Vaya, sí que ha pasado tiempo desde que subí el anterior capítulo… Lo siento.
Intentaré hacer el 19 para dentro de poco, sean pacientes conmigo xd Esta es la mentira más cruel que he dicho
En fin, disfruten.
Traductor: Absolute
Editor: CO2
El artesano
―… ¡Exactamente por eso es que deberías pagarlo antes de hablar!―gritó un hombre flacucho con un pañuelo marrón enfrente del taller.
―¡Estoy agachando la cabeza precisamente porque no puedo hacer eso! ―respondió un hombre bien formado de pelo negro encrespado que tenía la cara roja.
―¡Ya dijiste esto antes! ¿¡Cuántas veces van ya!?
―¿¡Entonces qué debería hacer, morir de hambre!?
―Hay otras cosas que puedes hacer antes de morirte de hambre, ¿¡no!? ¡Vende tus cosas, vende tu casa! ¡Ponle algo de esfuerzo al asunto!
―¡Lo hago! ¡Trato de hacerlo! ¡Pero vender mi casa es lo último que haría! ¡Te lo suplico, estoy realmente en problemas!
―¡Eso también lo escuché incontables veces! ¡Solo vete a casa!
―¡Tú! ¿¡Así es como le hablas a tu aprendiz sénior!? ―El hombre bien formado presionó vigorosamente al hombre del pañuelo con una serie de argumentos.
Kei y Aileen susurraron mientras observaban.
―¿Están hablando sobre dinero?
―Creo que sí.
Basados en lo que escucharon, el argumento parecía ser que ellos estaban repitiendo ‘Quiero que me prestes algo de dinero.’ Y ‘No te prestaré nada.’ Además, por la cara harta del hombre con el pañuelo, esta no era la primera ni la segunda vez. Tampoco parecía que hubiera devuelto lo que ya había pedido prestado. El hombre corpulento intentó con todas sus ganas― ¡Te pagaré la próxima vez! ―mas no parecía tener mucha confianza consigo mismo.
―… ¡Entiendo! ¡Ya entendí, sé cómo te sientes!
El hombre fornido se sentó con los brazos y las piernas cruzados, diciendo en voz alta―: ¡Sin tu ayuda estoy acabado! Si voy a caer y morir en algún callejón, ¡me moriré aquí y ahora! ―Se quedó quieto como una roca.
La expresión de Aileen era de asombro, y, estando bocabierto, Kei dijo―: Está muy serio…
―Ugh, ya basta… ―la irritación del hombre con el pañuelo era clara en su rostro mientras se cubría la cara con las manos y suspiraba. Sus ojos miraron a Kei y a Aileen parados a un lado del camino― O-oh. ¿Unos clientes?
Poco después, el hombre bien formado, sentado y con las piernas cruzadas, también se percató de ellos; una traviesa sonrisa apareció en sus labios.
―Ah~… Perdón por interrumpir cuando estaban en medio de algo. ¿Este es el taller de Montand? ―preguntó Kei con inseguridad.
―¡Sí, sí que lo es! ¡Esta es el maravilloso taller de Montad! Hoy hay tantos clientes que me dan celos, ¿a que sí? ―El hombre corpulento se rio a carcajadas y miró de reojo al hombre del pañuelo.
―Soy Montand… ¿En qué puedo ayudarlos? ―Preguntó el hombre que llevaba el pañuelo mientras se giraba hacia ellos con expresión de vergüenza.
Kei se quedó inmóvil durante un momento. La atmósfera tormentosa le impidió decir con indiferencia: «Servicio postal~». Sobre todo, el hombre fornido que les sonreía desagradablemente lo incomodaba. Los ojos de Kei dieron un rápido vistazo sobre los dos.
Permaneció en silencio durante un momento, tan solo un pequeño momento, mas Montand captó por el desconcierto y la mirada de Kei― Ahh, está bien… Perdón, esperen un momento por favor ―De repente se dio la vuelta, abrió violentamente la puerta del taller y desapareció en su interior. Sonaba como si estuviera rebuscando en los estantes― ¡Toma, esto debería ser suficiente! ―Claramente molesto, volvió a salir de la tienda y tiró una pequeña cartera al hombre fornido que aún se hallaba en el suelo. Unas pocas monedas de plata se esparcieron por el pavimento de piedra― ¡Es la última vez! ¡No volveré a darte caridad, no después de esto!
Mientras sonreía abyectamente, el hombre corpulento recogió las monedas, sin siquiera tratar de ocultar su desdén hacia Montand― Jejeje… Gracias, gracias. Estoy seguro que algo saldrá de esto. No esperaba menos de mi confiable junior…, me aseguraré de devolver el pago eventualmente.
Montand resopló, mostrando su falta de confianza mientras respondía con sólo una mirada severa y sus labios apretados fuertemente cerrados.
El hombre fornido guardó cuidadosamente la cartera en el bolsillo de su pecho mientras se iba en silencio hacia el casco viejo°.
