Dios… sollozos. Necesito más, pero no hay más. T-T
Traductor: Aoisorabluesky
Editor: Fixer-san
Corrector: Absolute
Había muchos sirvientes viviendo en la mansión de la bruja.
El que primero fue a ver al joven era un gigante con cabeza de toro. Aunque su cara daba mucho miendo, dirigía partes de la mansión por sí solo y podía sacar cualquier cosa que se necesitara como por arte de magia.
La limpieza de la vasta mansión estaba dividida entre los pequeños ogros. Tenían orejas y colas de asno, y pies con pezuñas, que producían un alegre sonido al andar.
Uno de esos pequeños ogros estaba amasando arcilla en un rincón del jardín.
Mientras caminaba, el joven que inventaba historias se detuvo al ver a un pequeño ogro trabajando con todas sus fuerzas.
—¿Qué haces, pequeño ogro?
—Ah.
Sorprendió al pequeño ogro, provocando que soltara lo que tenía en las manos.
Mirando el bulto de arcilla salpicado en el suelo, el joven ladeó la cabeza.
—¿Estás haciendo algún tipo de contenedor?
—… Sí.
El pequeño ogro miró hacia abajo incómodamente con su cola meciéndose de un lado al otro.
—Igual que la que tiene milady, quiero una calabaza mágica. Pero no logro darle forma.
—Ya veo. Entonces, ¿quieres que te ayude?
El joven se recogió las mangas y tomó la arcilla salpicada. Pero, claro, como el joven no era bueno para nada más que los cuentos, solo hizo algo extraño y blandito.
—Sí, esto es realmente difícil.
—No se puede, entonces.
El joven y el ogro suspiraron al unísono antes de ir a lavarse las manos embarradas.
Mientras se dirigían al pozo de agua en la cocina, se toparon con el jefe de cocina. Igual que un pulpo, su cabeza con muchos tentáculos los miró y se puso rojo como si estuviera hirviendo.
—¡Eh, deténganse ahí mismo! Si andan por ahí con las manos así de sucias, lo van a ensuciar todo ¡Lávense las manos, rápido!
«A eso íbamos», querían responder, pero si enojabas al jefe de cocina, tus meriendas escatimarían. Sin decir nada, los dos se apresuraron a sacar un poco de agua.
El joven se lavó las manos mientras miraba distraídamente a la cocina. Había muchos estantes con jarras de distintos tamaños ordenadas. Estaban llenas con hojas de ricos olores, frutas y nueces, y frijoles, entre otras cosas.
«Eso es», pensó el joven.
—Oye, ¿te sobra alguna jarra? Una pequeña está bien.
—¿Una jarra? ¿Cómo esta?
Poniendo una expresión rara, el jefe de cocina sacó una de la despensa. El joven la aceptó y se la dio al pequeño ogro.
Era del tamaño justo para las dos manos del ogro. Pero no era una calabaza mágica. El pequeño ogro, mostrándose confundido, miró al joven.
—Todos mis cuentos pertenecen a milady, así que aunque hagas una calabaza mágica, no puedo ponerlos en ella para ti. Por lo tanto, deberías poner dentro tus tesoros. Y, de vez en cuando, me gustaría que me los enseñaras.
—¿Mis tesoros?
—Sí. Como piedras lindas, o maravillosas plumas de aves, o la piel de una serpiente.
Una vez dijo esto, el joven se agachó hasta las orejas de asno del pequeño ogro y susurró—: Si me los muestras, los pondré en mis cuentos disimuladamente.
La cara del ogro se iluminó. El joven sonrió y asintió, bruscamente acariciando la cabeza del pequeño ogro.
—Escucha mis historias junto a milady. Si lo haces, tus tesoros se convertirán en fragmentos de mis cuentos. No serán cuentos por sí solos, pero cuando los mires, recordarás varias cosas. ¿No es maravilloso?
—¡Sí! Vale, ¡me voy a buscar tesoros!
El pequeño ogro dio un grito alegre mientras se iba corriendo con la jarra en sus manos. El joven lo vio marcharse, riéndose incómodamente.
La razón es que era algo que el joven había hecho hace mucho tiempo cuando aún era un niño. Buscar tesoros, reunirlos e inventar historias sobre ellos sin percatarse.
—Quizá esa jarra ni siquiera necesite de mis historias —murmuró el joven, sonriendo mientras se dirigía hacia milady.