Vete, terrible dolor – Capítulo 1

Traductor: Electrozombie

Editor: Electrozombie


Anterior | Índice | Siguiente

 


 

Vete, terrible dolor

Capítulo 1: Una despedida inicial

 

Kiriko y yo nos volvimos amigos por correo cuando tenía 12 años, durante el otoño.

Apenas seis meses antes de la graduación, tuve que cambiarme de escuela primaria debido al trabajo de mi padre.

Ese evento fue quien me dio la oportunidad de conocer a Kiriko.

Mi último día de escuela fue a finales de octubre. Esa misma noche mi familia y yo dejaríamos el pueblo.

Se suponía que sería un día importante. Pero solo tenía dos amigos verdaderos: uno de ellos estaba demasiado enfermo como para salir de cama, el otro se encontraba de vacaciones con su familia.

Así que pasé ese último día en solitario.

Cuatro días antes, durante la fiesta de despedida, me habían dado un montón de flores con mensajes todos iguales. Y cada vez que me topaba con un compañero de la escuela, este me miraba como preguntándose qué estaba haciendo allí todavía.

El salón de clases se volvió un lugar insoportable. Supe muy pronto que ya no pertenecía allí.

Nadie lloró mi partida. Fue un hecho que me hizo sentir solitario, pero me abrió los ojos.

No estaba perdiendo nada. En realidad, era una oportunidad para tener nuevas experiencias y conocer a otras personas.

«Lo haré mucho mejor en mi próxima escuela» —pensé—. «Si tengo que mudarme de nuevo, me aseguraré que esta vez al menos dos o tres personas sufran mi partida».

Mi última clase llegó a su fin. Puse los libros bajo el escritorio y fui a coger la mochila, sintiéndome como un chico abandonado el Día de San Valentín.

No era lo suficientemente maduro como para no pensar que alguien me había dejado al menos alguna clase de recuerdo de despedida.

Justo cuando me estaba dando por vencido en mi deseo de guardar algún buen recuerdo de aquel día final, noté que alguien se interponía en mi camino.

Vestía una saya plisada azul bajo la cual se extendían delgadas piernas. Alcé la vista, tratando de controlar el nerviosismo.

No era Sachi Aoyama, de quien había estado enamorado en secreto desde tercer grado. No era Saya Mochizuki, quien inclinaba la cabeza y me sonreía cada vez que nos encontrábamos en la biblioteca. Pareciendo, de alguna forma, demasiado seria, frente a mí se encontraba Kiriko Hizumi.

—¿Quieres que vayamos juntos a casa? —preguntó.

Kiriko era una chica olvidable; su cabello tenía la longitud exacta para caer justo sobre sus cejas.

Era tímida, cada vez que hablaba lo hacía entre susurros, esbozaba una sonrisa incómoda y parecía avergonzada. Sus notas también estaban en el promedio, por lo que en realidad no llamaba mucho la atención.

Era un total misterio el por qué ella, quien casi nunca había mantenido una conversación conmigo, me había hablado ese día. En secreto, estaba decepcionado de que no fuera Sachi Aoyama o Saya Mochizuki.

Pero tampoco tenía razones para rechazarla.

—Seguro, supongo —dije, y sonrió.

—Gracias —respondió con su cabeza todavía gacha.

Kiriko no dijo ni una palabra en todo el trascurso del viaje. Caminó a mi lado, pareciendo muy nerviosa, y ocasionalmente me miraba como si quisiera decir algo.

Tampoco es que supiera de lo que podríamos haber hablado. ¿Qué era lo que yo, que al siguiente día me marcharía de ese lugar, para siempre, podía decirle a alguien que a duras penas podía reconocer como una conocida? Por no mencionar que nunca antes había caminado a casa en compañía de una chica de mi edad.

Todavía no nos habíamos dirigido ni una sola palabra cuando llegamos a mi casa, envueltos en un aura de vergüenza.

—Bueno, adiós.

Despedí tímidamente a Kiriko y me volteé para agarrar el pomo de la puerta. Entonces, al final, ella pareció reunir un poco de coraje y tomó mi mano.

—Espera.

Anonadado por el contacto con sus dedos fríos, pregunté qué pasaba, quizá con demasiado ímpetu.

