Vete, terrible dolor – Capítulo 3

Traductor: Electrozombie

Editor: Aoisora


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Vete, terrible dolor

Capítulo 3: Anotándose puntos

 

Pensé que las personas en una situación como la mía no podrían dormir. Pero después de una ducha caliente y un cambio de ropas me acosté, y mis ojos se volvieron pesados de inmediato. Morí durante seis horas.

Cuando desperté, me sentía sorprendentemente bien. De hecho, la opresión que había estado sintiendo durante meses había desaparecido.

Me senté y revisé el teléfono, pero había ningún mensaje. Supuse que la chica aún no me necesitaría. Me acosté de nuevo y miré al techo.

¿Por qué me sentía tan bien después de haber atropellado a alguien la noche anterior? Una diferencia abismal a mis pesados arrepentimientos de antaño; mi mente estaba más clara que nunca.

Pensando en ello, mientras escuchaba el goteo de la lluvia, llegué a una conclusión.

Quizás me había liberado de mi temor a caer cada vez más abajo. Y en medio de mi existencia miserable, sentí que me había podrido por completo. Antes, me había sentido lleno de ansiedad cada vez que pensaba en lo mucho que seguiría hundiéndome.

Sin embargo, el accidente de la noche anterior me había empujado directo hasta el fondo. Y una vez que llegué lo más profundo posible, pude sentir alguna clase de extrema tranquilidad en medio de tanta oscuridad.

Después de todo, ya no podía hundirme más. En comparación con la caída sin límites, el dolor de golpear el suelo era mucho más concreto y soportable.

Ya no había nada más que pudiese perder. No había esperanzas que pudiera traicionar, por lo que perdí la desesperación.

Me sentía tranquilo. No hay nada de lo que se pueda ser tan dependiente como de la resignación.

Me acerqué al balcón para fumar. Algunas docenas de cuervos se acomodaban en las líneas eléctricas en la distancia, y algunos volaban alrededor del área.

Cuando ya había reducido a cenizas un centímetro del cigarro, escuché la voz de una mujer en el balcón vecino.

—Buenas noches, señor enclaustrado.

Miré a la izquierda y vi que una chica me saludaba. Usaba anteojos. Tenía un corte de cabello al estilo bob y vestía un pijama.

Era mi vecina de la puerta de al lado: una estudiante universitaria. No recordaba su nombre. Pero no porque no me importara. Tan solo era malo en ese tipo de cosas, ya que siempre fui bastante introvertido.

—Buenos días, señorita enclaustrada —respondí—. Hoy te levantas temprano.

—Dame eso —demandó la estudiante de arte—. La cosa en tu boca.

—¿Esto? —pregunté, señalando el cigarrillo.

—Sí. Eso.

Le alcancé el cigarrillo a medio terminar. Como siempre, su balcón estaba rodeado de plantas decorativas, como un bosque en miniatura.

Tenía una pequeña escalinata encima de las esquinas que hacía de puesto para las flores, y una silla de jardín de color rojo se situaba en el centro de todo. Cuidaba las plantas de forma muy cuidadosa; estas siempre se veían vibrantes y llenas de vida, a diferencia de su dueña.

—Así que saliste ayer —hizo una observación mientras el humo penetraba en sus pulmones—. No era lo que esperaba de ti.

—¿No soy genial? —respondí—. Oh sí… Estaba a punto de llamarte. Todos los días te llega el periódico, ¿verdad?

—Sí, pero solo leo los titulares. ¿Qué pasa con eso?

—Quiero leer el de hoy.

—Hm. De acuerdo entonces, ven —me dijo—. También yo, estaba a punto de llamarte hoy para invitarte a una caminata nocturna.

Salí al pasillo y luego pasé a su habitación. Esta era la segunda vez que me invitaba a entrar. La primera vez había sido por petición suya de hacerle compañía para beber y ahogar las penas, y en serio, nunca había visto que alguien pudiese vivir de forma tan regada. Es decir, no podría decir que era sucia. La habitación estaba lo suficientemente ordenada, lo que no encajaba era el tamaño del lugar con sus pertenencias. Debía de ser del tipo de personas que nunca tira nada; completamente opuesta a mí, que solo mantenía los muebles básicos y poco más.

