moví el cenicero de cerámica desde el escritorio a la mesilla de noche, y encendí un cigarrillo mientras pensaba. Sentí que había armas mucho más peligrosas que podía haber usado.
¿No tenía dinero para un cuchillo? ¿Era porque no se veían peligrosas? ¿O porque eran más fáciles de cargar? ¿Acaso estaban solo tiradas en mi casa? ¿O es que eran el objeto más sencillo de usar? ¿Aquellas tijeras eran importantes para ella?
Me imaginé una escena. Después de ser abusada por su padre y hermana una noche invernal, la habían encerrado en un granero distante. Temblaba y lloraba.
Pero después de algunos minutos, se levantaba y limpiaba sus lágrimas, entonces comenzaba a rebuscar en la oscuridad algo que la ayudara a abrir la cerradura exterior. Ya le era familiar la sensación de convertir la tristeza en ira, dejando en ella solo un coraje solitario.
Llorar no resolvería nada. Nadie iba a ayudarla.
Mientras abría el cajón de una caja de herramientas por una de las esquinas, uno de sus dedos comenzó a doler de forma repentina. Retiró la mano en un reflejo, pero entonces, temerosa, alcanzó a agarrar el objeto que la había cortado, y lo miró bajo la luz de la luna que se colaba por una abertura.
Unas tijeras de confección oxidadas.
«¿Por qué habría unas tijeras aquí?». Pero logró entender al ver llaves inglesas, destornilladores y otras herramientas en el lugar. «¿Acaso todo lo que se vea similar está apilado junto?»
Puso sus dedos en los agujeros. Y con algo de esfuerzo, finalmente logró sacar las hojas.
Se enamoró de las tijeras, tanto, que noprestó atención a la sangre que se resbalaba desde el dedo hasta la muñeca. Al ver las puntas afiladas, sintió como su interior se llenaba de coraje.
Sus ojos se acostumbraron eventualmente a la oscuridad, se volvió capaz de distinguir de forma vaga los contenidos del cajón. Continuó rebuscando en la caja de herramientas de punta a cabo, a pesar de la resistencia que imponía la madera para abrirse.
Rápidamente, encontró aquello que estaba buscando. Tomó la lima, y comenzó a afilar las oxidadas tijeras con gran habilidad.
Tenía todo el tiempo del mundo para ello.
El oscuro sonido del roce entre metales hizo eco dentro del cobertizo en mitad de la noche.
«Algún día —prometió—. Algún día, usaré esto para ponerle fin a todo».
Todo esto no era más que una suposición. Pero las tijeras provocaban que creciera mi curiosidad de forma natural.
La chica regresó del baño usando un pijama. La pieza sencilla de color blanco no me parecía ropa de cama, sino más bien el uniforme de una enfermera o algo similar.
Cuando terminó de afilar las tijeras y las acercó a su rostro para examinarlas de cerca, le pregunté:
—¿Puedo darles un vistazo?
—¿… por qué?
Buena pregunta. Si hubiera dicho que tenía curiosidad, me habría rechazado de inmediato. Debía encontrar palabras más efectivas.
Justo cuando estaba a punto de ponerlas de regreso en su maleta, dije:
—Solo pensé que se veían bien.
Aparentemente aquella era una respuesta aceptable. Ella me las dio con cuidado. Quizás se había sentido complacida al yo reconocer su herramienta favorita.
Sentado a su lado, sostuve las tijeras frente a mis ojos de la misma forma en que la chica lo había hecho. Pensé que las hojas estarían tan pulidas que parecerían espejos, pero sorprendentemente no era así.
Lo importante era que las puntas pudieran atravesar la carne; poner atención en otras áreas disminuiría la fuerza de las hojas.
Solo había sido removida la cantidad mínima de óxido; por supuesto, entonces recordé que solo habían estado oxidadas en mi historia imaginada.
—Muy afiladas —declaré.
