Parásito enamorado — Capítulo 7

Traductor: Electrozombie

Editor: Fixer—san & Aoisora


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Mordisco de chinches

Los dos primeros días transcurrieron de forma normal. Normal en la forma en que eran antes de que conociera a Sanagi. Se recostaba en la cama y leía libros, y cuando se cansaba de ello, gastaba el tiempo frente a la computadora, comiendo la mínima comida indispensable al sentir hambre. En lugar de pensar las cosas una y otra vez, su prioridad era recuperar un estado mental en el que fuera capaz de pensar. Supuso que vaciar su mente y tomarse las cosas con calma era lo mejor que podía hacer.

Pensando racionalmente, no había forma en que pudiese rechazar el tratamiento. Ciertamente no quería que un gusano incomprensible lo manipulara y lo hiciera suicidarse. Y más importante, matar al gusano curaría la germafobia que lo había estado afectando todos aquellos años.

Sin embargo, algo en su interior se resistía. Era el miedo primigenio que tienen todos los humanos hacia los cambios importantes. Hasta ahora su vida había girado en torno a su soledad y su fobia. Para bien o para mal, había logrado acostumbrarse a ese tipo de vida. Al derribar aquellos dos pilares tendría que reconstruir su vida desde la base. Eso podría estar bien para un adolescente, ¿pero sería realmente posible para alguien en el final de sus veinte?

A pesar de aquella preocupación, por lo general se encontraba a favor del tratamiento. Lógicamente, ya se encontraba casi al final del camino, y emocionalmente ya había superado la mitad.

Izumi le contactó el tercer día. Su correo decía: “Hay alguien que quiero que conozcas”. Kousaka se dirigió a la cafetería especificada, y se encontró con un hombre joven. El rostro del hombre aun parecía infantil en algunas partes, y no parecía haber pasado mucho tiempo desde que este saliera de la universidad. Pero era el primer paciente infectado por el gusano, aquel que fue mencionado de forma ocasional en los correos de Kanroji, Yuuji Hasegawa, conocido como Y.

A través de él, Kousaka supo cómo fue que conoció a su pareja. Cómo con apenas veinte años se habían enamorado tan apasionadamente, cómo se sintieron atraídos de forma natural hacia el otro, cómo se casaron. Y como la pasión se diluyó.

Aquello sonaba exactamente a la forma en que se habían conocido Sanagi y Kousaka. Mientras más escuchaba, más sorprendido quedaba por la cantidad de cosas en común. Un encuentro inesperado entre dos personas con diferente personalidad, que gradualmente se fueron acercando tras conocer sobre la enfermedad mental de su contraparte. Ambos misántropos conocieron a la única persona en el mundo que podía ser la excepción y en quien podían confiar. Superaron la diferencia de edad y se casaron…

-Pero no era más que una enfermedad –dijo Yuuji Hasegawa, mirando a la distancia-. Una vez que comencé a tomar la medicina para liberarme de los gusanos, los sentimientos que tenía por mi mujer se enfriaron en un parpadeo. No puedo recordar que fue lo que me cautivó de ella y me hizo querer casarme. Parece que a ella le ocurrió algo similar. El divorcio fue solo cuestión de tiempo.

Allí, Kousaka vio su propio futuro. Una vez que el gusano desapareciera, la relación entre ambos se enfriaría, y tal vez lo más probable es que las cosas regresaran a la normalidad más temprano que tarde. Porque aquellos sentimientos solo eran manipulaciones del gusano. Algo temporal.

Kousaka pensó que su amor era también probablemente una enfermedad. Entonces recordó el día que conoció a Sanagi. Específicamente, rememoró la escena del artista callejero que vio fuera de la estación del tren. Él había montado un espectáculo con dos marionetas. Un juego ridículo. Una vez que las marionetas se daban cuenta de que no estaban realmente enamoradas, ¿acaso había sido el titiritero el que las había hecho enamorarse? No podía saberlo. Pero, en cualquier caso, el amor que se profesaban ellos no era muy diferente al de las marionetas. La única diferencia recaía en que las cuerdas no podían ser vistas.