—¿Qué?

—Um, Mizuho, te tengo una petición. ¿La escucharás?

Rasqué mi nuca, como solía hacer cuando me sentía inseguro.

—Escucharé, pero… Mañana me voy a cambiar de escuela. No sé si seré capaz de ayudarte.

—Si. En realidad, esa es la razón por la que solo tú serás capaz de ayudarme. —Miró fijamente mi mano, contenida entre las suyas, y continuó hablando—: —Te escribiré cartas y quiero que las respondas. Y entonces… um, también te responderé a ti.

Sopesé sus palabras.

—Es decir, ¿quieres que seamos amigos por correo?

—Si. Esa es la palabra —confirmó Kiriko con timidez.

—¿Por qué yo? Probablemente será más divertido si lo haces con alguien más cercano a ti.

—Bueno, no puedes enviar una carta a una persona que viva muy cerca, ¿verdad? Sería aburrido. Siempre quise intercambiar cartas con alguien que estuviera muy lejos.

—Pero nunca en mi vida he escrito una carta.

—Entonces estamos igual. Buena suerte para los dos —dijo, sacudiendo mi mano de arriba abajo.

—Hey, espera, no puedes pedirme esto simplemente de la nada…

Al final tuve que resignarme a aceptar la propuesta de Kiriko. Como no había escrito nunca una carta más allá de las tarjetas por fin de año, la idea, aunque algo anticuada, me pareció algo fresco e interesante.

Y que una chica de mi edad me hiciera tal propuesta repentina me emocionó tanto que no fui capaz de rechazarla.

Ella suspiró, satisfecha.

—Estoy feliz. Estaba segura de que no te negarías.

Me sonrió cuando le di una nota con mi dirección, y dijo:

—Espera mi carta. —Entonces huyó corriendo a casa.

Ni siquiera se despidió. Por supuesto, su único interés estaba en las cartas que le escribiría, no en el yo de carne y hueso.

Y una carta llegó tan pronto como me transferí a mi nueva escuela.

—Por encima de todo, creo que deberíamos conocernos mejor —escribió—. Así que primero vamos a presentarnos.

Era muy extraño; nos estábamos presentando ahora, que nos encontrábamos a gran distancia, incluso cuando hacía apenas una semana éramos compañeros de clase. Pero como tampoco había nada más de lo que escribir, acepté la sugerencia.

Hice un descubrimiento tras algún tiempo de ser amigo por correo de Kiriko.

Antes de que me cambiara de escuela, nunca habíamos intercambiado palabras de forma apropiada, pero ahora que la conocía por lo que escribía en sus cartas, Kiriko Hizumi parecía tener gustos y valores impactantemente similares a los míos.

“¿Por qué es importante estudiar?” “¿Por qué está mal matar a una persona?” “¿Qué es el talento?”

Muy pronto nos encontramos pensando sobre todo aquello desde la base, como intentando comprender el tren de pensamiento de los adultos.

También mantuvimos una embarazosa discusión sobre el amor, la cual transcurrió de la siguiente manera:

—Mizuho, ¿qué es lo que crees sobre este tal amor? Mis amigos hablan sobre él de vez en cuando, pero en realidad todavía no lo comprendo bien.

—Tampoco lo sé. En el cristianismo, la palabra “amor” puede tener cuatro formas diferentes, y también hay otras formas de amor en otras religiones, por lo que creo que es inútil intentar comprenderlo. Por ejemplo, amor es definitivamente lo que mi madre siente por Ry Cooder, pero también es amor lo que siente mi padre por los zapatos cordobeses, y hay alguna clase de amor en el hecho de que intercambiemos cartas, Kiriko. Es algo bastante diverso.

—Gracias por ese comentario tan casual, me ha hecho muy feliz. Por lo que me dices creo comprender que el amor del que hablo tiene un significado completamente diferente de ese del que hablan mis amigos. Creo que debo de cuidarme de esas chicas que hablan tan libremente sobre el tema. De lo que hablo es de un amor más emocional, romántico. Eso que normalmente se puede advertir en películas o libros, pero que nunca he visto en la realidad; algo completamente diferente del amor sexual o de familia.

