Traductor: Electrozombie
Editor: Aoisora
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Vete, terrible dolor
Capítulo 4: Cobarde asesino
La chica se despertó con el olor del café. Al ver las rebanadas de pan tostado con miel, el huevo hervido picado al medio y la ensalada sobre la mesa, se sentó somnolienta y lentamente lo comió todo.
No me dedicó ni una mirada mientras lo hacía.
—¿Qué vas a hacer ahora? —pregunté.
Me mostró la herida de su palma.
—Creo que lo siguiente será tomar venganza por esto.
—Entonces, no fue tu padre quien te hizo eso.
—Correcto. Por lo general era cuidadoso al pegarme. Raramente me dejaba marcas en algún lugar que no pudiese ocultar.
—Alguien más entonces, ¿aproximadamente de cuantas personas te quieres vengar?
—Las he reducido a cinco. Cinco personas que han dejado cicatrices permanentes en mí.
¿Entonces había cinco heridas más que estaba posponiendo? En realidad, podía haber más de una por persona. «Al menos cinco heridas más»; fue lo que debí de pensar. Y ello me llevó a creer que quizás podría ser yo uno de los objetivos de su venganza.
—Obviamente —respondió ella con indiferencia—. Una vez que haya cobrado venganza contra los otros cuatro, también sufrirás tu destino.
—…Bueno, por mí está bien —dije, rascando mi rostro.
—Pero no te preocupes. Sin importar lo que te haga, cuando pospuse el accidente también pospuse mi muerte. Por lo tanto, todo lo que haya hecho después desaparecerá como si nunca hubiera ocurrido.
—No estoy seguro de haber entendido esa parte —respondí, dando voz a una preocupación que había tenido por un tiempo—. ¿Eso significa que una vez que canceles la postergación del accidente y tu muerte por el atropellamiento, todo lo que has hecho pasará a no haber ocurrido nunca, incluido el hecho de que pegaras a tu padre con un martillo?
—Por supuesto. Porque antes de que pudiese llevar a cabo mi venganza, morí atropellada.
Fue entonces cuando me contó la historia de la primera vez que usó su poder, con el gato gris. Encontró el cadáver del gato que adoraba, y cuando fue a verlo de nuevo en la noche descubrió que todo había desaparecido. Fue arañada por el gato y se afiebró, y entonces repentinamente todo malestar desapareció, y en su mente surgieron recuerdos contradictorios.
—Así que, en este caso, tú serías el gato, y el martillo serían las garras.
—Sí, creo que tienes la idea.
Entonces, sin importar todo el daño que la chica infligiese, una vez que los efectos de la postergación terminaran todo se esfumaría.
—¿Qué sentido tiene una venganza como esa? —me pregunté en voz alta, dejando escapar algunas dudas—. Todo lo que hagas será deshecho al final. Y “el final” ocurrirá en diez… uh, nueve días.
—Imagina que estás soñando, y te das cuenta que te encuentras dentro del sueño —ilustró ella—. Pensarías que nada de lo que hagas tendrá un efecto en la realidad, por lo que para qué molestarte, ¿cierto? O, en cambio, ¿harías lo que quisieras por el mismo motivo?
—No sabría decir. Nunca he tenido sueños como ese —me encogí de hombros—. Solo pienso en lo que es mejor para ti. Provocar dolor a las personas que te hicieron infeliz no traerá de regreso la felicidad perdida. No intento que deseches tu ira y resentimiento, pero en serio, la venganza no tiene sentido.
—¿Pensando en lo que es mejor para mí? —repitió ella, saboreando cada palabra—. Bien entonces, si no es la venganza, ¿qué es lo que piensas que es “lo mejor” para mí?
—Bueno, hay muchas otras cosas que puedes hacer con este tiempo valioso. Ir a ver a tus amistades y las personas que te han ayudado, confesarte al chico que te gusta, o quizás al que solía gustarte…
—No hay —me interrumpió mordazmente—. Nadie fue amable conmigo, o me ayudó, y ningún chico me ha gustado. Lo que acabas de decir no pudo sonar más irónico.
“¿Estás segura que no estás solamente cegada por la ira? Si tan solo lo piensas, seguro que encontrarás en tus recuerdos alguien que haya sido amable contigo…”
Quise decir algo así, pero como no podía negar que lo que estuviera diciendo fuese cien por ciento real, me tragué mis palabras.
—Lo siento —pedí una disculpa—. No estaba pensando.
—Sí, deberías ser más cuidadoso.
—…entonces, ¿cuál es tu próximo objetivo?
—Mi hermana.
Primero su padre, luego su hermana. ¿Sería su madre la siguiente?
—Parece que no creciste en un ambiente muy hogareño.
—A diferencia de ti, ¿cierto? —respondió ella.
Hasta el momento en que puse la mano sobre el pomo de la puerta, estuve convencido de que estaba completamente curado de mi enfermedad. Pero cuando me puse las botas y me preparé para salir, sentí como la energía abandonaba mi cuerpo y me paralizaba.
Si alguien que no conociera la situación pasara cerca, podría pensar que el pomo de la puerta tenía una trampa eléctrica y me había electrocutado.
Permanecí de pie en el lugar. Mi pulsó se aceleró, mi pecho se sintió apretado y comenzó a doler. En particular, el fondo de mi estómago, mis brazos y piernas se sintieron nublados y entumecidos.