Para el momento en que Yuuji Hasegawa hubo terminado de hablar, Kousaka ya se había decidido. Juró tomar el tratamiento. No le importaba si aquella decisión destruía el amor que pensaba tener hacia Sanagi. Si continuara la relación con ella después de saber que todo era una manipulación del gusano, seguramente no sería capaz de tratarla de la misma forma que antes. En cierta forma, su relación se había terminado desde el momento en que escuchara la historia de Urizane.

Kousaka le agradeció y se fue. Al regresar a casa y colgar su abrigo, notó allí la bufanda que le regló Sanagi.

Por un momento, el pensamiento de deshacerse de ella cruzó por su mente. Tal vez nunca sería capaz de escapar de su atracción inherente hacia Sanagi con esa cosa cerca.

Sin embargo, pronto lo reconsideró. No debería tomar ninguna acción extrema. Al igual que cuando se deja de fumar o beber, forzarse a odiar abruptamente algo suele resultar en el efecto opuesto, y el encanto de esa cosa se intensifica. Debería olvidar lentamente a Sanagi. No había necesidad de apresurarse.

Kousaka puso la bufanda dentro del closet. Fue al baño y tomó una ducha de una hora, se cambió a ropas limpias y se acostó en la cama. Cada vez que cerraba sus ojos, los eventos del pasado mes revoloteaban y se desvanecían tras sus pestañas. Cada uno de ellos era un recuerdo irremplazable. Él intento, por todas sus fuerzas, no caer ante la persuasión; aquello era cosa del gusano. Eran como los sufrimientos de un adicto a las drogas. Si lo soportaba, entonces pronto se irían.

*

Y entonces llegó el cuarto día.

En la tarde del siguiente día, Izumi le recogería y el tratamiento comenzaría. Y entonces probablemente no volvería a ver a Sanagi otra vez. Se les permitiría encontrarse otra vez una vez que estuvieran completamente libres del gusano, pero para ese momento, ya habrían perdido el interés en la relación. Cada uno seguiría con su vida.

Kousaka pensó que debía de encontrarse con Sanagi al menos una última vez. Si se separaban de esa forma, su existencia proyectaría una sombra sobre sus recuerdos por el resto de su vida. Necesitaban separarse de la forma correcta. Al separarse, un “adiós” toma el peso de significar “Por favor, olvídame. Yo te olvidaré”.

“Debo despedirme de ella”

Kousaka tomó el teléfono sobre su escritorio. Y mientras se debatía sobre si enviar o no un mensaje a Sanagi, el teléfono comenzó a vibrar.

Era una notificación de correo de ella. Parecía que ambos habían pensado en lo mismo.

Era un mensaje simple: “¿Puedo ir allá?”

Kousaka escribió una palabra: “Si”, y lo envió.

Algunos segundos después el intercomunicador comenzó a sonar. Pensando que no era posible, él abrió la puerta, y encontró a Sanagi allí de pie. Ya debía de estar esperando fuera al momento de enviar el mensaje.

Usaba un abrigo de algodón sobre su uniforme. No portaba sus usualmente toscos audífonos. Al vestirse de forma tan común, Sanagi se veía como una chica normal sin ningún problema. Al mirar a los ojos de Kousaka, reflexivamente desvió la mirada, pero lentamente volvió a centrarla en él y bajó ligeramente la cabeza. Era una modestia extraña en ella.

A pesar de que solo habían pasado tres días, se sentía como un largo tiempo desde la última vez que se vieron. En el momento en que la vio, su resolución se agitó sin remedio. Por mucho que lo intentase, era difícil resistir el encanto cuando estaba frente a ella.

Sintió una fuerte urgencia de abrazarla allí mismo. Pero se resistió desesperadamente.

Para calmarse, Kousaka se imaginó la escena del gusano en su cabeza lanzándole todo tipo de sentimientos románticos en forma de señales nerviosas y hormonas con increíble fiereza. Por supuesto, la realidad era seguramente un poco más compleja que eso, pero lo importante no era hacerse una idea exacta, sino ser consciente del control del parásito.

Esta vez, Sanagi no se dirigió directamente a la cama. No se quitó el abrigo o los zapatos; solo se quedó parada en la entrada, sin siquiera entrar en la habitación. Tal vez pensaba que ya no tenía el derecho a cruzar al umbral de la puerta nunca más.