—Aun dudo de su existencia. Pero si el amor del que hablas no existe, entonces alguien debe habérselo inventado, lo cual es una idea impactante. Por muchas décadas, el amor ha sido la inspiración para hermosas pinturas, canciones e historias. Si es una invención, entonces es la más importante de la humanidad, o quizás la más amable mentira que haya germinado alguna vez en el mundo.

Etcétera.

Sn importar el tema que tratáramos, nuestras opiniones eran tan similares que se nos podría haber considerado gemelos perdidos.

Hablar con Kiriko se sentía como si nuestras almas, separadas por siglos, se reunieran por fin.

Esa idea se quedó para siempre grabada en mi cabeza: una reunión de almas.

 

Al mismo tiempo que mi relación con Kiriko se iba haciendo más profunda, yo me daba cuenta de que era incapaz de adaptarme a mi nueva escuela primaria.

Y mi verdadera existencia solitaria comenzó una vez que me gradué y entré en la secundaria.

No tenía ninguna amistad con la que hablar en clases, apenas mantenía conversaciones mínimas en los clubs y, naturalmente, no había nadie con quien pudiera hablar de mis problemas personales. De cierto modo, estaba mejor antes de cambiarme de escuela.

En cambio, todo pareció ir mejorando para Kiriko en cuanto entró en la secundaria, y sus cartas me probaban una y otra vez que estaba llevando una muy feliz vida. Me contó que había hecho un montón de amigos maravillosos. Que se quedaba hasta muy tarde en el club charlando de cualquier cosa con sus amistades. Que fue escogida para integrar el comité ejecutivo del festival cultural y ello le permitía entrar en salones normalmente inaccesibles. Que se escabullía junto a algunos compañeros en el techo para almorzar, y luego era regañada por los profesores. Etcétera.

Sentí que habría sido incómodo responder a tales cartas con meras descripciones de mis circunstancias miserables. No quería preocuparla, y habría odiado que pensara que era débil.

Quizás si hubiera sido sincero acerca de mis problemas, ella habría sido comprensiva y me hubiese apoyado. Pero en realidad no quería eso. Insistía en verme bien frente a Kiriko, así que le conté mentiras. Mis cartas contaban una vida ficticia, tan perfecta que no se veía opacada en ningún sentido por la suya.

Al principio no era más que una broma, pero gradualmente se convirtió en mi mayor alegría. Supuse que sentía un cierto amor por la actuación: una faceta de mí mismo que no conocí hasta entonces.

Teniendo en cuenta solo aquello que podía parecer plausible, escribí la mejor vida escolar que pude planear sin desviarme de la realidad de ser Mizuho Yugami. Había creado una segunda vida mediante esas cartas.

Solo cuando escribía cartas a Kiriko, solo entonces podía convertirme en mi yo ideal.

En primavera y verano y otoño e invierno, en días soleados, nublados, lluviosos y nevados. Sin importar el clima yo escribía cartas y las dejaba en el buzón en la esquina de la calle. Cada vez que llegaba una carta de Kiriko, abría muy cuidadosamente el sobre, lo pegaba a mi rostro, me recostaba en la cama y disfrutaba cada palabra mientras bebía café.

 

Una peligrosa situación aconteció a cinco años de habernos vuelto amigos por correo, durante mi decimoséptimo otoño.

—Quiero que nos encontremos frente a frente —escribió Kiriko—. Hay cosas que simplemente no puedo decir a través de una carta. Quiero que nos miremos a los ojos y escuchemos la voz del otro.

Esa carta fue un verdadero problema. Por supuesto, yo también deseaba encontrarme en persona con ella. Habría amado ver que tanto había cambiado en cinco años.

Pero resultaba obvio que, si ello llegara a ocurrir, todas mis mentiras serían expuestas. La gentil Kiriko no podría condenarme por ello, estaba seguro. Pero bien que la decepcionaría.

Incluso, de alguna forma, planifiqué convertirme en el falso Mizuho Yugami por un día, pero incluso si pudiera disimular todas las mentiras, bien sabía que sería incapaz de ocultar mis acciones y mirada taciturna, producto de años de soledad, o mi falta de confianza.