Intenté esperar por un momento, pero las cosas no parecían querer regresar a la normalidad.
Estos eran los síntomas. Pensé que la impresión por el accidente de auto ya se me había pasado, pero aún no lograba superar el miedo al exterior.
La chica notó mi situación y frunció el ceño.
—¿Qué es esto, una broma?
Supongo que bien me habría podido ver como si estuviera bromeando. Gradualmente, las náuseas me llenaron; sentía el estómago lleno de rocas. Un sudor frío se resbaló por mi piel.
—Lo siento, ¿puedes darme algo más de tiempo?
—No me digas, ¿te sientes enfermo?
—No, es que no me siento bien saliendo al exterior. He vivido los últimos seis meses saliendo solo al amparo de la noche.
—¿Pero no estabas bastante lejos de tu casa hace apenas dos días?
—Sí. Y quizás esa es la razón por la que estoy tan asustado.
—Primero lo que ocurrió después del accidente, ¿y ahora esto? ¿Qué tan increíblemente débil de mente puedes ser? —dijo la chica, descorazonada—. Solo sánate pronto, no importa lo que tengas que hacer. Si pasan veinte minutos y aún estás así, me iré sin ti. Nada me detendrá de llevar a cabo mi plan.
—Entiendo. Lo resolveré.
Colapsé bocarriba sobre la cama. Mi pulso acelerado no se detuvo, y el entumecimiento aún no desaparecía.
Así acostado, noté que las sábanas olían un poco diferente, seguramente porque la chica durmió bajo ellas. Sentí que mi territorio había sido invadido.
Queriendo estar solo, aunque fuera por apenas una pared de separación, me escondí en el sombrío baño, me senté en el inodoro y cubrí mi rostro con las manos.
Tomé una gran inspiración del aire aromático, lo contuve por algunos segundos, expiré, y repetí. Hacer esto me calmó un poco. Pero me iba a tomar un tiempo recuperarme lo suficiente como para poder salir.
Salí del baño y tomé unas gafas de sol de la gaveta del closet. Shindo las había comprado en broma y habían quedado a mi cargo. Cualquiera que las usara de inmediato parecía un hippie idiota.
Me coloqué los lentes y me paré frente al espejo. Lucía incluso más tonto de lo que había imaginado. El peso sobre mis hombros se agilizó un poco.
—¿Y esas gafas tan horrendas? —preguntó la chica—. No podrían verse peor.
—Es lo que me gusta de ellas —reí. Con las gafas, podía reír de forma natural. Aún me sentía un poco mareado, pero estaba seguro de que se me pasaría eventualmente—. Lo siento por la demora. Vamos.
Abrí la puerta con una fuerza excesiva y bajé las escaleras. Me metí en mi auto con eterno olor a nicotina y giré la llave. La chica me dio un mapa en el que había dibujado una ruta y comentarios detallados con un lápiz rojo.
—Con toda esta preparación, asumo que hayas estado planeando esta venganza durante un tiempo.
Ella no dejó de mirar el mapa.
—Me he pasado toda mi vida pensando en ello.
Los caminos estaban congestionados en la mañana. Inundados de autos en ambas direcciones, y los estudiantes que salían de la estación llenaban las aceras. Muchas personas llevaban sombrillas de todo tipo, preparadas para la lluvia.
Cuando el auto se detuvo frente a una luz roja, algunos de los estudiantes que cruzaron la calle nos miraron, y eso me hizo sentir un poco incómodo.
¿Cómo debimos haberles parecido a esos chicos? Esperé poder pasar por alguien que iba de camino a la universidad, y que de paso llevaba a su hermana a la escuela. La chica se deslizó en su asiento para evitar mirarlos.
Al voltear la vista hacia un lado del asiento del volante, vi una pequeña florería toda colorida, y cuatro calabazas de Halloween en el frente. Todas las calabazas tenían flores saliendo por la parte de arriba; funcionaban como floreros estilizados.
Entonces recordé que ya casi finalizaba octubre, y Halloween se estaba acercando. Ya casi era también la época de los festivales culturales de las escuelas de la localidad. Una temporada excitante para muchos, de seguro.
—Acabo de pensar en algo —dije—. ¿Cómo puedes estar segura que tu hermana está en casa? No creo probable que tu padre no le haya notificado sobre la paliza que le diste. Y si ella está consciente de que tienes una rencilla contra su persona, podría haber volado a cualquier parte.
La chica parecía molesta.
—No creo que la haya contactado. Ese hombre la desheredó. Incluso si quisiere hablarle, dudo que siquiera conozca su número de teléfono.
—Ya veo —asentí— ¿Qué tanto demoraremos?
—Aproximadamente tres horas.
Iba a ser un viaje largo. Todas las estaciones de radio pasaban contenido aburrido, y ninguno de los CD´s en la disquera me daba la impresión de que podría gustarle a una chica de preparatoria.
—…Sé que no puedo ser el único sorprendido por el cambio de temperatura últimamente —dijo una personalidad de la radio—. ¿Por qué este año es tan frío? Esta mañana vi a alguien usando un abrigo de invierno, y tengo que decir, se siente justo como para ello. No soy bueno con el frío, sabes, por lo que no solo uso bufanda y guantes, tengo que envolverme por completo. ¿Puedes creerlo? Pero sorprendentemente lo suficiente…
Mientras estábamos atascados en el tráfico, pregunté a la chica si podía fumar.