―Aaah… ―con un suspiro depresivo, Montand se quitó el pañuelo y se pasó la mano por su pelo rubio antes de volver a encarar a Kei― Lo siento. Eso fue feo.
―Ah, no hay problema…
―Así que, ¿qué puedo hacer por ustedes? ―preguntó con una refrescante sonrisa de negocios.
La cara de Kei se endureció. Esta atmósfera hizo que fuera difícil decir con indiferencia, «Servicio postal~», a su manera.
―De hecho, debo disculparme. No es tan para un asunto de negocios… Mi nombre es Kei. Ayer partimos después de una corta estancia en Tahfu, donde el alcalde de la aldea, Bennett, nos pidió que le entregásemos esta carta a tu esposa… ―con timidez, él le mostró a Montand la envoltura que tenía en mano.
Montand miró la firma en la parte de atrás y alzó la voz sorprendido―: ¡Oh! ¡Es mi padrastro, sí que ha pasado tiempo! ¿Vinieron solo a entregar esto? Se los agradezco.
Estaba inesperadamente feliz, al contrario de lo que se esperaba. Kei se rascó la cabeza y torpemente desvió la mirada.
―No, perdona. Solo vinimos a entregar esta carta, así que…
―¿Hm?
―Recién… Tuviste que dar un préstamo de dinero porque te hice sentir apurado… ―dijo Kei mientras miraba en la dirección en la que se había ido el hombre fornido.
―Ahh ―Montand asintió comprensivamente. Sonrió levemente, pareciendo resignado― No te preocupes por eso. Si no hubiese prestado el dinero entonces ese tipo se habría quedado ahí donde estaba… Se entrometerá en los negocios, así que tarde o temprano tendría que prestárselo. Por cierto, ―continuó― ¿dijiste que vinieron de Tahfu? ¿Cómo andaba mi padrastro?
―Oh, a Bennett parecía irle bien.
―Ya veo, está bien entonces… Si no les molesta, ¿les gustaría hablar con mi esposa sobre Tahfu? Ella no ha estado ahí desde hace mucho, así que estoy seguro que se alegrará por escuchar sobre la aldea.
Kei y Aileen se vieron el uno al otro.
―No me molesta.
―Muy bien, entonces.
Planeaban revisar algunas tiendas de armaduras y cuero después de entregar la carta, pero como Montand era un artesano, podría presentarles a un hábil trabajador del cuero para la piel de Mikazuki.
Kei aceptó su petición, juzgando que sería mejor llevarse bien con él.
―¿Por qué no entramos?
Kei y Aileen aceptaron la invitación y entraron en el taller.
El interior estaba limpio y pulido.
Kei pensaba que un taller sería un espacio de trabajo desordenado, pero el de Montand era todo lo contrario.
La decoración de la mueblería estaba bien coordinada con un elaborado trabajo en madera y encaje. No había astillas de madera en el piso de madera, ni siquiera en la parte de atrás. Más que un taller, se sentía como una tienda pequeña. Le recordaba a la sala de exposición de muebles a la que fue cuando era niño.
―¡Eh, Kiska! ¡Hay una carta de tu padre! ―gritó Montand a la habitación de atrás.
―Voy ―respondió una voz. Se oía el sonido de pasos rápidos. Una mujer joven y un poco regordeta apareció, limpiándose las manos en la parte delantera de su delantal blanco― ¿¡Una carta de mi padre!?
―Estos dos vinieron a entregarla.
―¡Oh, cielos! Gracias por desviarse de su camino. Soy Kiska ―Rápidamente se inclinó ante ellos. Su cabello de color castaño cortado uniformemente se balanceó en sus hombros. Tenía el mismo pelo castaño que Danny y Cronen. El pelo de Bennett ya tenía canas, así que el color de pelo podría venir de su madre.
―No fue mucha molestia. Por casualidad pasamos por aquí…
Kiska tomó la carta y le preguntó en voz baja a Montand―: ¿Qué pasó con Boris?
Respondiendo con una mirada agria―: Lo mandé a casa.
―Hm… ―asintió vagamente mientras rompía el sello y empezaba a leer la carta con entusiasmo.
Kei y Aileen también se hablaron en voz baja.
―… ¿Boris?
―Lo probable es que sea el tipo de antes, ¿no te parece?
Montand miró en silencio mientras ella estaba absorta por la carta. Una brisa entró por la gran ventana que se encontraba abierta. Kei y Aileen, asimismo, esperaron en silencio. Aileen se interesó profundamente por la campana de viento de madera que colgaba del techo ―la cual hacía un sonido agradable y agudo como un xilófono cuando el viento soplaba― y se atrevió a tocarla. Para Kei, se parecía un poco a un gato que arañaba una cola de zorro verde. ¹
Kei tenía tiempo, así que también se puso a mirar los alrededores de la tienda. Había una mesa de madera brillante, limpia y barnizada. El borde estaba alisado y tenía un grabado de hiedra ornamental que se sentía bien en sus dedos. El mantel de encaje funcionaba bien con la carpintería. En la parte superior había una decoración de un pájaro en una rama que giraba cuando el viento soplaba como una veleta. Era una pieza fina y elaborada. Demostraba la habilidad de Montand.