Muy tarde llegué a arrepentirme de no haber tenido nunca una vida decente.

Así, tratando de generar excusas plausibles para rechazarla, pasaron semanas, y luego un mes. Un día decidí que lo mejor era terminar con todas las mentiras. Decirle la verdad habría terminado nuestra cómoda relación de forma desastrosa y para siempre, y ya resultaba doloroso seguir enviando cartas temiendo que mis mentiras fuesen descubiertas.

Esto ocurrió a la vez que se acercaba la temporada de exámenes. Por lo que decidí terminar nuestro intercambio de cinco años, tan rápido que incluso me sorprendió.

Si de todos modos iba a odiarme, pensé que lo mejor era terminar todo por mí mismo.

Un mes después de que llegara la carta pidiendo encontrarnos, arribó otra carta a nombre de Kiriko. Era la primera vez que yo rompía el acuerdo tácito de responder en menos de cinco días. Ella debió de haberse preocupado porque nunca antes había ocurrido. Como esperaba, llegó otra carta al mes siguiente, y también la ignoré. Me dolía, ciertamente, pero era lo único que podía hacer.

Hice un amigo la misma semana en que dejé de revisar la correspondencia. Creo que tal vez me había vuelto demasiado dependiente de Kiriko y me había alejado de las relaciones normales.

El tiempo pasó, y mi hábito de revisar el correo se hizo cada vez más esporádico.

Así fue como terminó mi relación con Kiriko.

 

Fue la muerte de mi amigo lo que me llevó a escribirle de nuevo.

En el verano de mi cuarto año de universidad Haruhiko Shindo, la persona más cercana a mí en aquellos días, se suicidó.

Debido a ello me recluí en mi apartamento. Sabía que me estaba perdiendo clases importantes del semestre y tendría que repetir el año, pero no me importó. Ni siquiera sentía que fuese un problema.

En realidad, no me sentí demasiado triste por su muerte. Había dejado señales por todas partes.

Desde que lo conocí, Shindo añoraba la muerte. Fumaba tres cajas de cigarrillos al día, bebía whiskey sin parar, y salía cada noche en su motocicleta.

Veía las películas del Nuevo Hollywood y repetía una y otra vez las escenas de muertes de los protagonistas, suspirando como si se encontrase en un trance.

Por eso, cuando se me comunicó de su muerte lo único que pude pensar fue «bien por él». Finalmente estaba donde siempre había deseado. No había ni una pizca de arrepentimiento en mí del tipo «Debí haberme comportado mejor con él.» o «No pude notar que estaba sufriendo».

Seguramente Shindo tampoco pensó en hablar conmigo sobre sus problemas. Sin duda, lo único que deseaba era pasar algunos días ordinarios llenos de sonrisas, y luego desaparecer, justo como hizo.

El problema, entonces, era que yo todavía estaba ahí. La desaparición de Shindo fue un duro golpe para mí.

Para bien o para mal, me estaba dejando atrás. Era más perezoso, más desesperado, más pesimista que yo, y tenía una falta de objetivos en la vida bastante similar, por lo que tenerlo a mi lado era un gran alivio. Podía observarlo y pensar «Si un chico como este vive su vida, entonces yo puedo hacerlo también».

Su muerte me arrancó ese pensamiento de raíz. Empecé a temer al mundo exterior, hasta el punto en que solo podía salir entre las dos y las cuatro de la madrugada.

Si me forzaba a salir, mi corazón empezaba a latir con fuerza y me volvía paranoico e hiperventilaba. Lo peor era que podía empezar a convulsionar y mis miembros y rostro se entumecían.

Oculto en mi habitación de cortinas cerradas, bebía y veía las películas que Shindo adoraba. Cuando no lo hacía, dormía.

Añoraba los días en que veía películas con Shindo y salíamos por ahí. Hicimos todo tipo de cosas estúpidas: gastamos un montón de dinero en los juegos del arcade, envueltos en nicotina y bien entrada la noche, fuimos a la playa a medianoche y regresamos sin haber hecho nada en absoluto, perdimos todo un día lanzando piedras al río, condujimos por el pueblo soplando burbujas desde la motocicleta…

Pero pensando en ello, eran esos momentos tontos que pasamos juntos los que profundizaron nuestra amistad. Si hubiéramos tenido una relación más sana, su muerte probablemente no me habría traído tanta soledad.

