Verano Fugaz
Los espejos no siempre dicen la verdad. Cuando las personas se miran en un espejo, los rayos de luz se reflejan en la superficie, refractándose una vez en la córnea, pasando a través de la pupila, luego refractándose otra vez en la lente cristalina para ser proyectados dentro de la retina, se convierten en señales nerviosas, y finalmente viajan hasta el centro óptico en el cerebro. Incluso antes de entrar en la consciencia, la imagen puede ser distorsionada por el filtro del amor propio.
En el sentido estricto de la palabra, no hay nadie que se vea a si mismo de forma objetiva. Los ojos de las personas solo ven lo que desean ver, y con eso como base, reconstruirán el resto tal como les gustaría que fuera. Al mirarte en un espejo, inconscientemente mantienes un ángulo y una expresión que te hace ver más hermoso, y centras tu atención en las partes de tu rostro sobre las cuales más confiado te sientes. La mayoría de las personas que dicen “No salgo bien en las fotos” simplemente no pueden aceptar la realidad de como son debido a la autoimagen que se establecen en sus mentes al conspirar con los espejos para obtener su mejor lado.
Al menos, eso es lo que pienso.
La mayoría no es consciente de este filtro hasta que se hacen lo suficientemente viejos para discernirlo. Aquellos desafortunados, o, en cierto modo, aquellos increíblemente afortunados, pasan toda su vida sin descubrirlo. En su juventud, todos son príncipes y princesas. Nadie sueña ser una de las hermanastras de Cenicienta, siempre son ella. Incluso al envejecer, cuando empiezan a sentir una diferencia entre su idealización y la evaluación de los demás, terminan sin otra opción más que corregir la imagen que tienen de sí mismos.
No soy una princesa. No soy un príncipe.
Me di cuenta de ello muy temprano en el verano de cuarto grado. Teníamos una discusión para discutir los papeles de una obra del festival cultural en septiembre. Hasta ese punto, sólo creía que mi marca de nacimiento era como mucho un lunar grande. Incluso si mis compañeros de clase me molestaban por causa de ella, pensaba que no era diferente de cuando molestaban a los niños con espejuelos, o a los gorditos, nada que se considerara demasiado especial. Incluso cuando me llamaron con nombres relacionados con ello, no me sentí tan mal. De hecho, lo disfrutaba como si fuera una prueba de que era fácil sobrellevarlo.
La declaración de un niño me enseñó lo contrario.
—¿Qué tal el Fantasma de la Ópera?
Levantó su mano, y luego me señaló.
—¡Miren, Yosuke será perfecto para ser el fantasma!
Durante una clase de música algunos días antes, durante treinta minutos vimos un video del musical de esa obra. El Fantasma llevaba una máscara que cubría el lado derecho de su rostro para ocultar su horripilante cara, por lo que el niño probablemente lo asoció conmigo en su mente.
Seguramente solo quiso hacer una broma improvisada. Algunos chicos se rieron en secreto, e incluso yo mismo pensé: «Si, entiendo».
Sin embargo, cuando nuestra siempre gentil profesora de aula en sus treintas tardíos escuchó la broma, explotó furiosamente. Golpeó el escritorio, y gritó con rabia—: ¡¿No sabes que hay cosas que no se deben decir?! —Agarró por el cuello al niño que había hecho la broma, y lo mantuvo de pie para darle un largo sermón.
Continuó hasta que sonó la campanada del almuerzo. Sus ojos estaban completamente rojos por las lágrimas, y el ambiente en el salón de clases se había vuelto opresivo. Se sentía como si por mi culpa la que debía ser una divertida preparación para el festival se hubiera arruinado.
En aquel salón de clases en el que nadie hablaba y solo los cubiertos resonaban, descubrí la verdad. «Oh, así que esta marca de nacimiento mía no es solamente el tipo de cosa de la que puedes reírte y ya».
Es una discapacidad tan grave que los adultos sienten pena por mí. Comparada a «defectos» como lo son los espejuelos, la gordura o las pecas, que hacen ganar afecto, esta era una dimensión defectuosa completamente diferente; me tornaba en una persona totalmente lastimosa.
A partir de ese día, me volví inusualmente ansioso ante las miradas de los demás. Una vez que estuve consciente de ello, vi que más personas de las que imaginaba centraban su atención en mi marca de nacimiento. Quizás lo estaba pensando demasiado, o tal vez el verdadero motivo había sido el pasional discurso de nuestra profesora, que había provocado en la mayoría de mis compañeros de clases un cambio negativo en la percepción que tenían sobre mi marca de nacimiento. En cualquier caso, no pude hacer nada, sino odiar la marca de nacimiento que cubría mi rostro.