—¿Quieres hablar? —Kousaka rompió el hielo.

—Señor Kousaka, ¿vas a matar al gusano? —Sanagi preguntó con dificultad.

—Es lo que debería hacer.

—Ya veo —dijo ella sin ningún tipo de emoción, sin parecer querer celebrar o reprochar su respuesta.

—También lo harás, ¿verdad, Sanagi?

Ella no respondió a esa pregunta.

En cambio, respondió cambiando de tema.

—Hay una última cosa que quiero mostrarte, señor Kousaka.

Se dio la vuelta y salió de la entrada. Seguramente intentaba incitarlo a seguirla. Kousaka se apresuró a tomar su abrigo y billetera y corrió tras ella.

Tomaron varios trenes en pos de llegar a su destino final. Kousaka preguntaba hacia donde se dirigían, y Sanagi no respondía, diciendo que era un secreto. Tras cambiar del JR a la línea privada, el escenario fuera de las ventanas se simplificó gradualmente. El tren aceleró sobre los raíles que surcaban las montañas cubiertas de blanca nieve. La distancia entre estaciones aumentó, y los pasajeros a bordo disminuyeron.

Kousaka miró a través de la ventana y pensó. Sanagi dijo que había una última cosa que quería mostrarle. La identidad de esa cosa por supuesto que flotaba llena de dudas dentro de su mente, pero lo que más le preocupaba era la mención de la palabra “última”. Era una última cosa temporal debido a que no volverían a verse una vez comenzara el tratamiento, o era una última cosa permanente que indicaba que Sanagi no tenía intenciones de tomar el tratamiento, y nunca más volverían a verse…

Escuchó el anuncio de la siguiente parada. El tren se detuvo enseguida, y Sanagi miró hacia arriba desde su lado. Ambos salieron del tren y abandonaron la estación vacía.

Montañas y planicies se extendían tan lejos como llegaba la vista. Realmente no había más nada que ver. Kousaka pudo identificar tres casas, pero lucían muy destruidas, y dudaba que alguien aún las habitara. Todo a la vista estaba cubierto por la nieve, e incluso el centro de las líneas del tren se difuminaba con la escena. Gruesas nubes colgaban del cielo, la nieve por todo el suelo oscurecía la visión como niebla; una oscuridad distinta a la de la noche llenaba toda el área. Parecía una foto monocromática. ¿Qué era lo que Sanagi quería mostrarle en aquel fin del mundo?

Fieros vientos congelaron sus cuerpos, aún cálidos por el tiempo transcurrido dentro del tren. Un escozor se sintió de inmediato en sus rostros y orejas, expuestos al viento. Sin duda, estaba más allá de la congelación. Kousaka se abotonó el abrigo hasta el cuello. Cuando tomó su teléfono para revisar el tiempo, el indicador de fuerza de la señal le avisó que se encontraba fuera de rango. Así de remoto era aquel lugar.

Sanagi comenzó a caminar hacia una de las casas sin ningún signo de duda. La nieve había trastocado su sentido de la distancia, era difícil decirlo al principio, pero había una distancia considerable hasta la casa. Durante el camino, Sanagi se mantuvo mirando atrás para asegurarse de que Kousaka le estuviera siguiendo. Pero él no podía caminar a su lado. Si empezaba a rezagarse, entonces aceleraría un poco, manteniendo siempre una distancia de al menos tres metros de ella.

Después de alrededor de diez minutos de caminata, finalmente llegaron a la casa. No podía estar más perfectamente desierta. Un edificio de madera, con afiches de elecciones desteñidos y señales de metal enganchadas sin consistencia fuera de la pared. Las ventanas estaban hechas pedazos, y el techo se había hundido debido al peso de la nieve, daba la impresión de que colapsaría en cualquier momento.

Sanagi llevó a Kousaka a la parte trasera de la casa. Allí había un contenedor de un ligero color azul. Tenía alrededor de 3.5 metros de largo, 2.5 metros de ancho, y 2 metros de alto. Tal vez el dueño de la casa lo usaba como almacén. Había óxido rojo en varios lugares, pero a diferencia de la casa, este aún era de alguna utilidad.

Sanagi se dirigió directamente al contenedor. Parecía que quería mostrarle a Kousaka lo que había dentro.