—Bien, pero también tendrás que darme uno —dijo ella.
No tenía razones para negarme. Tratar de reprocharle algo a la persona a la que había asesinado hubiese sido motivo de risa.
—Asegúrate de que nadie te vea—le advertí, entonces tomé un cigarrillo del paquete y se lo alcancé después de frotar el extremo.
Ver a una chica con un uniforme de preparatoria fumando un cigarro dentro de un auto se sentía extremadamente antinatural. Al no estar familiarizada con el método, ella lo encendió, absorbió algo de humo, y tosió violentamente.
—Solo debes de tomar algo así como una cucharilla de humo —sugerí—. De ese modo será mejor al principio.
Intentó hacerlo como sugerí, pero aun así tosió después de la calada.
Consideré decirle que no estaba hecha para fumar, pero al verla intentarlo obstinadamente una y otra vez, decidí dejarla hacer lo que quisiera.
—No tienes que responder si no quieres —dije—, pero ¿qué fue lo que te hizo tu hermana?
—No quiero responder.
—Está bien.
—No es algo que pueda explicar de forma sencilla —dijo poniendo la colilla en el cenicero—. De cualquier modo, es alguien que me dañó hasta el punto en que nunca podría recuperarme. Solo tienes que entender eso.
—¿A qué te refieres con que nunca podrías recuperarte?
—Mi personalidad tiene fallas insalvables. Lo sabes, ¿cierto?
—No. Para mí pareces bastante normal.
—¿Ya estás intentando ganarte puntos conmigo? Halagarme no te llevará a ninguna parte.
—Esa no era la idea —así clamé, aunque había pensado que esas palabras la animarían.
—¿Dices que me consideras normal? Entonces déjame demostrarte la prueba de que estás equivocado. —Tomó su bolsa de la escuela y sacó un osito de peluche. Vestía un uniforme militar y una gorra negra. Parecía un lindo y suave juguete—. A pesar de mi edad, aún no me puedo separar de esto. Si no lo toco de vez en cuando exploto de ansiedad… ¿ya te hice temblar? —dijo de una sola vez. Parecía estar considerablemente preocupada por eso.
—¿Cómo Linus y su manta? Ocurre todo el tiempo, no es nada por lo que avergonzarse —intercedí—. Conocí a un chico hace tiempo que le puso nombre a una muñeca y hablaba con ella todo el tiempo. Realmente espeluznante. Comparado con eso, tan solo tocarlo es…
—Oh, lo siento por asustarte —me miró y dejó a un lado el oso.
Debí haberme quedado callado, pero me di cuenta muy tarde. Solo la había ridiculizado de la forma más efectiva posible. Pero en serio, quien podría haber imaginado que aquella chica tan fría nombrara a un oso de peluche y hablara con él…
Un extraño silencio prevaleció.
—… Y hablando de ello, el tema para hoy es “Momentos que me hacen sentir feliz y estar vivo” —dijo el hombre de la radio—. Nuestra primera carta es de una autoproclamada madre de dos niñas: “Mis chicas de seis y ocho años se llevan tan bien que estoy anonadada. Pero para el día de la madre de este año, prepararon un regalo sorpresa que…”
La chica alcanzó a apagar el radio justo antes que yo.
Era un tema muy molesto para nosotros en ese momento.
Huimos del tráfico, pasamos dos horas acelerando por un paso de montaña pintado con los colores del otoño y llegamos al pueblo en donde vivía la hermana mayor de la chica. Tras tener una cena ligera en una tienda de hamburguesas y manejar por algunos minutos más, llegamos a su casa.
Era un lugar muy organizado. Detrás del muro de ladrillos había un jardín bien cuidado donde crecían rosas de todas las estaciones, y en la esquina había un columpio con el techo hecho de roca pavimentada.
Las paredes exteriores eran de un azul que se mezclaba con el cielo, y las tres ventanas del segundo piso eran blancas y tenían forma circular.
Una casa que daba una impresión de felicidad. Según me dijo la chica, ahí es donde vivía el novio de su hermana.
«Nada como la casa de mis padres», pensé.
No era que nunca se le hubiera puesto dinero a la casa donde solía vivir, pero su apariencia externa demostraba el ruinoso estado mental de sus dueños.
Las paredes estaban cubiertas de hiedra, y tras ellas había un montón de cosas desperdigadas que hacía mucho habían perdido su uso: un triciclo, patines, un carrito de bebé, tambores de metal.
El patio era grande, pero estaba infestado de tantas hierbas que podía llegar a sugerir que la casa se encontraba vacante. Se había convertido en el lugar favorito de los gatos callejeros.
Quizás durante un tiempo antes de yo nacer, la casa habría sido lo suficientemente feliz para mí. De cualquier modo, para el momento en que gané conciencia, mis padres ya habían considerado que no valía la pena.
Incluso aunque era hijo único, me consideraron una pesada carga. “¿Por qué habían decidido comenzar una familia?” Siempre me lo pregunté.
Cuando mi madre se fue me sentí aliviado. Era el curso natural de las cosas.
—Linda casa —dije.
—Quédate afuera. Diría que hay altas probabilidades de que no necesite tu ayuda. Solo estate atento para conducir de inmediato.
La chica se quitó la chaqueta y la dejó conmigo, caminó bajo el arco de la entrada frontal y tocó a la campana de la puerta. El sonido metálico resonó.