Esta vez, la habitación tampoco estaba para nada limpia. Ciertamente, había incluso más cosas desperdigadas por todas partes.

Su sala cumplía el papel de galería, por lo que en cada pared había pinturas y fotografías, así como una enorme cantidad de vinilos que llenaban cada espacio posible.

Encima de las estanterías se apilaban cajas que llegaban hasta el techo, y yo tan solo pude imaginar el desastre que quedaría de ocurrir un terremoto en ese lugar.

Una de las paredes estaba repleta de posters de películas francesas y un calendario de hace tres años. En una de las esquinas descansaba una pizarra, y había fotos artísticas desperdigadas por todo el suelo.

Sobre una de las mesas había una enorme computadora, con todo tipo de plumas y lápices frente a ella. La otra mesa estaba limpia, solo había en ella un reproductor en una gaveta de madera.

Sentándome en la silla del balcón, observé cada una de las líneas del periódico a la luz de la puesta del sol. Como esperaba, no había indicios del accidente que había causado.

La estudiante de arte miró el periódico desde mi espalda.

—Hace tiempo que no leo el periódico… aunque la verdad no parece que me esté perdiendo mucho, huh —pensó en voz alta.

—Gracias —le dije al devolvérselo.

—Ni lo menciones. ¿Encontraste el artículo que buscabas?

—No, no lo hice.

—Huh, que mal.

—No, al contrario. Me alivia no verlo. Um, ¿me permites ver también tu televisión?

—¿Ni siquiera tienes un televisor en esa casa? —preguntó atónita—. Supongo que yo casi no veo el mío, por lo que honestamente no es algo que necesite, pero…

Rebuscó bajo su cama, sacó un control remoto, y encendió la TV.

—¿De todos modos, cuando comienzan las noticias locales?

—Muy pronto, creo. Es extraño verte interesado en las noticias. ¿Sientes curiosidad por lo que pasa allí fuera?

—No, maté a alguien —dije—. No puedo evitar preguntarme si saldrá en las noticias.

Ella parpadeó un par de veces, todavía mirándome fijamente.

—Espera, ¿qué?

—Ayer atropellé a una chica. Iba lo suficientemente rápido como para matarla, estoy seguro.

—Umm… Esto es una especie clase de broma, ¿verdad?

—No lo es —asentí. Ella era muy parecida a mí, por eso me sentí un poco liberado al contarle todo—. …y en ese momento estaba completamente borracho. No tengo ni la más mínima excusa.

Ella miró el periódico en sus manos.

—Si es cierto lo que dices, entonces es raro que no se haya hecho eco en las noticias. ¿Crees que aún no encuentran el cadáver?

—Sí, ocurrieron algunas circunstancias, y debería ser capaz de escapar a los ojos de la ley durante nueve días. Cuando llegue el momento, estoy seguro que lo descubrirán. Me he convencido después de leer el periódico.

—Sí, no lo entiendo. —Se cruzó de brazos—. ¿Tienes tiempo para hablar conmigo? ¿No deberías estar huyendo, escondiendo la evidencia, esa clase de cosas?

—Tienes razón, hay cosas que tengo que hacer. Pero no puedo hacerlas solo. Tengo que esperar por una llamada.

—… por supuesto. Bueno, aún tengo un montón de dudas, pero lo que sí entiendo es que te has vuelto un criminal en serio.

—Sí, da igual como lo entiendas.

Por una vez, la expresión de la estudiante de arte se iluminó. Agarró mis hombros y los sacudió, su rostro estaba impregnado de mucho más que simple alegría.

—Escucha, ahora mismo estoy extremadamente feliz —dijo—. Me siento mucho mejor.

—¿Schadenfreude? —pregunté con una sonrisa mordaz.

—Sí. Estoy muy contenta por conocer a un perdedor más allá de toda salvación.

No supe si pensar que estaba siendo desconsiderada al sonreír y disfrutar con mis males. En realidad, me hizo sentir un poco mejor.