Incluso después de llegar hasta allí, Kousaka aún no tenía ni idea de lo que Sanagi quería enseñarle. No había hallado ninguna pista por el momento. ¿Qué es lo que podía haber allí, en un lugar tan remoto, en un contenedor de almacenaje tras una casa abandonada? Seguramente no era solo un tractor o un dinamo.

Sanagi entró sin decir nada. Kousaka la siguió. El interior estaba recubierto por completo, pero aun así se sentía el olor a metal oxidado. Kousaka esperaba ver basura dispersa por todo el lugar, pero el contenedor estaba mayormente vacío. Solo unas mesetas de metal se agarraban a ambas paredes, con nada sobre ellas.

Kousaka estaba confundido. ¿Sanagi quería mostrarle un contenedor vacío?

Se dio la vuelta para hacer la pregunta casi al mismo tiempo que la puerta se cerró. En un instante todo se volvió oscuro. Justo después, una luz parpadeante y molesta comenzó a brillar. Él corrió y empujó la puerta, pero estaba firmemente cerrada.

Parecía que la habían sellado desde fuera.

Al principio, Kousaka pensó que Sanagi lo había encerrado dentro. Pero entonces notó la tranquila risa a su lado. Ella se había quedado encerrada junto a él. Por lo que significaba que había alguien más afuera. A pesar de que no se había dado cuenta para nada.

—Bien —Sanagi se aclaró la garganta—. Ahora no podemos irnos.

—… Sanagi, ¿esto es cosa tuya? —Kousaka preguntó, encarando la oscuridad en la que creía que la chica se encontraba—. ¿Me mentiste al decir que había algo que querías mostrarme?

—Lo siento. Pero no te preocupes. No es como si fuera a forzarte a cometer un doble suicidio aquí, señor Kousaka —Sanagi dijo, como riéndose de su preocupación—. Solo quiero negociar. Si aceptas mis condiciones te dejaré marchar.

—¿Condiciones?

—En realidad es sencillo.

Gradualmente, los ojos de Kousaka se fueron acostumbrando a la oscuridad. Una ligera luz que atravesaba el techo iluminó levemente el contenedor.

Sanagi declaró sus condiciones.

—No extermines al gusano. Promete que rechazarás el tratamiento.

Era un desarrollo simple de predecir tras pensar un poco. Incluso si su intención terminara en fracaso, ella tenía una obligación principal de esparcir el gusano a Kousaka. Por lo que Sanagi no odiaba completamente al gusano, y tenía ideas de usarlo en beneficio propio.

—Hey, Sanagi —Kousaka continuó hablando con precaución—. ¿Por qué te sientes tan ligada al gusano? Urizane debe habértelo dicho. Si dejamos al gusano hacer lo que le plazca entonces podríamos terminar perdiendo nuestras vidas.

Sanagi negó con la cabeza.

—Eso es difícilmente creíble. Pudieron haber sido solo coincidencias. Después de todo, Yuuji Hasegawa, el paciente cero está bien, ¿cierto?

—Pero al final, es el gusano el que vuelve misántropos a los huéspedes. A este paso nunca seremos capaces de encajar en el mundo. ¿Estás bien con ello, Sanagi?

—Lo estoy —Sanagi respondió sin dudar—. Ya era así antes de ser infectada por el gusano. Tenía muchos amigos, pero profundo en mi interior, los despreciaba hasta la muerte. No podía ser como ninguno de ellos. Por lo que no podía evitar sentirme ansiosa sobre lo que pensaban de mí. Este habría sido mi destino tarde o temprano. Deshacerme del gusano no resolverá el problema fundamental.

—Puede que estés en lo correcto. Pero incluso el resolver los problemas superficiales hará mucho más sencillo el vivir.

—No lo hará.

Kousaka suspiró.

—¿Es tan importante el gusano?

—Lo es. Porque realmente amé los momentos que pasé junto a ti, señor Kousaka.

Las honestas palabras de Sanagi golpearon su corazón con violencia.

Él la refutó, también intentando convencerse a sí mismo.

—Siento lo mismo. El tiempo que pasé contigo es irremplazable y maravilloso. Pero, incluso eso es solo una ilusión causada por el gusano. No nos enamoramos por voluntad propia, fueron los parásitos en nuestras cabezas.