La puerta de madera se abrió lentamente. Tras ella apareció una mujer de unos veinticinco años. La observé desde detrás de un árbol. Vestía una camiseta recortada de color verde oscuro y pantalones grises. Su cabello tenía una permanente y era de color chocolate.
Sus ojos lucían sabios, y sus movimientos al abrir la puerta eran gráciles.
«Entonces esta es la hermana de la chica», pensé. Tenían algunas similitudes faciales, con sus ojos faltos de color y sus labios delgados.
Pero sentí que sus edades eran demasiado lejanas como para que fuesen hermanas, y no podía imaginarla cortando la palma de la chica con un cuchillo.
No pude escuchar su conversación, pero no me pareció que llegaran a un acuerdo. Me recosté contra la puerta y hurgué en mis bolsillos en busca de un cigarrillo, pero descubrí que los había dejado en el auto, así que fui a buscarlos.
Me pregunté de qué forma la chica planeaba cobrar venganza. Justo antes de llegar, eché un vistazo dentro de su bolsa y ciertamente no había ningún arma peligrosa escondida dentro.
Había atacado a su padre con un martillo, ¿podría hacerle lo mismo a su hermana? ¿O tenía otra arma preparada?
Nunca llegué a pensar sobre ello. Mis preguntas eran respondidas con rapidez.
Casi al tiempo que terminé mi cigarrillo y me asomé a la puerta frontal, vi a la chica lanzarse encima de su hermana.
La mujer rápidamente intentó atraparla, pero no pudo sostenerla, y ambas cayeron juntas. Entonces apareció.
Aunque la chica se levantó, su hermana no mostraba señales de moverse; nunca más lo hizo.
Corrí hacia la chica, y la escena me hizo dudar de mis ojos.
Unas enormes tijeras de tela habían sido encajadas en el pecho de la hermana. Una de las hojas había cavado todo el camino hacia su interior.
Era un muy buen trabajo. Ni siquiera se escuchó un grito.
La sangre llenaba la entrada, encharcándose en los agujeros del suelo.
Había logrado su objetivo con una velocidad impresionante.
El impactante silencio me recordó por un momento a un incidente propio.
Cuando estaba en cuarto grado, y teníamos treinta minutos extra en educación física, el profesor dijo que usáramos el tiempo restante jugando a quemados, y los niños se regocijaron.
Se había vuelto un evento bastante común. Yo me escabullí hacia una esquina del gimnasio y me mezclé con los otros estudiantes que observaban el partido.
Una vez que aproximadamente la mitad de cada equipo ya había sido golpeada por la pelota, algunos de los chicos de afuera se aburrieron. Ignorando el resultado del juego, empezaron a jugar por su cuenta.
Una persona dio una vuelta completa sin necesidad de ayuda, y cinco o seis chicos intentaron hacer lo mismo, para no sentirse menos.
Esto se había vuelto más interesante que el juego de quemados, por lo que mis ojos siguieron a los chicos que saltaban alrededor.
Uno de los niños equivocó el aterrizaje y golpeó su cabeza contra el suelo. Fue tan fuerte como para escucharse varios metros a la redonda.
Todo el mundo se detuvo. Aquel que se cayó no se había levantado.
Después de aproximadamente diez segundos, sostuvo su cabeza y comenzó a retorcerse del dolor; pero solo estaba haciendo un montón de ruido para distraer a todos de su vergüenza, ya que no parecía ser tan serio.
Aquellos que lo rodeaban, también para deshacerse de la ligera preocupación que asaltó sus mentes, se rieron del chico caído y lo golpearon y patearon.
Fui el primero en notar a un niño que no era parte del teatro, estaba acostado en una posición extraña. La atención de todos se había centrado en el que se había golpeado la cabeza, y nadie se fijó en el niño que, con reflejos particularmente lentos, se había roto el cuello.
La gente eventualmente se volvió consciente del niño que no estaba moviendo ni un músculo y se detuvo a mirarlo. Al final el profesor de educación física noto que algo iba mal y corrió en su dirección.
Hablando tan calmadamente como pudo, el profesor dijo a los estudiantes que no lo tocaran, que no lo movieran, y se apresuró fuera del salón.
Alguien dijo: “Por supuesto que los profesores pueden correr en los pasillos”, pero nadie respondió.
El niño nunca regresó al colegio. Se nos dijo que se había dañado su espina dorsal, pero como niños de cuarto grado, solo podíamos pensar que se había golpeado su Talón de Aquiles o algo así.
Pero nuestro profesor, para enfatizar la severidad del asunto, explicó que iba a estar en una silla de ruedas durante toda su vida. (Una explicación suavizada, ahora que lo pienso; él ya estaba completamente paralizado y conectado a un ventilador). Entonces algunas de las chicas comenzaron a llorar.
“Es tan triste. Debimos haber prestado más atención”. Otros chicos también empezaron a llorar bajo un sentido del deber, y alguien sugirió ir a visitarlo, hacer para él mil grullas de papel. El salón de clases se alivió un poco, lleno de buena voluntad y benevolencia.
Al mes siguiente, el profesor nos dijo que había muerto.
El chico herido sobre el suelo del gimnasio y la mujer que colapsó se sobrepusieron en mi mente.
A veces, la vida se puede perder tan fácil como si fuera barrida por el viento.