Una reacción de ese tipo era mucho más cómoda que simpatía molesta y falsa preocupación. En cualquier caso, ella estaba obteniendo sentimientos positivos gracias a mí.

—Entonces pasaste de enclaustrado a asesino.

—¿No sería eso un paso hacia atrás?

—No para mí… Oye, salgamos a caminar esta noche. Desperdiciemos ese tiempo extra que te queda. ¿Suena bien? También me reconforta un poco tenerte alrededor.

—Me siento honrado.

—Genial. ¿Qué tal una tostada? —Me indicó una botella de cerveza frente a las cajas—. ¿Acaso no hay un montón de cosas que deseas olvidar, de las que deseas no acordarte?

—Desistiré de la bebida. Quiero ser capaz de conducir cuando llegue esa llamada.

—Ya veo. Bueno, entonces te traeré agua, señor asesino. Porque, uh, cerveza y agua es todo lo que tengo.

Sentí un golpe de nostalgia al verla dejar caer un cubito de hielo en su vaso y servir el whiskey. Era una sensación extraña; como si nos encontrásemos en un libro de historietas o una pintura.

—Lo siento, ¿me puedes dar una bebida también?

—Era lo que planeaba. —Rápidamente llenó otro vaso de whiskey.

—Entonces, salud.

—Salud.

Los bordes de los vasos se tocaron y emitieron un sonido vidrioso y solitario.

—Nunca antes había bebido con un asesino —dijo mientras echaba zumo de limón en su trago.

—Es una oportunidad que solo se da una vez en la vida. Asegúrate de saborearla.

—Lo haré —sonrió, entrecerrando los ojos con ingenio.

 

Mi vecina enclaustrada y yo nos habíamos hecho amigos algún tiempo antes de encerrarme. Un día que estaba acostado en la cama oyendo música. La reproducía a un volumen muy alto. No me importaba nada, pero pronto sentí un toque a la puerta.

¿Era un testigo de Jehová? ¿Un repartidor de periódicos? Decidí ignorarlo, pero se mantuvo persistentemente tocando. Molesto, subí el volumen hasta el máximo, y entones la puerta se abrió de un golpe. Había olvidado cerrarla.

El inesperado intruso tenía un rostro que de alguna forma se me hacía familiar. Supuse que era mi vecina, que venía a quejarse por el ruido.

Me preparé para los insultos, pero ella tan solo se acercó al reproductor de CD´s al lado de la cama, cambió el disco, y regresó a su cuarto sin decir una palabra.

No estaba molesta por el exceso de volumen, sino por mis gustos musicales.

Lo reproduje sin siquiera revisar que había puesto dentro y me topé con un pop de guitarra tan dulce como el jugo de naranja; un poco decepcionante. Había tenido la esperanza de que hubiese recomendado algo realmente bueno.

Ese fue mi primer encuentro con la estudiante de arte. Aunque en realidad no supe a que se dedicaba hasta un tiempo después.

Ambos odiábamos salir al exterior, pero con frecuencia nos veíamos en el balcón. La diferencia radicaba en que ella salía para regar sus plantas; yo, para fumar. Pero, aun así, nos sentíamos un poco más cercanos cada vez que nos encontrábamos.

No había nada que obstruyera la vista entre nosotros, por lo que, cuando la veía, inclinaba la cabeza sin demasiada familiaridad. La saludaba y, con ojo avizor, la chica me regresaba el saludo.

Entonces, un día cerca de finalizar el verano en que ella regaba las plantas, yo me recosté al muro y le hablé.

—Es bastante impresionante que puedas cuidar todas esas plantas por ti misma.

—No realmente —murmuró con una voz apenas audible—. No es difícil.

—¿Puedo hacerte una pregunta?

Aun observando las plantas, respondió:

—Seguro, pero puede que no responda.

—No quiero indagar mucho, pero, ¿no dejaste tu habitación en toda la semana pasada?

—… ¿Y qué con eso?

—No sé, solo que, creo que me hace feliz.

—¿Por qué?

—Porque yo tampoco lo he hecho.

Tomé una colilla del suelo, la encendí y tomé una calada. La estudiante de arte agrandó los ojos y se volteó en mi dirección.