—¿Y? ¿Cuál es el problema si es una ilusión? —La voz de Sanagi se volvió agresiva—. ¿Cuál es el problema con un amor falso? Si puedo ser feliz, no me importa ser una marioneta. El gusano hizo cosas por mí que yo misma no podía hacer. Me enseñó como enamorarme. ¿Por qué asesinaría a mi benefactor? Conozco las marionetas de hilos, y me estoy dejando controlar. Si esa no es mi propia voluntad, entonces qué lo es.

Kousaka no sabía cómo responder. Porque el argumento de Sanagi era una clara declaración de algo que flotaba intranquilo en una esquina de su mente. Cuando un títere aprueba el hecho de serlo, ¿puede ser llamado eso un acto de libre albedrío? No podía saberlo.

Existe un experimento de neurociencia que toca el tema. Los experimentadores instruyen a los sujetos a mover los dedos de cualquier mano que deseen. Cuando esto ocurre, el cerebro motor en uno de los dos hemisferios recibe una estimulación magnética. Y el sujeto mueve los dedos de la mano opuesta al hemisferio del cerebro que es estimulado. Aun así, no están conscientes de que la estimulación magnética los controla, y están convencidos de que han decidido usar esa mano por voluntad propia.

Este experimento muestra que tan dudosa puede ser la libertad de decisión de los humanos. Dependiendo de la perspectiva, incluso se podría decir que prueba parcialmente la veracidad del determinismo. Pero algunos científicos señalan que el estímulo puede no causar la decisión por sí mismo, solo una simple preferencia y deseo, y el sujeto simplemente los considera a la hora de tomar su decisión. Tal vez la estimulación magnética solo restringe las opciones, y la decisión final es dejada a la propia persona.

Lo mismo podría decirse de la decisión de Sanagi. Se podría pensar que ha sido una decisión tomada bajo la influencia del gusano, pero también queda la posibilidad de que la tomara bajo el completo control de su mente y solo con la influencia del gusano. Aquello era, efectivamente, lo que ella estaba diciendo.

Era un punto muerto. Por mucho que discutieran, seguramente no serían capaces de llegar a una conclusión. Ella no retrocedería ni un solo paso, y Kousaka se sentía igual.

Así era como sería, solo quedaba ver quien se rendiría primero. Una prueba de fortaleza.

Miró los alrededores del contenedor. Había varias ventilaciones de aire en las paredes para prevenir la condensación, y la luz proveniente de ellas creaba una oscuridad imperfecta en el interior. Al menos no había mucho riesgo de morir sofocados.

Se sentó en el suelo. El piso estaba cubierto, pero lo suficientemente frío como para hacerle sentir que se encontraba directamente sobre el hielo. El oxidado contenedor era un lugar agonizante para el germáfobo Kousaka, pero el escalofrío provocado por la tormenta de nieve dejó a un lado el desagrado a cierto grado. Supuso que con aquel frío incluso las bacterias se calmarían.

Notando las intenciones de Kousaka, Sanagi se contuvo de continuar la charla, y se sentó a su lado.

Kousaka sintió que aquello no demoraría demasiado. Estaba casi tan frío dentro del contenedor como afuera; era como un refrigerador natural. Pronto habría resolución para su prueba de fortaleza. Y, en general, las mujeres eran más susceptibles al frío que los hombres. Ella debía de rendirse primero.

Seguramente había sido Izumi quien cerró la puerta del contenedor por fuera. Kousaka no podía pensar en nadie más que pudiera asistir a Sanagi en sus travesuras. E Izumi, que probablemente revivía las memorias de su hija en ella, priorizaría la vida de Sanagi por encima de su voluntad. Incluso en la rara posibilidad de que Sanagi cambiara sus planes y decidiese suicidarse, Izumi de seguro la detendría.

Y así los pensamientos de Kousaka se volvieron optimistas. Pero con lo que no contó fue con que aquel día había un record en la disminución de las temperaturas. Ese frío los debilitó rápidamente. Y debido a un accidente provocado por las carreteras congeladas, el único camino que llevaba a la casa abandonada fue bloqueado, lo que prevenía que Izumi regresara tras ir a llenar el tanque de gasolina.