La chica colocó sus dedos en el manillar de las tijeras, respiró profundo, y abrió la herida con fuerza. Claramente había apuntado a matar. Con un gemido animal, el cuerpo caído tembló y convulsionó.
Y al cortar lo que supuse la aorta del estómago, un chorro de sangre fresca salió disparado y mojó mis zapatos, a dos metros de distancia.
La chica se dio la vuelta, su blusa estaba empapada de rojo.
—… no dijiste que irías tan lejos —dije finalmente. Intenté parecer indiferente, pero mi voz temblaba levemente.
—No. Pero tampoco recuerdo haber dicho que no iba a matarla.
Limpiando algo de sangre de su mejilla, la chica se sentó en el suelo.
Me quité las gafas y observé a su hermana. Su rostro estaba contraído por el sufrimiento hasta el punto en que no se parecía en nada al de antes.
Un estertor provino de su garganta, y tosió un montón de sangre. Ahora sería imposible decir el color original de su camiseta.
Un olor pútrido, diferente al de la sangre, flotó en el aire; como basura compactada, o una bañera llena de vómito. Fuera lo que fuera, era el poderoso olor de la muerte, un olor que nunca olvidaré.
Me sacudí con violencia, e intenté respirar con calma para evitar vomitar.
Mi visión se amplió, y vi como la entrada se había tornado en un mar de sangre. Si hubiera sido una escena de un show televisivo, la cantidad tan masiva de sangre habría demandado una reacción extremadamente exagerada.
Pensé que la gente no debía ser más que sacos de sangre, dada tal cantidad desparramada. Sabía que solo me estaba haciendo sentir peor, pero mis ojos no podían desviarse de la herida del estómago. La sangre era más negra de lo que pensaba, a pesar de que aquella que había escupido tenía un indiscutible color brillante, similar a un geranio floreciendo en un vaso sobre una caja de zapatos.
Me recordó a los accidentes que siempre veía en las carreteras.
Ya fuera que se viese hermoso o terrible, fuera animal o humano, todos se veían iguales una vez que hacías a un lado la piel.
«Sí. Esto es la muerte», pensé con sorprendente calma. En esencia, lo que le había hecho yo a la chica no era muy diferente de la tragedia que ahora presenciaba.
A pesar de que aún tenía que sentirse… o volverse real debido a la postergación, yo había convertido a la chica en una lumbre sin vida recubierta de carne. Quizás su cadáver sería incluso más horrible que este.
Después de dar un paso atrás para mantener la sangre lejos de mis zapatos, hablé:
—Escucha, estoy haciendo esto para enmendar mi crimen al atropellarte… pero ayudarte a asesinar a otras personas es ilógico. No quiero estar lavando sangre con sangre.
—No tienes que hacerlo si no quieres. No recuerdo haberte forzado a nada —dijo la chica—. Y una vez que el retraso de mi muerte se termine, mis acciones se volverán nulas. Por mucho que luche, solo puedo dar a la gente una muerte temporal. Entonces, sin importar lo que haga, ¿no estará bien al final?
Era cierto. La chica ya estaba muerta. Sin importar lo que hiciese después del veintisiete de octubre, el día del accidente, todo volvería a ser como si no hubiera ocurrido durante ese tiempo.
Una chica que no existe no puede matar a nadie. Podía matar a cientos de personas después del veintisiete de octubre, porque una vez que se le acabara el tiempo, nada de eso contaría.
Como un jugador que todavía pelea a pesar de ya haber sido descalificado. Sin importar cuantos puntos acumule, para el final del juego, solo perderá sin remedio ni recompensa.
Por ello, justo como había dicho, ella sentía que podía hacer lo que quisiese. Para cuando llegara el final, todo se volvería nada más que autosatisfacción. No había una diferencia significativa en comparación con imaginar ser un asesino.
Entonces, ¿estaría bien hacer todo lo que uno quisiera antes de su muerte? No, pero incluso si era solo temporal, ella estaba apuñalando gente, haciéndolos sangrar y sufrir. Un asesino es un asesino. Estos actos jamás podrían ser olvidados, ¿o sí?
Pero no era el momento para estar pensando en ese tipo de cosas sin remedio. Nuestra prioridad era alejarnos del cadáver lo más pronto posible; no había lugar a discusiones.
—Vayámonos de aquí por ahora. Sería malo si alguien viera la sangre sobre ti.
La chica asintió. Me quité la chaqueta y la coloqué sobre sus hombros. Subiendo el zipper hasta el cuello, desde la distancia nadie podría decir que tenía una mancha de sangre.
Era una buena chaqueta, costosa, pero no había necesidad de preocuparse, ya que todo volvería a como era antes una vez terminara el tiempo de postergación.
Miré alrededor de la puerta para confirmar que no había nadie e hice una señal a la chica. Pero ella seguía sin moverse, solo sentada en el suelo.
—Vamos, ¿qué ocurre? Apresúrate —regresé corriendo hacia ella y la agarré de la mano para levantarla.
Pero colapsó como una marioneta a la que le han cortado las cuerdas.
—Ya veo. Entonces esto es todo lo que se necesita para sentirse débil —murmuró, como si estuviera mirando a un extraño—. Supongo que ya no puedo reírme más de ti por esto. Patético…
La chica se levantó y, sin fuerza en las piernas, se arrastró por el suelo usando sus brazos. Parecía una sirena luchando para llegar a la orilla.