Dirigió su atención a la pared. Tenía varios marcos de pintura vacíos, que probablemente también fueron hechos por Montand. Aunque eran simples, su modesto diseño probablemente haría que la pintura se viera mejor.
«Básicamente, este es un lugar para los ricos, ¿eh?».
El taller estaba lleno de obras que una persona normal no compraría como muebles adornados, elaborados y decorativos que no tenían ningún uso práctico. Probablemente tenga clientes ricos y bien pagados, pensaba Kei cuando de repente advirtió que decoraban la pared de la esquina.
Flechas.
Estaban decoradas con una hoja dorada y las puntas de las flechas tenían una forma peculiar. Por muy simples que fueran, la fabricación era sólida.
Varios tipos de flechas colgaban de la pared.
―¿Algo te llamó la atención?
La voz vino justo de su lado. Sorprendido, se percató de que Montand tenía una sonrisa amistosa.
―Sí… Solo pensaba que también haces buenas flechas. Me llamaron la atención apenas las vi ―contestó Kei con una sonrisita tímida mientras se rascaba la cabeza.
Quedó más fascinado de lo que pensaba. No se dio cuenta de que Montand se le acercó
Con una sonrisa sarcástica, Montand dijo―: Más que también hacer flechas… es mi negocio principal, de hecho.
―Oh, así que ese es tu trabajo principal.
―No ganaría lo suficiente para sobrevivir si sólo hiciera flechas… Recientemente siento como si no supiese cuál es mi trabajo principal.
―¿Podría examinar una?
―Por supuesto, adelante.
Con su permiso, Kei cogió una de las simples flechas de la esquina― Guau… ―Al instante que la tocó supo que era de alta calidad. Su densa madera era la prueba de su robustez. Las flechas con tanta densidad dificultaban su rotura. La delgada y afilada punta de la flecha sería difícil de sacar una vez metida en su objetivo. Su superficie lisa y pulida reduciría la fricción de la flecha, permitiéndole disparar sin perder potencia, así como penetrar más profundamente en la carne del blanco. Tenía un centro de gravedad perfecto, lo que reduciría al mínimo la desviación de vuelo. Desde la pluma blanca hasta la punta, la flecha no tenía ni siquiera una ligera curvatura.
―Esta… es una buena flecha ―murmuró Kei en admiración.
Había un dicho: ‘Un buen obrero no culpa a sus herramientas’, pero al menos, un arquero podía elegir sus flechas.
Puedes acostumbrarte a la fuerza de tiro y a las imperfecciones de tu arco, pero no puedes decir lo mismo de las flechas. Lo que se quería era una flecha que volara exactamente como la imaginabas, ya fuera en forma recta o curvada por el viento.
La que tenía en la mano era perfecta en ese sentido. No hubo ninguna deficiencia en los materiales utilizados ni en la técnica de fabricación.
―Me place que te guste, Kei-san. Eres un especialista en arcos, ¿no es así?
―Jaja, para que te des cuenta.
Desde que estaban en la ciudad, Kei solo llevaba un equipo ligero, pero seguía teniendo una espada larga en la cadera junto con Aguijón de Dragón en su funda de tela. Llevaba su arco a todas partes aunque no lo necesitara. El hecho de que lo hiciera hacía parecer que era importante para él. De un vistazo, era fácil decir que era un arquero.
―Solo lo pensé por tu arco. Lo confirmaste cuando agarraste primero esa flecha. Cualquiera interesado en mi negocio principal siempre revisa esa primero.
De las flechas que aparecen en la exposición, Kei eligió la más práctica. Por supuesto, las otras flechas también eran de alta calidad, pero no coincidían con su preferencia. Le preocupaba que la usabilidad de las más ornamentales se viera afectada por su superficie. Naturalmente, un arquero se sentiría atraído por la que Kei sostenía.
―Puede que sea erróneo, pero la mayoría de los arqueros comprar este tipo, ¿cierto?
―Eso es correcto. Cazadores vecinos, mercenarios conocidos… También hubo un cazador de Tahfu que compró diez de éstas anteriormente.
―Tahfu… ¿Era Mandel?
―¿Lo conoces? Sí, era Mandel.
―Ya veo, conque incluso Mandel… ―Kei murmuró, admirado. Su impresión de Montand se elevó aún más.
Montand permaneció en silencio mientras veía a Kei inspeccionar la flecha.
Para ser honestos, Kei se había dejado llevar por el ritmo de Montand, mas él no creía que fuera malo.