«Si tan solo me lo hubiera dicho» —pensé—. «Si Shindo me hubiera invitado a ir con él, lo habría seguido en la muerte con una sonrisa».

Tal vez él lo sabía, y por eso decidió morir sin decirme ni una palabra al respecto.

 

Las cigarras murieron, los árboles se tornaron rojos; el otoño llegó. Eran finales de octubre. Ese día, repentinamente, recordé una conversación trivial que tuve una vez con Shindo.

Era una tarde despejada en julio. Nos encontrábamos en una habitación húmeda, bebiendo y charlando.

Sobre el cenicero había una montaña de colillas que parecía poder derrumbarse con el más leve toque, por lo que coloqué latas vacías a su alrededor, alineadas como bolos.

Nuestros oídos eran atacados por el ruido de las cigarras colgadas en el poste de teléfono cerca de la ventana. Shindo agarró una de las latas, se acercó a la baranda y la lanzó contra los insectos.

Falló por completo y la lata cayó en la carretera con un traqueteo. Shindo expulsó una maldición. En el momento en que regresó para tomar una segunda lata, las cigarras se fueron volando, como para ridiculizarlo.

—Oh, sí —dijo Shindo, mientras sostenía la lata—. ¿No deberías saber ya si aceptaron tu aplicación?

—Ojalá hubieras sido tan curioso después de que me dieran la respuesta —respondí.

—¿Rechazado?

—Si.

—Es un alivio. —Shindo suspiró, tampoco tenía ofertas de trabajo— ¿Has vuelto a intentarlo en otro lugar?

—No. No estoy haciendo nada. Me pido unas vacaciones de verano de mi caza de trabajos.

—¿Vacaciones? Suena bien. También tomaré las mías entonces.

Por la televisión transmitían un juego de béisbol de universidad. Los jugadores, solo cuatro o cinco años más jóvenes que nosotros, estaban siendo aclamados. Era la parte baja del séptimo inning, y todavía ningún equipo había anotado carreras.

—Esta es una pregunta extraña —comencé—, pero cuando eras un niño, Shindo, ¿qué querías ser?

—Profesor universitario. Te lo he dicho montones de veces.

—Oh, sí, supongo que lo hiciste.

—Ahora, ¿te lo imaginas? Que yo apunte a ser profesor es tan poco plausible como que un soldado quiera ser pianista.

Shindo tenía razón; él no lucía para nada como alguien capacitado para ser profesor. Tampoco sé para qué ocupación podría haber sido adecuado.

Supongo que ya era un profesor en el sentido de que la gente al verlo aprendía como no debía de acabar, pero hasta donde sé, “mal ejemplo” no es un oficio.

—Podría haber un pianista soldado —supuse.

—Eh, tal vez. ¿Entonces qué quieres ser?

—Nada.

—Mentiroso —me acusó, golpeando levemente mi hombro— Al menos los adultos hacen creer a los niños que pueden tener sueños.

—Supongo que es cierto.

Escuchamos las porras que provenían del televisor. El juego finalmente salía del pantano del empate. La bola golpeó la verja, y el jardinero estaba desesperado por recogerla. El corredor de segunda base ya había llegado a tercera, y el jugador del campo corto desistió de lanzar al plato.

—¡Tenemos una carrera! —exclamó un comentarista.

—Hey, ¿no estabas en el equipo de béisbol en la secundaria? ¿No eras bastante conocido en el área por tu picheo? —preguntó Shindo—. Lo escuché de un amigo. Un joven de nombre Yugami que, aunque estaba en segundo año, podía lanzar con monstruosa precisión…

—Supongo que ese soy yo. Sí, era bastante bueno controlando la bola. Pero dejé el equipo en el otoño de ese año.

—¿Por una herida o algo?

—No, es una historia algo rara… En ese tiempo, cuando en verano ganamos las semifinales en las preliminares de la prefectura, se me consideraba básicamente un héroe. No quiero alardear, pero en ese juego casi llevé al equipo a la victoria por mí mismo. Era extraño que nuestro equipo escolar llegara tan lejos, por lo que toda la escuela nos animaba. Todo el mundo me aclamaba.