Cuando sostengo una herramienta, no puedo evitar imaginarme usándola. Al mirar aquellas tijeras especializadas en el asesinato, me sentí golpeado repentinamente por el impulso de apuñalar a alguien con ellas.
Aquellas hojas afiladas podían cortar a través de la carne tan fácilmente como si fuera fruta.
Lo imaginé. Quería apuñalar a alguien con las tijeras; pero, ¿a quién?
El candidato que me vino a la mente de inmediato fue, por supuesto, la chica sentada en la cama frente a mí, mirando las tijeras ahora en mis manos.
Como el oso de peluche, las tijeras parecían darle una sensación de seguridad. Podría no haberse dado cuenta hasta ahora, que no las tenía en su poder. Se había sorprendido por su incapacidad e intentaba fingir que no le importaba. Así es como se veía para mí.
Sin su arma, la chica era casi inútil. Pensé en lo que podría ocurrir si la apuñalaba justo en ese momento y lugar.
… Si encajara las tijeras justo en su pecho, atravesando con placer la parte desabotonada de su vestido.
… Si la apuñalaba en la garganta, lo que provocaría una voz como un cristal roto.
… Si enterraba las hojas en su suave abdomen sin excesos de grasa y las removía en el interior.
Parecía que las tijeras de la chica me habían provocado la urgencia de matar.
Puse mi dedo índice en uno de los agujeros e hice rotar las tijeras alrededor.
Ella se apresuró y me dijo:
—Por favor, devuélvemelas —pero no me detuve. Estaba disfrutando mis sádicas fantasías.
Si decía lo mismo dos veces más, entonces se las daría; así lo había decidido, y para ese momento los ojos de la chica ya habían cambiado de color. Parecían nublados.
Era una expresión que se me hacía familiar. Aquella que esbozaba al momento de confrontar a los objetivos de su venganza.
Sentí un fuerte impacto. Mi visión parpadeó, y caí de espaldas sobre la cama. Sentí como si mi frente se partiese.
Por el olor de la ceniza sobre mi cabeza, entendí que me había golpeado con el cenicero.
La sentí tomando las tijeras de mi mano izquierda. Me preocupé por un momento de que pudiera apuntar sus hojas hacia mí, pero afortunadamente no fue ese el caso.
Me mantuve acostado por un momento, adolorido, luego me levanté y sacudí la ceniza encima de mi ropa.
Toqué mi frente para verificar y sentí un poco de sangre entre mis dedos, pero eso no era nada en comparación con toda la sangre que había visto en los últimos dos días.
Me sentía más molesto por tenerla sobre mis manos. Al acercarme noté que olía como hierro oxidado.
Recogí el cenicero del suelo y lo devolví a la mesa. La chica se sentó en la cama, mirándome fijamente.
Casi parecía que me había intoxicado con la sensación. No podía creerlo. Intenté permanecer calmado, pero con todos los eventos que había experimentado en los días pasados, sentía como si estuviera perdiendo la cabeza lentamente.
Supuse que la había puesto furiosa. Pero cuando toqué su hombro para disculparme por mi jugarreta, su cuerpo estaba temblando de miedo.
Y al darse la vuelta, vi las lágrimas resbalarse por sus mejillas.
Era más frágil de lo que había pensado. Seguro al verme sosteniendo las tijeras con esa sonrisa siniestra se acordó de sus abusadores.
Una vez que se dio cuenta de que no iba a hacerle daño, la chica bajó la cabeza y murmuró.
—…por favor, no hagas nada como eso otra vez.
—Lo siento —dije.
Mientras tomaba una ducha, mi frente golpeada por el cenicero comenzó a doler. Al lavarme el cabello, el champú se introdujo en la herida.
Había pasado un largo tiempo desde mi última herida de verdad. «¿Cuándo fue la última vez que me hice daño?», Mientras cerraba la llave de la ducha, rebusqué en mis recuerdos.