—Huh, ya veo. Así que sabes que no dejé mi habitación porque tampoco dejaste la tuya.

—Exacto. Es tenebroso afuera. Debe ser verano.

—¿A qué te refieres?

—Caminar bajo el sol me hace sentir tan miserable que necesito dos o tres días para recuperarme. No, quizás me siento culpable o avergonzado…

—Hmm —la estudiante de arte respondió, empujando el marco de sus gafas hacia atrás—. No he visto a tu amigo últimamente. ¿Le ha ocurrido algo? El que parece un drogadicto. Venía casi a diario.

Debió referirse a Shindo. Es cierto, algunos días tenía la mirada confusa, y constantemente esbozaba esas sonrisas vagas, y por lo general si parecía un drogadicto, pero era divertido escucharla hablar de ello de forma tan mordaz.

Mi sonrisa se apagó como la colilla de cigarro.

—Te refieres a Shindo. Bueno, él murió. Hace dos meses.

—¿Está muerto?

—Más bien, se suicidó. Se lanzó de un barranco en su motocicleta.

—… huh. Siento haberlo mencionado —se disculpó ella con una voz vacía.

—No hay problema. Verás, es una historia feliz. Su sueño se hizo finalmente realidad.

—… ya veo. Supongo que hay personas así —dijo con modestia—. Entonces, ¿no saliste de casa por la tristeza de haber perdido a tu amigo?

—No diría que es tan simple, pero… —Me rasqué la frente—. Quizás si es así. Realmente, no quiero saberlo.

—Pobre —sollozó, como una hermana de siete años consolando a su hermano de cinco—. ¿También es por eso que has adelgazado tanto en el último mes?

—¿Tan flacucho me he puesto?

—Sí, y no exagero, te ves completamente diferente. Tu cabello ha crecido mucho, y tu barba también, y estás tan flaco como una rama seca, y tus ojos están hundidos, y…

Parecía obvio, y supuse que tenía razón. El no haber dejado mi apartamento significaba que no había comido nada más aparte de bocadillos y cerveza. Algunos días ni siquiera comía nada sólido.

Al ver mis piernas noté que, debido a mi debilidad al caminar, parecía un paciente en muy malas condiciones. Y como no había hablado con nadie en mucho tiempo, no me había dado cuenta de que toda la bebida había vuelto ronca mi voz; ni siquiera sonaba como la que recordaba.

—También estás muy pálido. Como un vampiro que no bebe sangre desde hace un mes.

—Luego me miraré al espejo —dije mientras palpaba la piel alrededor de mis ojos.

—Podría ocurrir que no veas a nadie en el reflejo.

—Si soy un vampiro, así será.

—Esa era la idea —ella sonrió, agradecida de que le hubiera seguido la broma.

—Y, de todos modos, ¿qué es lo que pasa contigo? ¿Por qué no sales de la habitación?

La estudiante dejó su regadera a un lado y se recostó contra el borde del balcón.

—Me reservaré eso para luego. Por ahora, se me ha ocurrido algo realmente bueno —dijo con una sonrisa amistosa.

—Eso es bueno —estuve de acuerdo.

Esa noche, como parte de su realmente buena idea, salimos del apartamento vestidos de la forma más aparatosa posible.

Yo vestía una chaqueta y unos jeans con una sola lavada; ella, un vestido apretado con un collar y tacones, y también cambió sus gafas por lentes de contacto y se arregló el cabello. Claramente inapropiado para vagar en la noche.

Ignorando este evento, hubo ocasiones en las que me vi obligado a salir, cuando tenía que ir de compras o al banco. Y cada vez que me veía arrastrado hacia el exterior, mis temores se incrementaban.

La estudiante de arte intuyó que solo ocurría esto porque yo salía por obligación y a regañadientes, por lo que había empezado a odiar el mundo exterior en general.

—Primero necesitamos salir y demostrarnos que el exterior es un lugar divertido —dijo—. Todo mal pensamiento es resultado de una experiencia errónea, por lo que se puede ajustar simplemente sustituyendo la experiencia.

—¿De dónde sacaste esa frase?