―Por cierto… ¿A cuánto están? ―Kei sonrió ligeramente mientras preguntaba.
―Un juego de diez cuesta sesenta monedas de cobre ―dijo Montand, devolviendo la sonrisa.
―¿Ah?
Cada una costaba seis moneas de cobres. Un precio de mercado alto sería de dos monedas de cobre, mientras que un precio bajo sería de cinco monedas de cobre pequeñas². Comparado con eso, estos eran muy caros. Por supuesto, este nivel de calidad era raro. Teniendo esto en cuenta, el precio era razonable.
―Pero si compras un juego de treinta, obtendrás un carcaj de cuero. Kei-san, tú montas a caballo, ¿verdad?
―Sí. Me especializo en tiro con arco ecuestre.
―¿Sí? Perfecto entonces ―dijo mientras tomaba un gran carcaj de un armario cercano―. Aquí estamos. Esto puede contener cuarenta de mis flechas de tamaño normal. Y si se requiere, también puede se puede fijar a una silla de montar. A un amigo se le ocurrió el diseño, y yo mismo puedo garantizar su resistencia.
―Ya veo, ya veo.
Kei tomó el carcaj para echarle un vistazo. Las costuras parecían bien hechas. Como dijo Montand, parecía resistente. Pensó en preguntar por el marroquinero que hizo esto para que se ocupara de la piel de Mikazuki.
―… Muy bien, me lo llevo. Deme treinta flechas, por favor.
―Enseguida, te lo agradezco mucho ―se inclinó; quedó un poco sorprendido por la constancia de Kei, sin embargo.
―Por cierto, ¿me presentarías a la persona que hizo esto?
―Sí, él es un conocido mío… ¿Tienes un pedido para él?
―Sí, es que tengo la piel de mi caballo. Quería un marroquinero experto ya que es algo a lo que estoy apegado.
―Por supuesto. Si ese es el caso, no habrá problemas. Te lo presentaré después.
―Gracias.
Como el trato estaba hecho, Montand se dirigió hacia la habitación de atrás para recoger las flechas, pero Kei se le dirigió.
―Perdona. Algo más, tengo una pregunta.
―¿Qué sería?
―Recién dijiste ‘flechas de tamaño normal’, ¿eso significa que tienes otras más largas y ligeramente más grandes?
―Flechas más largas, ¿cierto?
―Sí. Quisiera que le echaras un vistazo a esto.
Kei sacó al Aguijón de Dragón de la funda de tela con el cordel de su arco suelto. Sin que la cuerda estuviese siendo jalada, el arco se hallaba doblado en la forma de la letra ‘C’, por lo que era un poco más compacto. Sin embargo, Montand juntó sus cejas después de que Kei volviera a estirar la cuerda del arco y vio el retrato completo.
―Es un arco grande, ¿no es así? … Supongo que las flechas no son lo suficientemente largas.
Como se esperaba de un artesano, se dio cuenta de lo que Kei intentaba decir con solo una mirada.
―No es exactamente que las flechas no tengan el largo requerido. La fuerza de esta cuerda es bastante grande, por lo que usarla con flechas normales no es un problema. Pero, en pro del argumento, si quiero usar su máximo potencial…
―… tendrías que jalar más la cuerda ―Montand terminó la frase de Kei, asintiendo.
―¿Podría probar el arco?
―Seguro.
En el momento en que Kei le entregó el Aguijón de Dragón, la mano de Montand se levantó mientras él soltaba un, «hala», de la sorpresa. Al igual que con Mandel, la ligereza lo tomó desprevenido.
―Este es un arco muy ligero, ¿eh? … Aunque…, ¿¡qué carajo pasa con esta resistencia!? ―el asombro de Montand era evidente en su expresión cuando trató de tirar de la cuerda del arco.
―Te lo dije, es un arco fuerte.
Montand ignoró la cara engreída de Kei y dio lo mejor de sí para tirar de la cuerda, gimiendo con esfuerzo―: Guh, hng, hng…
Kei miró contento durante un rato, pero Montand estaba inesperadamente decidido ya que no parecía querer detenerse pronto. Kei se preocupó y decidió detenerlo― Deberías parar antes de que te lastimes…, sobre todo porque tienes las manos desnudas. Podrías herirte los dedos.
―Diablos… ¡Jodido arco! ―Frustrado, soltó un «Oww…» mientras agitaba su mano derecha. Al final, sólo pudo tirar de la cuerda hasta llegar al codo― Debo decirlo, este es un arco asombroso. Por mi trabajo, sé cómo usar arcos hasta cierto punto… Sin embargo, esta es la primera vez que me he topado con un arco así. Lo siento si esto suena grosero, pero, Kei-san, ¿realmente lo usas en combate?
Kei sonrió audazmente y de repente retrajo la cuerda del Aguijón de Dragón hasta llegar a su oreja.
―¡V-vaya…, con tal facilidad! ―los ojos se le abrieron de par en par.