Investigué sobre como remover marcas de nacimiento en la biblioteca, pero la mía parecía tener una causa distinta a las marcas comunes hereditarias como el “Nevus de Ota” o una “Mancha Mongólica ”, por lo que no había ningún método efectivo para removerla. Al parecer, existían casos en los que desaparecían de forma natural, pero incluso tales milagros solo habían ocurrido en marcas de nacimiento mucho más claras que la mía.
Cuando era joven, mi madre me llevó a varios hospitales, pero siempre terminó siendo en vano. El tema no volvió a surgir en mi familia por años hasta que mi búsqueda desesperada sobre el asunto de forma repentina aquel verano llevó a mi madre a probar en los hospitales de nuevo.
Recuerdo cajas musicales con sonidos similares en cada hospital al que fui. Las personas en las salas de espera tenían todas condiciones en la piel que resultaban identificables con solo un vistazo, y cada vez que veían un paciente en una posición peor que la suya, parecían sentirse reconfortados.
Al ir a todos estos dermatólogos, llegué a aprender que existían personas malditas con problemas de la piel mucho peores que los míos. Pero ese hecho no me hacía sentir mejor. A decir verdad, me hizo ver cuantas dolencias irracionales existían en el mundo. Mi situación ciertamente no era la peor. Pero eso no quería decir que siempre se mantuviera así.
Al empeorar mi escopofobia , mi comportamiento se volvió más extraño, haciéndome lucir no mucho más que una rareza, y provocándome más pánico ante la mirada de los demás; esta espiral descendente continuó hasta el punto en que difícilmente hablaba con alguien cuando iba a la escuela. Me sentía poseído por un complejo de persecución al pensar que todo el mundo sentía repugnancia hacia mí, y no podía confiar siquiera en la más amistosa de las sonrisas.
Una noche me desperté debido a un frío repentino de causa desconocida. No parecía haber atrapado un resfriado y la temperatura estaba por encima de los 21 grados Celsius , aun así, me encontré temblando incontrolablemente. Me apresuré a ir al closet a tomar una colcha, la puse sobre la sábana, y me sumergí en su interior.
Incluso en la mañana, los escalofríos no me abandonaron. Me tomé el día libre de la escuela primaria, y de mala gana llevé un abrigo de invierno a clases al día siguiente. Mi madre sospechó que padecía de ataxia autónoma y me llevó a varios hospitales, pero no parecía haber un tratamiento efectivo más allá de faltar a la escuela durante un tiempo. Afortunadamente, no había otros síntomas además de los escalofríos, si me vestía de forma cálida, no afectaría mi vida.
Y así comenzaron unas ligeramente tempranas vacaciones de verano.
Era un verano congelante. Mientras las cigarras zumbaban por todas partes, yo estaba encapullado bajo gruesas mantas bebiendo té caliente. Por la noche, llenaba una botella de agua caliente y dormiría tiritando con ella a mi lado. Cuando mis padres salían a trabajar, me escabullía fuera para tener un poco de aire fresco; me imaginaba que se preguntarían los vecinos al verme doblemente arropado bajo el ardiente sol.
Una vez que mamá comprendió que el estrés que provocaba mi ataxia era causado por mi marca de nacimiento, dejó de preguntarme todo lo que pasaba en la escuela.
—Bueno, solo descansa un poco. —Fue todo lo que dijo—. No te preocupes por mejorarte rápido. De hecho, podría ser bueno pensar en la forma de lidiar mejor con esos escalofríos.
Si hubiera mantenido tal condición hasta el invierno, ¿qué es lo que me podría haber pasado? Incluso los calurosos días de verano se sintieron como estar en el ártico. Si la temperatura decayera por debajo del límite de congelación, tal vez me habría congelado hasta la muerte. O quizás me habría vuelto loco y hubiera corrido desnudo en la nieve.
Pero nunca tuve la oportunidad de descubrirlo. Alrededor de 20 días después de tomar mis vacaciones tempranas, mis escalofríos se desvanecieron como si nunca hubieran existido.
Solo diré que todo eso fue gracias a Yui Hajikano.
*
Mi primer día de preparatoria comenzó con un clima agradable.
Pasando mis brazos a través de las mangas del uniforme blanco de verano y calzando zapatos nuevos, abrí la puerta y me sentí abrasado por el vapor del asfalto mojado. Parecía que un anciano del área había estado regando frente a la puerta, por lo que la carretera negra y mojada centelleaba. Los postes de electricidad y árboles emitían sombras distintas, y el alto fuki creciendo en un terreno baldío dejaba escapar un olor a hierbas.