—No me puedo imaginar nada de eso mirándote ahora —Shindo dijo dudoso.

—Yeah —sonreí mordazmente. No podía culparlo por eso. Incluso yo a veces me sentía incrédulo al respecto—. A pesar de no tener muchos amigos en la escuela, ese día fui el héroe. Me sentía increíble. Excepto que… esa noche, cuando me acosté en la cama y pensé en ello, sentí una intensa vergüenza.

—¿Vergüenza?

—Si. Estaba avergonzado de mí mismo. Me preguntaba la razón por la que me sentía tan feliz.

—Aunque no haya nada mal con eso. Por supuesto que debías de estar feliz después de todo.

—Supongo. —Él tenía razón, no había motivos para no sentirme bien por ello. Debí haber estado orgulloso. Pero algo en lo profundo de mi cabeza se negaba a aceptarlo. Mi humor se hundió de inmediato, como cuando un globo hinchado explota.

» De todos modos, justo después de eso todo empezó a sentirse terriblemente ridículo. Y pensé que no quería seguir avergonzándome más. Así que dos días después, el día de las finales, me salté el entrenamiento temprano y fui a un cine. Vi cuatro películas seguidas. Recuerdo que el aire acondicionado estaba tan frío que estuve todo el tiempo frotándome los brazos.

Shindo se rió con fuerza.

—¿Eres idiota?

—Un idiota de los grandes. Pero incluso si pudiera regresar en el tiempo y volver a tener delante dicha oportunidad, creo que seguiría haciendo lo mismo. Naturalmente, perdimos por un enorme margen. El equipo, mi supervisor, mis compañeros de aula, mis profesores, mis padres, todos estaban furiosos. Me trataron como si fuera un asesino. Cuando me preguntaron mis razones para haber faltado dije que había confundido la fecha, y eso solo añadió más combustible al fuego. El primer día de las vacaciones de verano, todos mis compañeros me arrastraron a un lugar alejado y me dieron una paliza. Rompieron mi nariz. Es por eso que ahora tiene una forma diferente.

—Cosechas lo que siembras —dijo Shindo.

—Sin duda —estuve de acuerdo.

El juego en la televisión llegó a su final. Terminó con el último bateador dando un débil roletazo hacia segunda.

Ambos equipos se saludaron, pero el equipo perdedor —probablemente obligado por su supervisor— puso todo el tiempo un rostro tenebroso lleno de falsedad. Era muy anormal.

—Siempre fui de los niños que nunca deseó nada —dije—. Nunca me sentí de esa forma. Es difícil para mí calentarme y muy sencillo que me enfríe, por lo que nunca tuve esperanzas de nada. En Tanabata mis listones siempre se quedaban en blanco. No nos regalábamos nada por navidad en casa, pero ello no me incomodaba. Cuando recibía dinero por año nuevo, hacía que mi madre lo guardara y usara para mis lecciones de piano. Oh, y solo tomaba lecciones de piano para pasar menos tiempo en casa.

Shindo apagó la televisión, encendió el reproductor de CD´s, y pulsó el botón de reproducir. El álbum era “Tonight´s the Night” de Neil Young, uno de sus favoritas.

Y una vez que terminó el primer tema, dijo:

—Suena como si nunca hubieras sido un niño en lo absoluto. Qué asco, hombre.

—Pero todo el tiempo me sentí normal— expliqué—. Los adultos pueden amonestar a los niños egoístas, pero nunca regañarán a un niño que no pide nada, por lo que me tomó un tiempo darme cuenta de lo extraño que era… Quizás es la misma pared con la que me enfrento ahora. Incluso los reclutadores en las empresas podrían decirlo. En realidad, no quiero trabajar, de hecho, ni siquiera quiero el dinero, e incluso ser feliz no es algo que me llame mucho la atención…

Shindo quedó en silencio por un momento. Supuse que había dicho algo estúpido.

Pero cuando ya estaba pensando en cómo cambiar el tema de conversación, habló:

—Pero disfrutaste escribiendo aquellas cartas, ¿cierto?