A pesar de que mantenía la compostura, parecía que también estaba en pánico.
—¿No crees ser capaz de levantarte pronto?
—No… Creo que fue bueno que te trajera después de todo. Ahora llévame hasta el auto.
Envolvió ambos brazos alrededor de mi cuello con una arrogancia completamente opuesta a la posición vergonzosa en la que se encontraba. Pero sus manos temblaban como las de un niño que se congela en la nieve.
La levanté con delicadeza. Era más pesada de lo que parecía, pero lo suficientemente ligera como para poder correr con ella a mis espaldas de así necesitarlo. Estaba empapada en sudor frío.
Tras reconfirmar que no había nadie alrededor, la llevé hasta el asiento del pasajero.
Observando con cuidado el límite de velocidad, manejé por caminos con la menor cantidad posible de gente. Mis manos al volante estaban todo sudorosas.
Al notar la excesiva regularidad con la que revisaba el espejo retrovisor, la chica me dijo:
—No necesitas preocuparte por eso. Incluso si fuera arrestada por lo que pasó allá atrás, creo que sería capaz de deshacerlo. Puedo alejar de mí cualquier cosa mala.
Mantuve silencio, sin siquiera reconocer su declaración.
—¿Hay algo que quieras decir? —preguntó la chica.
—¿Realmente necesitabas matarla? —le inquirí, olvidando mantenerme en mis cabales—. Sé que dijiste que tu hermana te había hecho algo terrible. ¿Pero era tan malvada como para asesinarla? ¿No podías haber provocado el mismo tipo de herida en su palma? ¿Qué fue lo que hizo? Solo quiero una buena explicación.
—Déjame preguntarte esto. ¿Permitirías un asesinato por un motivo razonable? —dijo ella—. Por ejemplo, supón que estoy intentando detener una pelea entre mi madre y mi hermana, y termino siendo cortada con un cuchillo, lo que me vuelve incapaz de tocar el piano, al que he dedicado toda mi vida. O que las personas que mi hermana trae a casa cada semana me obligan a beber alcohol fuerte, y cada vez que vomito usan un taser en mí. O que mi padre borracho quema mi cabello con cigarrillos encendidos, mientras me dice que soy un gasto de espacio que ya debería haberse suicidado. O que, en mi escuela, soy vapuleada y forzada a beber agua sucia, soy estrangulada por mera diversión, cortan mi cabello y ropas en nombre de la “disección”, soy empujada a una piscina helada en invierno con las piernas atadas… Si te dijera que esa es la situación, ¿me darías al menos la mínima aprobación para vengarme?
Si me hubiese contado aquello en cualquier otra situación, se habría hecho difícil de creer. Lo habría tomado como una mentira vacía, o al menos como una exageración extrema.
Pero después de verla asesinar a su hermana apenas unos momentos antes, podía aceptarlo con facilidad.
—…Lo retiro. Lo siento. Supongo que te recordé malos momentos —me disculpé.
—No dije que estuviera hablando de mi misma.
—Claro. Estrictamente hipotético.
—No me estoy vengando por un deseo de castigarlos. Solo podré superar el miedo cuando esas personas se hayan desvanecido de este mundo. Es como una maldición. Nunca podré tener un sueño pacífico mientras estén ahí, y no podré disfrutar nada profundamente. Me estoy vengando para conquistar mi miedo. Al menos una vez antes de morir, quiero dormir plácidamente en un mundo en el que ya no estén.
—Creo que lo entiendo —asentí—. Por cierto, ¿también mataste a tu padre?
—Eso me pregunto —sacudió la cabeza y, como para limpiar su mente, tomó un cigarrillo del paquete de la guantera, lo encendió, y tosió.
Había dicho que usó un martillo para tomar venganza contra su padre. Dependiendo de los lugares en los que lo golpeó, podría haberlo asesinado con facilidad.
No recuerdo bien si era la parte de atrás de la cabeza o el agujero del cuello, pero si se golpeaba el área circundante, incluso una chica joven podría matar a un hombre adulto.
—Dime, ¿tus piernas están mejor ahora?
—… creo que todavía no puedo caminar bien —dijo ella tras expulsar una voluta de humo, arrugando la frente—. El plan era ir directo al próximo objetivo de mi venganza, pero ahora mismo me encuentro bastante mal. No es conveniente, pero regresemos al apartamento.
Me surgió una idea repentina.
—¿No puedes posponer algo como eso?
La chica cerró los ojos y escogió sus palabras con cuidado.
—Si hubiera sufrido alguna herida significativa o una enfermedad, podría hacerlo. Pero es extremadamente difícil posponer algo que podría resolver por mí misma. Mi deseo es muy débil en esos casos. Mi alma necesita gritar que no puede soportar lo que está pasando para que se active el poder.
Acepté aquella explicación. «Un grito del alma, huh»
Me tomó un rato notar que el olor de la sangre llenaba el interior del auto; la que se había esparcido sobre la chica.
Abrí la ventana para dejar entrar el aire, pero el olor como a cuerdas de guitarra oxidadas se mezcló con el de pescado podrido y cubrió todo el interior; no se iría con facilidad.
Ella había abierto en canal el estómago de su hermana. Tal vez no fuera solo el olor de la muerte, sino también una mezcla de grasa, líquido espinal y jugos digestivos.
El olor de la muerte, en cualquier caso.