Las primeras horas se las pasó pensando constantemente en el frío. El aire congelado y el suelo se robaban su calor. Kousaka se mantuvo frotando sus manos y pies y estirándose, intentando disminuir el frío en su cuerpo.

Pero después de cierto punto, el frío por sí solo dejó de ser un problema. Gradualmente, comenzó a sentir una sensación fundamentalmente más desagradable que le recordaba al dolor. Una señal peligrosa. Su cuerpo se entumeció lentamente y no podía moverlo como deseaba. Su corazón latía a un ritmo extraño, y sus brazos y piernas estaban tan fríos que casi no podía sentirlos.

Kousaka se mantuvo en silencio por un largo tiempo. Consideraba que, en aquel tipo de prueba de fortaleza, el que primero hablara estaría en desventaja. Era como confesar que se era más débil.

Imaginaba que Sanagi se mantenía en silencio por razones similares. Y aquel pensamiento se mantuvo durante las primeras horas. Ella siempre mostraba un rostro refrescante, como diciendo que lo estaba manejando a la perfección.

Pero, tras cuatro horas encerrados, Kousaka empezó a notar que el aliento de la chica era extrañamente leve.

Se preocupó y la llamó.

—¿Sanagi?

No hubo respuesta.

—¿Estás bien? —él sacudió su hombro, pero la mano de ella le apartó lentamente.

Cuando su mano le tocó, él tembló. Aquella mano estaba tan fría que no se sentía para nada humana.

Kousaka envolvió sus manos sobre las de ella para calentarlas. Aunque no tanto como las de Sanagi, sus manos también estaban heladas, por lo que fue un gran sinsentido.

—… Hey, Sanagi, ¿no te rendirás pronto?

—No —Sanagi respondió de una forma apenas audible.

Él suspiró profundamente.

—De acuerdo. Admito la derrota. No tomaré el tratamiento. No mataré al gusano. Así que salgamos de aquí. A este paso, será muy tarde para ambos.

Entonces Sanagi dejó escapar una pequeña risa, con un sentimiento desesperado dentro.

—Te tomó bastante tiempo. No pensé que aguantarías tanto.

—Salgamos ya de aquí. ¿Cómo abrimos la puerta?

Sanagi se quedó en silencio por un momento.

Luego habló.

—…Um, bueno, según mi plan inicial, Izumi debió haber venido a abrirnos hacía una hora.

Kousaka parpadeó.

—¿A qué te refieres?

—Supongo que algo debe de haberle ocurrido. Tal vez sufrió algún accidente. Y si Izumi no está aquí, entonces la puerta no se puede abrir. Bueno, bueno.

—Entonces, eso significa… ¿puede que nunca seamos capaces de salir?

Sanagi ni lo confirmó ni lo negó. Sin importar lo que dijese, era poco probable.

Kousaka colocó sus manos sobre las rodillas, se levantó, y con una pequeña carrera desde el lado opuesto pateó la puerta. Lo intentó docenas de veces, pero el metal no cedió. Se dejó caer contra la pared, exhausto, y se desplomó sobre el suelo. Con un último atisbo de esperanza, tomó su teléfono móvil, pero estaba fuera del área de cobertura.

Escuchó un ruido seco. Un momento después, descubrió que Sanagi se había caído. Kousaka tanteó la oscuridad y levantó el cuerpo de la chica. Entonces la llamó para asegurarse de que aún estaba consciente.

—Sanagi. Hey, Sanagi.

—Estoy bien. Solo un poco cansada.

Había sufrido un desmayo rápido. Su temblor se había detenido, pero eso solo significaba que las cosas empeoraban. Su cuerpo había dejado de producir calor. Si se quedaba dormida, definitivamente moriría de hipotermia.

Kousaka abrazó a Sanagi y susurró “Lo siento” en su oído. Aún podía sentir un leve calor en su aliento.

Entonces se escuchó el sonido de algo golpeando el suelo. Fue iluminado por la luz de la luna que se colaba por los conductos de ventilación. Un mechero. Ella lo había mantenido consigo, en el bolsillo de su abrigo.