Kei se volvió aún más presumido después de la refrescante reacción de sorpresa de Montand.
―Cielos… Bueno, ¡ahora entiendo la situación! Tengo unas cuantas flechas más grandes, espera un momento por favor.
Montand no esperó a que Kei respondiera ya que se dirigió hacia la habitación de atrás, pareciendo un poco excitado. Lo escucharon hurgando en estantes y cajones, y al poco tiempo, salió con un gran paquete de flechas y una expresión chispeante.
―¡Lamento la espera! La verdad es que estoy investigando varios tipos nuevos de flechas. También traje algunos de los prototipos.
―Oh, genial.
―Primero que nada, aquí tienes una flecha grande. Originalmente la hice para un arco largo, pero podría ser buena para ti.
Kei agarró la flecha que le había tendido. Tenía plumas teñidas de azul y era moderadamente más larga que las que había estado usando. Colocó la flecha para probarla y ésta fue capaz llegar junto al arco la oreja de Kei. La tensión en sus brazos hizo que el cuerpo le crujiera. Mantener el arco preparado era difícil incluso para Kei, no tendría mucho tiempo para apuntar. Pero, a cambio, parecía que tendría un poder increíble.
―Esta también es buena. Aunque si tuviera que ser exigente, preferiría una flecha de punta más estrecha. Para mí, la fuerza de perforación es más importante que la fuerza de impacto.
―Una punta estrecha… ¿Te refieres a algo así, quizá?
―Ah, sí, la punta de esa flecha se ve bien.
―Genial, tengo más. Si el tiempo no es un problema, ¿te gustaría que se las cambie?
―Sería perfecto, por favor hazlo… Por cierto, ¿cuánto es la comisión de cambio?
―La casa invita ―Montand se inclinó cortésmente.
Se miraron y sonrieron. Ambos estaban de buen humor.
―Muy bien, también te compraré esas. ¿Cuántas tienes?
―Incluyendo esa, hay doce.
―Vendido. Me llevo todas.
―Muchísimas gracias.
―Y pues… ¿Tienes otras? No creo que esto sea todo lo que tienes.
―Por supuesto que no. Mire ésta, por favor.
Montand le dio a Kei una flecha que tenía plumas rojas y no era tan larga como la anterior. El foco de ésta era su grosor. El diámetro de esta flecha era mayor que el de una flecha normal. La punta era cónica y tenía muchos agujeros, recordándole a Kei una aguja.
―Es… ¿es hueca en el interior?
―Sí. Ésta es para la caza mayor. Los orificios de la punta se conectan a través del eje a los orificios de la parte posterior.
―Ya veo… ¡Así el objetivo sangraría aun teniendo la flecha incrustada!
―Precisamente. Supongo que no hace falta decirlo. Sin embargo, como es hueca, su peso es comparativamente bajo. El viento puede empujarla con mayor facilidad y con un arco normal le faltaría potencia… Pero, si es ese arco entonces tal vez…
―Interesante. ¿Cuántas tienes de ésta?
―Tres, ya que es solo un prototipo.
―Vendido. Me llevo esas tres.
―Muchísimas gracias. Ahora bien, mire ésta…
Kei siguió el flujo de Montand diciendo enérgicamente: “¡Vendido!” o “¡Genial!” mientras tomaba flecha tras flecha. Los dos se dedicaron cada vez más a ello, acalorando la venta de los prototipos.
―Perdona, este es otro de sus malos hábitos… ―Kiska se puso la mano en la mejilla y suspiró, habiendo terminado de leer la carta hacía mucho tiempo.
―A-ah… ―Aileen sonrió rígidamente y asintió con vaguedad a su lado.
La primera flecha larga y la flecha de hemorragia eran una cosa, pero los prototipos posteriores sólo parecían una pérdida de dinero. Por ejemplo, la flecha que estaba mostrando ahora tocaba una melodía de silbatos mientras volaba, pero claramente no tenía ningún uso práctico.
«No debería desperdiciar tanto dinero…». Aileen quería advertirle, pensando en el futuro, pero la plata que usaría para pagar venía de él luchando contra los bandidos. No le correspondía a ella decirle cómo usar el dinero. En realidad, rara vez compra cosas por impulso…
Kei casi nunca estaba tan interesado en comprar algo.
«¿Quizás el estrés le está afectando…?» Aileen no podía decirle nada ahora.
―Mamá~, tengo hambre ―la voz de una niña vino de la retaguardia de Aileen.
Una simpática niña de diez años cruzó la puerta detrás de Aileen.
―Oh, Lily. ¿Ya llegaste?
―¡Síp! Hoy salí más temprano de lo usual ―Lily asintió felizmente a Kiska.
―… Uhh… ―Aileen inclinó ligeramente la cabeza hacia un lado.
―Ah. Esta es mi hija, Lily. Venga, ve a saludar a la cliente ―le urgió a Lily.