—Creo que fue Hans Eysenck quien dijo algo parecido. Pienso que es bastante increíble, ¿no crees?

—Bueno, una idea concisa como esa se siente mejor que alguna tontería sobre corazones rotos o algo por el estilo. ¿Pero cuál es el motivo para estas indumentarias? No es como si alguien fuera a vernos.

Ella tomó la manga de su vestido y la ajustó.

—Nos sentimos tensos, ¿cierto? Esa es la razón más que nada, pero creo que es algo bastante importante para nosotros ahora mismo.

Caminamos sin destino alrededor del pueblo, vestidos de aquel modo, como si nos dirigiéramos a una fiesta.

En la tarde el calor del día había sido intenso, pero el viento empezó a soplar en la noche, haciendo sentir el ambiente como si fuese otoño. Algunos bichos se aglomeraban alrededor de las luces de la calle; los cadáveres de insectos plagaban el suelo.

Pisando sobre ellos, la estudiante de arte se paró bajo una luz. Una enorme polilla voló sobre su cabeza.

Inclinó el cuello y me preguntó:

—¿Soy bonita?

El aire fresco parecía haberla emocionado. Me recordó a una niña en su cumpleaños.

—Lo eres —respondí. En realidad, dije lo que pensaba. Estando frente a frente con una pintoresca figura como aquella, pude realmente entender el sentimiento de belleza. Por lo que se lo dije sin tapujos.

—Bien —me regaló una amplia e inocente sonrisa.

Una cigarra medio muerta golpeó de lleno contra el asfalto.

Nuestro destino aquella noche fue una estación de tren vacía en el área. El lugar, oculto entre las residencias, conectaba todas las zonas como una telaraña.

Al sentarnos, encendí un cigarrillo y observé como la estudiante de arte caminaba, perdiendo el equilibrio de vez en vez, sobre las vías del tren. Había un enorme gato sobre la verja de las líneas, anclado allí, como con el objetivo de observarnos.

Así comenzaron nuestras caminatas nocturnas. Cada miércoles nos vestíamos y salíamos.

Gradualmente, nos recuperamos hasta el punto en que podíamos salir durante el atardecer. Su idea, por extraño que pareciera, era sorprendentemente efectiva.

 

Me había quedado dormido, pero una notificación en el teléfono me despertó.

Me apresuré a reordenar mis pensamientos. Recordé haber bebido con la vecina, salir a nuestra caminata usual, regresar a casa y tomar una ducha. Quizás me había quedado dormido de inmediato al llegar.

Eran las 11 de la noche. Tomé el teléfono y escuché. La llamada provenía desde un teléfono público, pero no tenía dudas de que del otro lado se encontraba la chica que había atropellado.

—Entonces no rompiste esa última página —dije por el auricular.

Luego hubo un silencio de varios segundos, era el modo de la chica de mostrar su orgullo. Ella no quería que notara que estaba siendo dependiente de mí.

—Llamaste a este número porque quieres que haga algo, ¿cierto? —pregunté.

Finalmente, la chica habló:

—Te daré una oportunidad de anotarte puntos conmigo… ven a la parada de autobús de ayer.

—Copiado —afirmé—. Estaré ahí enseguida. ¿Algo más?

—No tengo mucho tiempo para explicar. Solo ven ya.

Tomé la chaqueta y mi billetera, y salí sin cerrar la puerta siquiera. Vi alrededor de diez semáforos en el camino, pero todos se pusieron en verde a medida que me acercaba. Llegué al lugar mucho antes de lo que pensaba.

En la misma parada de autobús donde la había dejado, encontré a la chica, sola y con el uniforme aún puesto, con su cara envuelta en una bufanda roja y bebiendo una taza de té con leche mientras miraba las estrellas.

Decidí mirar arriba también, vi a la luna asomándose entre las nubes. La forma claramente visible de su sombra me recordó menos al hombre de la luna, y más a la piel cobriza de un hombre que ha pasado mucho tiempo bajo el sol en su juventud.

—Perdona por hacerte esperar.

Salí del auto y caminé hasta el otro lado para abrir la puerta del pasajero. Pero la chica me ignoró y, en cambio, se sentó en el asiento trasero. Lanzó su bolsa a un lado y cerró la puerta con exasperación.