—Hace frío —dijo la chica.
Me rendí en mi intento de alejar el hedor, cerré las ventanas, y encendí el calefactor.
Para ser una noche en la que había presenciado un asesinato desde tan cerca, las estrellas se veían hermosas. Por suerte, llegamos al apartamento sin que nadie nos detuviese. Nos apresuramos a subir la polvorienta escalera y traté de abrir la puerta de mi apartamento, pero la llave se tomó su tiempo para entrar en la cerradura. Justo entonces, escuché que alguien subía los escalones.
Al mirar la llave, me di cuenta de que era la del auto. Chasqueé la lengua, cambié de llave para abrir la puerta, y empujé a la chica dentro.
Quien subía las escaleras era mi vecina, la estudiante de arte. Al verme, levantó la mano en señal de saludo, con cierta debilidad.
—¿Saliste por tu cuenta? Que inusual —dije casualmente.
—¿Quién era esa chica? —preguntó ella.
Incluso si mentir me hubiera hecho salir de la situación, era posible que luego las cosas empeoraran. Responder con honestidad era la elección correcta.
—Una chica cuyo nombre no conozco —tras decir aquello, me resultó curioso el hecho de que mis palabras también describían a la persona frente a mí. Bueno, sé que lo había escuchado una o dos veces, pero se había perdido por completo en las profundidades de mi mente.
Siempre fui terrible a la hora de recordar nombres. Ya que raramente tenía la oportunidad de mencionarlos.
—Hm —la estudiante de arte gruñó, molesta—. Ya veo. ¿Entonces, el señor enclaustrado trajo a una menor a su apartamento?
—Me has atrapado. Um, como debería explicar esto…
—¿Sed de sangre de chicas jóvenes? —preguntó con una pequeña sonrisa.
—Solo… escucha mi explicación.
—Adelante.
—Es algo complicado. Ella necesita ayuda ahora mismo, y soy el único en quien puede confiar.
Tras algunos segundos de silencio, la chica habló tranquilamente:
—¿Podría esto estar relacionado con el accidente?
—Sí. Ayudarla me ayudará a enmendar las cosas… quizás.
—Huh —asintió. Algo había entendido en forma general—. Entonces no interferiré más. Pero dime si tienes algún problema. Aunque dudo que sea de mucha ayuda.
—Gracias.
—Por cierto, ¿qué pasa con esa mancha? —La estudiante de arte estaba mirando a mis pies. Había una mancha de color rojo oscuro de cuatro centímetros de diámetro sobre el dobladillo de mis pantalones. No la había notado hasta que la señaló—. ¿Qué tipo de mancha es esa? ¿Qué te pasó?
Mi sorpresa era evidente, pero intenté pretender no tener ni idea. Aun así, sabía que probablemente mi expresión estaba contando toda la historia por mí.
—Bueno, sea lo que sea, deberías lavarla rápido. Nos vemos.
Habiendo dicho eso, la estudiante de arte regresó a su habitación.
Toqué mi pecho, aliviado, y abrí la puerta de mi habitación. Las luces ya estaban encendidas.
La chica me llamó desde el cuarto de lavado.
—¿Dónde pones el detergente?
Estaba lavando su blusa empapada en sangre, al parecer; escuché como la palangana se llenaba de agua.
—Debería estar a tus pies —dije, lo suficientemente alto como para que lo oyese—. ¿Tienes ropa de repuesto?
—No. Préstame algo.
—Solo toma cualquier cosa que esté seca. Que debería ser la mayoría.
Escuché el sonido de la máquina lavadora, y entonces la puerta de la ducha se abrió.
Mientras ella se bañaba, me recosté en el sofá a pensar en lo que había pasado hacía apenas unas horas.
El momento en que la chica había encajado las tijeras en el abdomen de su hermana, la débil tos de la mujer apuñalada en las tripas, la blusa manchada por el chorro de sangre, el olor de los órganos internos, la piscina de negra sangre extendiéndose por el suelo, y la extrañamente tranquila noche.
Todo estaba grabado en mi mente. Quizás decir que los escalofríos me bajaban por la columna no era lo correcto; tal vez era apropiado, tal vez no. De cualquier forma, lo único en lo que podía pensar era en que había presenciado, por primera vez en mi vida, un ajuste de cuentas personal.
Lo extraño era que la sensación no se sentía necesariamente desagradable. Respetaba a Peckinpah, Tarantino y Takeshi Kitano, pero creo que, si me hubiera enfrentado con una escena de sangre de alguna de sus películas, hubiese vomitado y me habría desmayado.
¿Pero cómo era en realidad? Realmente no había sentido mucho malestar, miedo ni culpa; en cambio, sentí el mismo tipo de catarsis que viendo a un carnívoro devorar a su presa, o una escena de un desastre masivo.
Aunque reconocí que era algo que debería avergonzarme.
No conocía otro modo para calmarme aparte del alcohol. Llené la mitad de un vaso con whiskey, añadí cierta cantidad de agua, y bebí. Luego no hice nada más que escuchar el sonido del reloj.
Tras secar su cabello, la chica regresó usando un pijama y un abrigo gris demasiado grande. Era muy grande incluso para mí, pero a ella le daba por las rodillas, por lo que le servía como un vestido de una sola pieza.
—Asegúrate de secar mis ropas —me dijo—. Voy a dormir.