―Gusto en conocerte, mi nombre es Lily. Tengo diez años ―dijo como si estuviera ensayado, y rápidamente se inclinó.
Aileen, que amaba a los niños, sonrió ante la linda reverencia. Se agachó a la altura de Lily y dijo suavemente―: Hola. Soy Aileen, también me es un gusto conocerte.
Lily sonrió tímidamente.
―¡Y ahora quiero que veas este arco!
―¿¡Qué es esto!? Parece un mecanismo complejo…
―Fufufu. Tengo confianza con éste. ¡Está diseñado para suprimir a mucha gente con una sola flecha!
―¿¡Qué!? ¿Cómo diantres eso es…?
Sin prestar atención a los demás, Kei y Montand se animaron bastante.
―Una vez que se pone así, no hay nada que lo detenga… Lily, ¿qué tal un bocadillo? Aileen, si gustas, ¿me acompañas a tomar el té allá en el fondo?
―Seguro, estaría encantada… ―Aileen sonrió tensa y asintió.
Al final, la emoción de esos dos continuó hasta que el sol se escondió y se hizo de noche.
† † †
Al noroeste de Satyna, en los barrios bajos.
El área seguía a lo largo de la línea de alcantarillado desde la ciudad y actuaba como una guarida para los forajidos que no podían entrar a la ciudad y para aquellos que eran discriminados.
Las alcantarillas tenían tejas de pizarra³ que las encerraban, sin embargo no evitó que el olor se filtrara. Era un ambiente terrible; en algunos lugares el agua se filtraba con un hedor lo suficientemente nauseabundo como para enfermar a alguien.
Un hombre caminó por el camino sucio. Su pelo negro estaba encrespado y despeinado. El color de su ropa se desvaneció profundamente al llevarla durante mucho tiempo. Sus ojos estaban un poco inquietos y encorvó su fornido cuerpo mientras aceleraba su paso.
El nombre del hombre era Boris.
En la ciudad de Satyna, había sido un artesano de flechas.
Rápidamente recorrió las complejas calles de los tugurios. A ambos lados sólo había chozas en ruinas, haciendo las carreteras como un laberinto. Continuó aún más al oeste y llegó a un angosto y desolado callejón.
Se apoyó en una de las chozas, aún encorvado, y suspiró levemente mientras tomaba un descanso para sus piernas. Sólo había unas pocas personas alrededor.
Una anciana con un aire sospechoso a su alrededor se sentó en una pequeña silla. En su escritorio maltratado había huesos de animales y un fragmento de cristal. Parecía una adivina, mas la pequeña moneda de cobre en el plato de a su lado la hacía también parecer una mendiga.
A pesar de que Boris estaba a su lado, ella bajó la cabeza y no movió ni un músculo.
Al otro lado de la calle estaba sentado un grupo de hombres sucios con una mirada peligrosa en los ojos. Sus caras estaban negras con tatuajes. Llevaban sus espadas oxidadas con aprecio. La gente de las praderas se volvió vagabunda después de perder sus casas en la guerra hace diez años.
Miraron bruscamente a Boris, quien rápidamente apartó la mirada.
Aquí, la ciudad sonaba muy lejana. La atmósfera estancada pesaba mucho. La brisa que soplaba por el callejón contenía un rastro de nerviosismo. Un silencio inquietante prevaleció.
Tac tac, tac tac tac, tac, Boris golpeó sus pies, como si tratara de deshacerse del silencio. Tac tac, tac tac tac, tac. Parecía un niño que intentaba hacer pasar el tiempo.
―Tú… Ese de allá ―La anciana se movió por primera vez. Sus movimientos eran lentos cuando se volvió hacia Boris y le dio una sonrisa manchada de amarillo―. ¿Has visto un cuervo? Un cuervo…
Boris respondió a su pregunta un poco tenso―: Sí, he visto uno.
―¿Es así? Yo también. Un cuervo negro… Gegege ―se rio espeluznantemente.
Los ojos de la anciana estaban blancos y nublados. Él se preguntó qué había visto con esos ojos.
―Siéntate… Leeré tu fortuna…
Boris hizo lo que le ordenó y se sentó frente a ella. La silla crujió en silencio.
―Dame tu mano.
Sin decir una palabra, extendió su mano derecha.
Los brazos de ella eran como ramas marchitas. Acariciando su mano― Es… blanco ―dijo ella― Plumas… blancas. Cuídate de él. Trae la muerte consigo…
Boris tragó audiblemente ante sus ominosas palabras― ¿Estaré bien si eludo las plumas blancas?
―Sí…
Ella asintió lentamente y apartó sus manos.
Un pequeño estuche de metal estaba en la palma de su mano.
―Ahora… Vete. No queda mucho tiempo…
Boris metió el estuche en su camisa. Sin decir una palabra, se levantó y rápidamente se fue.
Sintió constantemente las miradas de los hombres con las espadas.