—¿Dónde deberíamos ir? —pregunté.

—A tu casa. —Se quitó el abrigo y apretó la bufanda.

—Seguro, está bien. ¿Pero, puedo preguntar por qué?

—No es nada grave. Ataqué a mi padre, y no puedo quedarme más en casa.

—¿Tuviste una pelea?

—No, solo decidí golpearlo… Mira.

La chica se enrolló la manga de su blusa.

Había varios moretones negros en su delgado brazo. Incluso si solo quemaban un poco, supuse que las marcas durarían por lo menos un año.

Como había ocho de ellos alineados sobre la piel, sospeché que habían sido provocados de forma antinatural.

Recordé como, después del accidente, la chica deshizo la postergación de la herida en la palma de su mano por el bien de la explicación, y luego se enrolló la manga diciendo “Si no me crees, puedo mostrarte otro ejemplo”.

Este no podría ser el mismo brazo que vi en aquel entonces. Por lo que debió haber estado posponiendo aquellas quemaduras todo el tiempo. Y en el tiempo transcurrido entre entonces y ahora, algo había ocurrido que la había hecho deshacerlo.

—Son las marcas de un cigarrillo —explicó—. También están en mi espalda. ¿Quieres ver?

—No, está bien —dije, agitando la mano—. Entonces… ¿atacaste a tu padre en venganza por eso, y huiste de casa?

—Sí. Até sus manos y piernas con una cinta y le pegué como cincuenta veces con un martillo.

—¿Un martillo? —No estaba seguro de haber escuchado correctamente.

—Lo tengo aquí.

La chica sacó un martillo de doble cabeza de su bolsa. Era pequeño, de los que se usan en las manualidades escolares. Parecía viejo; la cabeza estaba oxidada y el mango oscurecido.

Al notar lo perturbado que quedé al ver aquello, ella sonrió con orgullo. Irónicamente, esa era la primera sonrisa verdadera que me mostraba.

Supuse que se había deshecho de una de las numerosas cargas que pesaban sobre sus hombros.

—La venganza es genial. Es tan liberadora. ¿Me pregunto quién será el próximo? Porque ya no tengo nada que perder… Oh, sí. Naturalmente, tú también me ayudarás, señor asesino.

Habiendo dicho eso, se recostó sobre los asientos traseros y se quedó dormida. Debió haber superado sus límites hasta quedar exhausta. Después de vengarse de su padre, sin dudas había tomado todo lo que pudo y huyó.

Disminuí la velocidad y conduje con cuidado para no despertarla.

Probablemente rehízo las quemaduras para justificar la retribución. Había ganado el derecho a tomar venganza una vez dejó de desviar la mirada de los abusos de su padre.

“¿Me pregunto quién será el próximo?”, había dicho. Si tomó tal decisión, entonces existían al menos otras dos personas a las que quería cobrar venganza; tal vez, más.

Pensé entonces que debió haber tenido una vida realmente dura.

De regreso al apartamento, abrí la puerta y traje a la chica cargada desde el auto.

Le quité zapatos y medias, la recosté sobre la cama y coloqué la manta sobre ella. Entonces se revolvió sin descanso y colocó la manta hasta la altura de su boca.

Después de eso escuché dos o tres sollozos. Estaba llorando.

«Esta chica siempre está muy ocupada llorando o sonriendo»

¿Qué era lo que la entristecía? ¿El corto tiempo de vida que le quedaba? ¿O se arrepentía de haber herido a su padre? ¿Estaba recordando un pasado terrible? Un montón de posibilidades vinieron a mi mente.

Tal vez ni siquiera ella conocía la razón de sus lágrimas. Había un montón de emociones a su alrededor; sintiéndose solitaria cuando debería estar feliz, feliz cuando debería estar triste.

Me recosté en el sofá y miré al techo sin motivo, y esperé a la mañana.

«¿Qué es lo que debería decir cuando la chica despierte? ¿Qué debería hacer?»

Estuve pensando en ello durante un rato.

Y así comenzó la venganza.

 

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