«Cierto, hace tres años —había caminado durante todo el día con unos zapatos muy incómodos, y la uña de mi dedo gordo del pie se desprendió—; creo que esa fue la última vez».
Pero estaba sorprendido por lo que había pasado hacía unos momentos. ¿Qué hubiera ocurrido si ella no me hubiese golpeado con el cenicero? Por alguna razón, la idea de asesinarla había llegado de forma natural a mi cabeza. Incluso sentí que era mi deber.
Pensaba en mí mismo como una persona gentil y no agresiva, pero quizás tenía más tendencias violentas que el promedio; simplemente nunca habían tenido la oportunidad de salir a la superficie.
Me puse el pijama y comencé a secarme el cabello, cuando mi teléfono comenzó a vibrar dentro del bolsillo de mis pantalones removidos. No necesitaba revisar para saber quién era. Sentado en la bañera, respondí.
—Pensé que estarías deseando que te llamara tarde o temprano —explicó la estudiante de arte.
—Odio admitirlo, pero tienes razón —confesé—. Estaba realmente sufriendo.
—Escucha, te estoy llamando desde un teléfono público ahora mismo —dijo ella de forma dubitativa—. Estoy en una cabina telefónica en la esquina de la calle. Pero hay un montón de telarañas sobre mi cabeza, y realmente me está asqueando.
—¿Me llamas desde el móvil cuando estamos lado a lado, y decides recurrir a un teléfono público cuando me encuentro muy lejos?
—Había salido caminar por mí misma y empezó a llover. Esta cabina fue lo primero que vi mientras buscaba un refugio. No hay muchas oportunidades de usar un teléfono público en estos días, ¿verdad? Pero no tenía una moneda de diez yenes, así lo que metí una de cien. Entonces, hablemos por un rato, ¿ok?… oye, ¿acabas de decir que estás muy lejos?
—Sí —pensé que seguramente no necesitaba explicarme, pero aun así continué—. Me estoy quedando en un hotel, a cuatro o cinco horas del apartamento.
—Hmm. Realmente ya no puedo llamarte más señor enclaustrado, ¿verdad? —dijo ella, alarmada—. ¿Qué hay de la chica? ¿Está bien?
—No. La hice llorar. Me golpeó con un cenicero. Ahora estoy sangrando por la frente.
La estudiante de arte se carcajeó.
—¿Intentaste hacer algo lascivo?
—Si fuese yo ese tipo de persona, tú habrías sido mi primera víctima.
—Oh, no lo sé. Parece que te gustan esas chicas alicaídas.
Continuamos hablando durante el tiempo que duró la llamada de cien yenes. Una vez que colgué, terminé de secar mi cabello y dejé el cuarto de baño.
La asesina llorona estaba durmiendo sobre mi cama. Su largo y mojado cabello negro se desperdigaba entre las almohadas y sábanas. Sus hombros subían y bajaban con cada respiración.
«Deseo que tenga una pesadilla y despierte», pensé. Entonces, mientras temblara, podría hacer un señalamiento plausible como “¿Debería ir a comprar una bebida?”, o “Quizás el aire acondicionado está muy frío. Subiré un poco la temperatura”, lo que me haría ganar algunos puntos con ella.
Entonces mi crimen se vería reducido al menos un poco.
Pensé que, si encendía la televisión, podría ver algún reportaje sobre el asesinato del día, pero comprendí que no tenía ningún sentido saberlo.
Acerqué el cenicero de cerámica con mi sangre, tomé un cigarrillo del escritorio, y lo prendí con un viejo encendedor. Absorbiendo gran cantidad de humo, lo sostuve por alrededor de diez segundos antes de liberarlo.
Al tocar la herida en mi frente se disparó un dolor punzante, pero me reconfortó de alguna forma: era una prueba clara de mi existencia.
[1] Así se llama al lanzamiento que tumba todos los bolos de una vez.
[2] Cuando se derriban todos los bolos en los dos lanzamientos permitidos por entrada.