—¿… cartas? Si, hubo un tiempo en que hice eso. —Nunca lo olvidé, ni en lo más mínimo, pero hablé como si acabara de recordarlo.

Shindo era el único que sabía no solo que había sido amigo por correspondencia de Kiriko, sino que también había contado todo tipo de mentiras a través de aquellas cartas. Sucedió que se me escapó durante un festival el año anterior, mientras estaba borracho y molesto por la luz del sol que golpeaba mi rostro.

—Sí, supongo que estaría mintiendo si dijera que no lo disfruté —dije.

—¿De nuevo, cuál era el nombre de la chica con la que hablabas?

—Kiriko Hizumi.

—Cierto, Kiriko Hizumi. Esa con la que cortaste todo tipo de contacto. Pobre chica, todavía mandaba valientemente sus cartas incluso después de que la ignoraste.

Shindo masticó una pieza de jugosa carne y bebió cerveza. Luego continuó:

—Hey, Mizuho. Deberías encontrarte con Kiriko Hizumi.

Resoplé, pensando que bromeaba. Pero sus ojos irradiaban seriedad. Estaba convencido de haber llegado a la mejor idea de su vida.

—Encontrarme con Kiriko, huh —repetí de forma sarcástica—. ¿Y entonces disculparme por lo que hice hace cinco años? ¿Decir “perdona a este pobre mentiroso”?

Shindo negó con la cabeza.

—No es lo que quiero decir. No importa si escribiste mentiras o no. Porque esa, uh… asociación de almas que me mencionaste, no puedes hacer eso con cualquiera. Tú y esta chica podrían ser muy compatibles, estoy casi seguro. Quiero decir, solo fíjate en vuestros nombres, es el destino. Yugami y Hizumi, ambos significan distorsión.

—De cualquier modo, ya es muy tarde.

—Yo no diría eso. Según lo veo, si realmente encajan, entonces un periodo en blanco de apenas cinco años, incluso diez años no supondría ningún problema. Puedes recuperarlo todo y continuar como si hubiera sido ayer la última vez que hablaron. Solo digo, no hará daño que lo intentes, solo tienes que ver si Kiriko Hizumi es la persona para ti. Incluso podría ayudar a resolver tu pequeño problema de apatía.

No recuerdo como respondí a eso. Pero estoy seguro de que fue una respuesta vaga que terminó con la conversación.

 

Decidí encontrarme con Kiriko. Quería hacer honor a la sugerencia de Shindo, y me sentía solo después de perder a mi mejor y único amigo.

Más importante, me sentía presionado por la dura realidad que me mostraba que las personas por las que uno se preocupa no estarán por siempre a su lado.

Dando todo de mí, salí y me dirigí a casa de mis padres. Tomé la pequeña caja rectangular del closet de mi habitación, y organicé por fecha todas las cartas de Kiriko sobre el suelo.

Pero por mucho que busqué, no pude encontrar las últimas cartas que nunca abrí. Me pregunto qué pudo haber estado escrito en ellas.

Envuelto en el ambiente nostálgico de mi habitación, releí todas las cartas una por una. Entre los cinco años había un total de ciento dos cartas, y leí desde la última hacia atrás. El sol ya se había puesto cuando terminé de leer la primera carta que me envió.

Compré sobres y papel, regresé a mi apartamento, y escribí una carta. Todavía recordaba su dirección de memoria.

Había mucho que quería contarle, pero considerando que lo mejor era hablar en persona, escribí una carta breve.

—Siento haber roto el contacto hace cinco años. Me he estado escondiendo de ti. Si estás dispuesta a perdonarme, entonces ven al parque ___ el 26 de octubre. Es el parque para niños que hay de camino a mi antigua escuela primaria. Allí te esperaré.

Y, con solo esas pocas oraciones, puse la carta en el buzón.

No tenía expectativas. Y quería mantenerlo así.

 


Anterior | Índice | Siguiente

 

5 2 votos
Calificación
Suscribirse
Notificarme de
guest

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.

0 Comentarios
Retroalimentaciones en línea
Ver todos los comentarios
0
Nos encantaría conocer tu opinión, comenta.x