Kousaka consideró quemar una prenda de ropa para calentarse, pero como las paredes y el suelo estaban hechas de tablas y no sabía que tan efectivo era el sistema de ventilación, pensó que quizás el fuego se le podía ir de las manos. Encendió el mechero y lo puso en el centro del piso. Una luz naranja iluminó el contenedor, y las enormes sombras de ambos aparecieron en la pared. Era una llama pequeña, pero hacía una gran diferencia.

Entonces él la sostuvo con fuerza de nuevo. Parecían no haber más opciones excepto intentar contener la pérdida de calor mientras esperaban por Izumi.

Sanagi continuó respirando levemente y con dificultad muy cerca del rostro de Kousaka. Al escuchar su respiración, casi olvidó que estaba intentando perder la afección que le tenía. El gusano dentro de su cabeza parecía sentirse complacido ante la situación de los dos huéspedes abrazándose. Su alegría también llegó hasta Kousaka, y por un momento se olvidó del frío.

Ciertamente, se arrepentiría de perder aquella felicidad. Kousaka también debía admitirlo. Pero esa era la estrategia del gusano. Si sucumbía ahora a la tentación, estaría haciendo solo lo que el parásito deseaba. Debía mantenerse firme.

Mientras Kousaka luchaba con sus discordias internas, Sanagi murmuró.

—Hey, señor Kousaka.

—¿Qué?

—¿Puedo creer en lo que dices? ¿Es cierto que no te desharás del gusano?

—No, mentí —Kousaka respondió con honestidad. Ahora no había razones para mentirle—. Solo quería engañarte para poder salir.

—…Lo sabía. Eres un mentiroso.

—Lo siento.

—No te puedes disculpar. No te perdonaré.

Inmediatamente después, el cuerpo de Sanagi, que parecía una marioneta con las cuerdas cortadas, se llenó de energía. Agarró los hombros de Kousaka y lo empujó hacia el suelo. Habiendo sido tomado por completo desprevenido, al principio él no supo lo que estaba ocurriendo. Antes de poder comprenderlo, los labios de Sanagi se juntaron con los suyos.

Uno de ellos golpeó el mechero y este cayó, y la flama se apagó al tocar el suelo. Por lo que Kousaka no podía ver la expresión de Sanagi tras el beso.

Una vez que se separó de ella, encendió de nuevo el mechero mientras recuperaba el aliento y dirigió su atención hacia Sanagi.

—Tal vez ahora nuestros gusanos han pasado a la etapa de reproducción sexual —Sanagi dijo con una mirada triunfante—. Y tal vez ahora se esparzan mucho más, y sean capaces de controlarte mejor —entonces esbozó una sonrisa directa.

—…es inútil. Tomaré la medicina después de esto.

—No. No te dejaré tomar ninguna medicina. Me meteré en tu camino.

Entonces Sanagi intentó empujar a Kousaka de nuevo. Pero sus fuerzas ya habían alcanzado el límite después del esfuerzo anterior. Ella colapsó frente a él y dejó de moverse. Kousaka se apresuró a levantarla, pero sus ojos estaban vacíos, y cada aliento parecía que podría ser el último. Cuando la abrazó, no pudo sentir ningún calor, como si sostuviera una muñeca.

“Que chica tan tonta”. Kousaka se mordió los labios.

Rezó para que Izumi apareciera en cualquier momento. Pero este solo llegó cerca de dos horas después. Para ese momento, ambos ya habían perdido la consciencia. Cuando Izumi abrió la puerta, los vio abrazados sobre el suelo.

*

Ambos fueron llevados a la clínica de Urizane y hospitalizados por algunos días. Kousaka se recuperó lo suficiente como para poder caminar por sí mismo en tan solo un día, pero Sanagi necesitó cinco días para mejorar.

Durante el segundo día de la hospitalización, Izumi visitó a Kousaka y se disculpó por poner sus vidas en peligro. La tormenta de nieve había causado un atasco que bloqueó el camino, por lo que se había demorado demasiado en llegar a ellos. Debido a la falta de comunicación, Izumi había tenido la impresión de que Sanagi tenía sus propios medios para escapar del contenedor. Si hubiera sabido que ese no era el caso, hubiese llamado a la policía o a los bomberos de inmediato para que enviaran ayuda. Kousaka le dijo que no se preocupara por ello. Ambos, Sanagi y él, aún seguían con vida, por lo que no había motivos para culpar a nadie.