Se limitó a tomar el mismo camino de regreso.
Las paredes de Satyna se hicieron visibles después de caminar por la calle ligeramente sucia a la luz de la tarde. La puerta que conectaba los barrios bajos y la Ciudad Vieja, aunque no tan mala como las puertas del sur, tenía una fila de gente esperando para entrar.
Boris se metió silenciosamente al final de la fila. Parecía que estaban inspeccionando a la gente en grupos de cinco. Todos los guardias tenían lanzas cortas y expresiones estrictas. Incapaz de mantener la calma, Boris dio golpecitos con sus pies, tac tac, tac tac tac tac. Era como un niño impaciente. Uno de los guardias le miró con dudas. La línea procedía lenta pero constantemente.
―¡Siguiente! ¡Los siguientes cinco, paso al frente!
Había llegado el turno de Boris. Había una persona delante y tres detrás. El grupo entró por la puerta.
―Muy bien, ¡sáquense los zapatos! ¡Pongan las manos de sus cabezas!
A diferencia de los otros, éste tenía una pechera de metal. En su casco había una pluma blanca que demostraba su condición de oficial al mando. El cuerpo de Boris se endureció por un momento y parecía que iba a hacer contacto visual con el guardia, así que rápidamente miró hacia abajo.
―… ¿Hm?
La boca de Boris estaba completamente seca. Rezaba desesperadamente por no destacar, aunque se estaba hundiendo en aguas turbias.
―¡Tú! ¿¡Qué escondes ahí!? ―dijo el guardia con voz amenazadora.
La sangre drenó de la cara de Boris, pero el guardia no se dirigió a él. Era a la persona detrás suyo.
La mujer, que vestía lo que parecía harapos rotos, fue azotada contra el suelo por el guardia.
―¡Señor! Esta mujer llevaba esto en sus zapatos…
Uno de los guardias le tendió una pequeña bolsa de cuero al oficial al mando. Con una expresión áspera lo cogió y lo abrió. El polvo blanco se derramó suavemente. Lo pinchó con la punta del dedo y se lo lamió antes de escupirlo.
―Drogas…
―¡N-no sé qué es eso! ¡No es…! ―gritó con voz temblorosa.
―¡Cállate! ¡No te resistas!
Los guardias la golpearon con porras.
―¡¡Paren!! ¡No sigan golpeándola! ―dijo el oficial al mando. Se interpuso a la fuerza entre la mujer y los guardias, deteniendo el asalto inmediatamente. Se sacudió la barbilla ante la puerta interior de la entrada mientras la mirada de la mujer se aferraba a él―. Llévensela.
Dos guardias robustos la sujetaron de ambos lados y la obligaron a pararse.
―Tengo algunas cosas que preguntarle. Sean gentiles… No la maten todavía.
La miraba como si fuera un gusano. Su cara se volvió blanca y empezó a temblar ante la cruel mirada del hombre.
―¡N-no! Está equivocado. ¡Enserio no sé nada! ¡Sálvenme, alguien, alguien ayúdeme!
―Carajo, ¡que no te resistas!
―¡Sáquenla de aquí!
La mujer, medio enloquecida, se resistió en vano mientras la llevaban al puesto de guardia en la muralla de la ciudad.
―Mujer estúpida… Probablemente se volverá una esclava…
―No… Recientemente han sido más severos…
―Las mulas⁴ son decapitadas sin excepción…
―Si es que no mueren durante el “contrainterrogatorio”…
La gente que esperaba en la fila se susurró mutuamente, pero en el momento en que el oficial al mando aclaró su garganta se callaron.
―Muy bien, estate quieto.
Uno de los guardias se paró frente a Boris. Comenzó a revisarle el cuerpo desde los pies y fue subiendo con esfuerzo. Boris se detuvo y miró las plumas blancas del oficial al mando. Finalmente, las manos del guardia sintieron el estuche de metal en su camisa.
El guardia dudó. Tocó todo el contorno del estuche, confirmando su forma y echó un vistazo a la rígida cara de Boris. Entonces, el guardia le quitó las manos de encima.
―No hay nada extraño ―dijo el guardia con indiferencia al oficial al mando que estaba detrás de él.
El guardia había mirado a Boris antes cuando éste estaba inquieto.
―Bueno, déjenlo pasar ―Asintió profundamente y apartó su mirada de Boris.
Boris exhaló un largo y delgado suspiro mientras se ponía los zapatos y lentamente atravesó la pequeña entrada.
―… ¡Los siguientes cinco, paso al frente!
Ignoró la voz del oficial al mando detrás suya a la vez que dio un suspiro de alivio después de haber cruzado por un par de callejones.
Eso estuvo cerca…
Su cara estaba demacrada. En la luz del atardecer se arrastró los pies por el callejón, que era mucho más limpio que los de los barrios bajos.