Prácticamente colapsó sobre la cama, pero entonces se sentó con decisión, sacó algo de su bolso, y lo colocó bajo la sábana junto a ella.
No tenía dudas de que era su osito de peluche. Lo sostuvo fuerte contra su mejilla, y cerró los ojos.
Saqué la blusa de la máquina lavadora y la sequé con un secador de pelo. Podría haber usado la secadora en la lavandería, pero caminar por la calle con una blusa que aún parecía tener marcas de sangre podía parecer… extraño.
Pensé que sería sabio comprar nuevas ropas al día siguiente. Ella de seguro estaría manchando más ropas en el futuro.
Venganza. Yo no podría entender cómo se sentía para la chica. Nunca había sentido una ira tan fuerte como para asesinar a alguien. Mi vida había sido arruinada hacía mucho, pero no por otras personas. Yo mismo la había destruido.
Además, había sido extremadamente escueto para expresar la ira desde que era muy joven. Y no podría decir que me contuviera con todas mis fuerzas; simplemente no creía que manifestar mi rabia fuese a tener algún efecto en los demás.
Cada vez que me enfadaba, prefería darme por vencido antes de intentar nada y convencerme de que aquello no traería ningún bien, muchas veces me detuve justo antes de una situación que me hiciera enfadar mucho.
Aunque era un hábito útil para evitar problemas, a la larga, también contribuía a mi falta de ganas en la vida.
Sentía envidia de aquellos que podían manifestar abiertamente su rabia sin dudar siquiera. En ese sentido, a pesar de ser solo parcial, también envidiaba a la chica.
Aunque, por supuesto, también simpatizaba con su dilema, y me sentía afortunado de no tener que vivir una vida como la de ella.
Tras terminar de secar la blusa de la chica la doblé y coloqué al lado de la cama. De regreso al cuarto de lavado me cambié a mi pijama, pero me sentía demasiado despierto para dormir. Tiritando por el frío, esperé en el balcón a que la estudiante de arte se mostrara.
Pero en días como aquel ella no saldría. No muy lejos, escuché la sirena de una ambulancia.
Justo en el momento en que decidí regresar adentro, el teléfono en mi bolsillo comenzó a vibrar con un sonido sordo.
La chica estaba durmiendo dentro y Shindo estaba muerto, por lo que solo había una persona que pudiera llamarme en ese momento.
—¿Hola? —respondí.
—¿Dónde estás ahora? —dijo la estudiante de arte.
—¿No me acabas de ver en el pasillo? Estoy en el apartamento. ¿Y tú?
—En mi apartamento también, por supuesto.
Entonces estábamos hablando por teléfono a pesar de estar en habitaciones contiguas.
—Entonces sal al balcón. Acabo de salir a fumar.
—No gracias. Hace frío.
—¿No crees que estás malgastando el saldo?
—Me gusta hablar con la gente por teléfono. Es relajante. Puedo cerrar los ojos y solo escuchar sus voces. También me gusta cómo suena tu voz a través del teléfono.
—Solo te gusta mi voz, huh.
Ella se rio.
—¿Están yendo bien las cosas con la chica que trajiste?
—Creo que estás malentendiendo algo aquí, así que lo dejaré claro… —comencé a hablar—. No siento ningún tipo de afección por esa chica. Solo somos conocidos.
—Solo te estaba molestando. Por supuesto que puedo notar que no está pasando nada entre ustedes.
Me enfurruñé, incluso sabiendo que ella no podría verlo.
—¿Entonces solo me llamaste para molestar?
—Sí. Pero también estoy un poco preocupada, y mi estado mental es problemático.
—¿Y qué podría ser?
—No quiero ver a nadie, pero quiero hablar con alguien.
—Eso es problemático.
—Solo te molesto cuando me siento de esa forma. Pero… puedo ver que estás ocupado.
—Lo siento mucho —incliné mi cabeza hacia la pared—. Quiero decir, usualmente estoy mortalmente aburrido.
—Sí, bueno, es mi culpa por sentirme solitaria en el momento equivocado. Solo… no me gusta.
—¿Qué no te gusta?
—Cómo debería decirlo… supongo que, bueno, hoy no parecías tú mismo —hubo algunos segundos de dubitativo silencio—. Sí, es eso, normalmente tus ojos me indican que no quieres ir a ninguna parte. No suelen estar concentrados en nada, pero lo miran todo; ojos despreocupados. Es la razón por la que me puedo relajar al estar cerca de ti. Pero… cuando nos encontramos en el pasillo, tus ojos se veían diferente.
—¿Entonces cómo se veían?
—No sabría decirte —dijo apresurada—. Esa chica ya está durmiendo, ¿cierto? Si eres demasiado ruidoso, podrías despertarla. Terminemos aquí. Aunque te llamaré de nuevo si cambio de opinión. Buenas noches.
Entonces colgó.
Permanecí en el balcón por alrededor de una hora. Pero cuando regresé a la habitación, noté que la chica aún no se había dormido.
Esta noche no lloraba. En cambio, estaba temblando. Acurrucada en la cama, apretando con fuerza la almohada y su oso, respiraba irregularmente. Y quedaba claro que no se podía culpar al frío.
«Si se iba a asustar, no debió haber asesinado a nadie». Pero jamás le diría algo como eso. Como ella había dicho, aquello era lo único que siempre deseó. No era solo venganza. Es que no había otra cosa que pudiera hacer.