—Querías que Sanagi se rindiera por completo, ¿cierto? —Kousaka preguntó.

—Sí, más o menos —Izumi lo confirmó con tranquilidad—. Si la obligaba, eso solo la hubiese hecho apegarse más al gusano, ¿cierto? Por lo que pensé en dejarla resistirse hasta que estuviese satisfecha.

—¿Qué es lo que hubieras hecho si Sanagi lograba persuadirme?

—Ni me preguntes. No imaginé que algo así podría pasar. Confío mucho en ti —Izumi dijo en broma.

Al día siguiente Kousaka le contó a Urizane lo que había ocurrido dentro del contenedor. Y este se quedó en silencio, como si le reprimiera.

—¿Eso significa que el tratamiento será más duro? —finalmente, preguntó.

—No, no importa realmente. Es solo… —Urizane cerró fuertemente sus ojos, luego los abrió lentamente tras algunos segundos—. Y pensar que llevaría las cosas hasta tal extremo.

Entonces Urizane explicó el proceso para tratar el parásito. Después de un mes tomando la medicina, debía haber un descanso de medio mes. Y este ciclo debía repetirse una y otra vez. Dijo que probablemente pasarían de tres a seis meses antes de que los gusanos se fueran por completo. Sanagi tomaría el mismo tratamiento.

Llegó el día de dejar el hospital. Pero antes de salir de la clínica, a Kousaka le dieron la oportunidad de despedirse de Sanagi.

Golpeó a la puerta de Sanagi, esperó cinco segundos, y entró. Ella vestía una bata de hospital de color azul pálido y estaba leyendo un grueso libro sobre la cama. Alrededor de su cabeza se encontraban los audífonos que una vez Kousaka le regalase.

Cuando lo notó, Sanagi cerró el libro, tomó los audífonos, y lo miró de forma solitaria. Parecía sospechar que él llegaba solo para despedirse.

—Hoy me liberan del hospital —Kousaka reportó, sus ojos se alejaron de ella—. Creo que no volveré a verte hasta dentro de un tiempo.

Por supuesto, seguramente tampoco sería capaz de verla una vez el tratamiento estuviera completo. Por lo que aquel podría ser su último adiós.

Sanagi parecía estar profundamente consciente de ello.

Ella no respondió, solo dejó caer su cabeza en silencio.

Pronto, comenzó a llorar.

Era un sollozo bastante regular, como si la lluvia mojara su rostro.

Kousaka colocó su mano sobre la cabeza de Sanagi y comenzó a acariciarla con gentileza.

—Vendré a verte de nuevo después del tratamiento —se permitió decir una mentira de consuelo—. Si los gusanos en nuestros cuerpos mueren y aún seguimos gustándonos, entonces convirtámonos en amantes.

Sanagi se secó las lágrimas del rostro con la palma y alzó la mirada.

—¿… en serio?

—Sí, lo prometo —Kousaka sonrió.

Sanagi extendió sus brazos hacia él, alejándose de la cama. Kousaka sintió su delicada piel y dijo.

—Está bien. Estoy seguro de que podremos seguir adelante sin el gusano.

—… lo prometes, ¿cierto? —Sanagi preguntó entre lágrimas.

Y así se separaron. Una vez que dejó atrás la sala del hospital y la clínica, Kousaka vio el primer cielo azul en algún tiempo. La brillante luz del sol reflejada en las pilas de nieve golpeó sus ojos. El aire estaba helado; se sentía como apenas despertando.

Sus días en el hospital habían terminado. Era un buen momento para despertar del sueño. Solo un corto periodo de tiempo, y podría acostumbrarse a aquel mundo infestado.

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PonchOTK
PonchOTK
hace 2 años

Ahora empiezo a sospechar que el parásito no es que haga que se suiciden las personas, si no que las induce a practicar actividades de alto riesgo, tal vez por que el parásito se alimenta de alguna hormona como la dopamina y por eso hace que se enamoren para fomentar su producción, puede que como tal no se enfoque en el amor sino en señales del cierpo como aumento del ritmo cardíaco

Bueno, como sea, el tipo se libró por los pelos de ir a prisión por abuso de menores xD

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