Finalmente, llegó a un pequeño bar con una tenue luz que se filtraba por la puerta. Se sentó en el mostrador y con voz monótona ordenó al camarero―: Cerveza…
El camarero llenó una taza de madera con líquido ámbar de un barril y la colocó violentamente frente a él.
―Eh, hermano. ¿Cómo has estado ―El hombre que estaba a su lado le habló con indiferencia y se llevó la taza a los labios con práctica obvia, y bebió como si la tuviese pegada a la boca.
―Genial… ―contestó Boris sombríamente mientras sacaba el estuche y se lo pasaba al hombre debajo del mostrador.
Él lo agarró sin perder el ritmo.
―Es bueno oírlo. ¿Cómo está tu esposa?
―Huyó hace mucho…
―Jajajaja, es verdad. Mi culpa, mi culpa. Lo olvidé ―El hombre guardó el caso con una sonrisa desagradable. A cambio, colocó una pequeña bolsa de cuero frente a Boris― Yo pagaré tu cuenta como disculpa, así que bebe. Nos vemos ―el hombre se levantó de su asiento y se marchó del bar.
Boris lentamente revisó el contenido de la bolsa. Un gran puñado de monedas de cobre brillaba tenuemente.
Le faltaba un poco para equivaler a una plata. La bolsa era un poco voluminosa, pero no valía tanto.
―Solo esto… ―murmuró.
Esto es lo que vale tu vida. Así es como se sentía.
―¡Mierda!
Inclinó su taza y bebió el resto de su cerveza. El alcohol barato sabía mal, pero no podía dejarlo sin beber. Ni siquiera una de plata. Pagaba mejor que un trabajo normal, pero no le permitía ganar lo suficiente para pagar su deuda durante mucho tiempo. Posiblemente tendría que hacerlo más de diez veces.
―Cerveza… ―dijo, sosteniendo su taza vacía frente suyo mientras miraba con ira la lámpara que colgaba del techo.
Boris ni siquiera podía imaginar cuánto valía el contenido del estuche de metal que tenía si se vendía a gran escala. Sin embargo, si él iba según el precio de calle entonces vendería por no menos de diez o veinte de plata.
Aun así, ni siquiera consiguió una de plata.
―¡Mierda!
Se bebió el resto de su cerveza, sintiéndose triste y vacío. Ni siquiera sabía el nombre del hombre que se llevó el estuche. Hoy había ido bastante bien, pero un paso en falso y podría haberse caído de la cuerda, igual que esa mujer. Era sólo la punta de la cola del lagarto. Su inutilidad le hacía sentir náuseas. Mientras lamentaba la injusticia del mundo, algunos buenos momentos pasaron por su mente. Épocas de cuando todavía era un artesano exitoso.
―Esos fueron buenos días… ―Mientras murmuraba para sí mismo, Montand apareció en su cabeza― ¿Por qué él es así mientras yo…? ―sujetó la taza con vigor― Ya verás lo que se siente…
El sabor de este alcohol barato.
Las palabras venenosas del hombre podrido se extinguieron en el pequeño y destartalado bar de las afueras de la ciudad.
El artesano (Epílogo)
Por cierto, el sistema monetario funciona así:
1 moneda = 10 monedas pequeñas
10 monedas de cobre = 100 monedas pequeñas de cobre = 1 moneda de plata
10 monedas de plata = 100 monedas pequeñas de plata = 1 moneda de oro
Notas:
0– Conjunto de edificios y calles que forman el centro histórico de una población. También se les conoce como casco antiguo o ciudad vieja.
1– Cola de zorro verde: Se trata de un herbaje anual con tallos decúbitos o erectos que crecen hasta un metro de largo, y que a veces alcanza dos metros o más. [Fuente: Wikipedia]
2– Cobre pequeño es para referirse a monedas pequeñas. 10 monedas ‘pequeñas’ es igual a 1 moneda ‘normal’ (véanlo como céntimos o centavos), por lo que 10 monedas de tamaño pequeño es igual a 1 moneda de un tamaño mayor —que además posee un valor superior al que una unidad de la moneda pequeña poseería—, es decir, 10 monedas pequeñas de cobre es lo mismo que 1 moneda de cobre, 100 monedas pequeñas de cobre son 1 moneda de plata y 100 monedas pequeñas de plata es igual a 1 moneda de oro.
3– Es un tipo de roca metamórfica homogénea. Se presenta generalmente en un color opaco azulado oscuro y estructurada en lajas u hojas planas por una esquistosidad bien desarrollada (pizarrosidad), siendo, por esta característica, utilizada en cubiertas y como antiguo elemento de escritura. [Fuente: Wikipedia]
4– Por si no les suena, mula ( o burro) es un término utilizado para referirse (en este contexto) a una persona que contrabandea algo con ella a través de una frontera nacional (como es en este caso, donde una mujer intenta penetrar la seguridad de los muros para así vender su carga).
Parece que Boris va a tener una flecha entre los ojos…
Es factible