Me sentí ligeramente mareado al recibir todas esas sensaciones. Estaría cumpliendo 16 este año, pero el inicio del verano era lo único que aún se sentía fresco. Sentí que tampoco podría acostumbrarme a esta época.
La estación del verano trae una cantidad excesiva de vida. El sol irradia diez veces su energía, las nubes de lluvia esparcen con libertad su esencia sobre la tierra, las plantas crecen de forma monstruosa, los insectos chirrían como locos, y los seres humanos bailan eufóricos ante el calor. Y, aun así, la vida excesiva se puede relacionar con la muerte excesiva. La razón por la que las historias de fantasmas están intrínsecamente ligadas al verano no es por el simple hecho de que ayudan a olvidarse del calor. Tal vez todos implícitamente entendemos que mientras más fuerte es el fuego que se quema, más rápido se apaga. Esa vida excesiva ocurre debido a un préstamo de energía, y más tarde la cuenta deberá de ser pagada.
En cualquier caso, siempre dejamos de lado la vida y muerte excesivas en nuestros recuerdos hasta que llega el próximo verano, y para sorprendernos, se encoje y encoje. De ese modo nos emociona cada vez el darse cuenta de lo intensa que es la estación de verano.
Debido a algún cálculo erróneo, pensé que había dejado mi casa con bastante tiempo para gastar, pero solo alcancé la estación justo antes de que el tren partiera. Todos los pasajeros ya se habían acumulado sobre la plataforma, y escuché los frenos chirriar.
Cuando mostré mi pase al trabajador y caminé a través del revisor de boletos, escuché una voz tras mí que alegremente me dijo—: ¡Tenga un buen viaje!
Di la vuelta y descubrí que la voz pertenecía al empleado que siempre se quedaba mirando mi marca de nacimiento.
Aunque lo encontré raro, abordé el tren. Estaba repleto con los olores mezclados de sudor y tabaco, asegurando que el día comenzaría con una sensación de disgusto.
Mientras miraba alrededor de mi asiento, noté dos chicas junto a la pared, usando uniformes de una preparatoria diferente, y una de ellas me señalaba riéndose de mi marca de nacimiento, gruñí y les dirigí una mirada; entonces, como si hubiera entendido que había hecho algo malo, desvió la mirada apenada, y una tímida sonrisa se formó en sus labios.
Obtener una reacción como aquella era extremadamente raro, por lo que estaba atónito. También había pasado lo del saludo del dependiente; «¿Quizás el mundo se había vuelto un poco más amable mientras estuve hospitalizado?».
Sacudí mi cabeza; no, eso no podía ser cierto. Tal vez solo ocurría que todos estaban eufóricos por la llegada del verano.
Me bajé del tren tres paradas después, mezclado entre la gente que llevaba el mismo uniforme que yo, recorrí el camino a la escuela durante treinta minutos más o menos. Aparentemente había una escuela primaria cerca, y un gran número de niños nos pasaron de largo. Alrededor de un tercio de ellos miró a mi rostro y me saludó de buen humor. Les devolví el saludo, aunque tartamudeando.
Caminando recto desde la estación durante un tiempo, en medio de un distrito residencial después de atravesar un cruce de tren, se encontraba la escuela a la que ahora asistía: Primera Preparatoria de Minagisa. El edificio en sí era fácil de encontrar, pero la puerta frontal era tan pequeña como para ser confundida con la entrada trasera. Los nuevos visitantes tendrían que caminar varias veces bordeando la verja oxidada alrededor del área para encontrarla.
Sobre el generalmente monótono edificio colgaban tres paneles, sobre los cuales se encontraban escritos los logros aburridos de clubes aburridos. Los aleros impasibles ante la lluvia estaban sucios más allá de cualquier limpieza, y realmente recordaban a la pobreza cuando se les veía desde abajo. Solo la había visitado dos veces, pero no había dudas, esta era una preparatoria que estaba años luz de lo que se conocía como elegancia.
Mientras caminaba en algún punto medio entre la estación y la escuela, discerní un movimiento extraño en uno de los bordes de mi mirada. Me detuve y volteé la cabeza, y crucé ojos conmigo mismo en un espejo de la carretera. Era el yo del reflejo el que había visto moviéndose.
Y estaba a punto de retomar mi caminata, pero algo me detuvo.
Un poderoso, inquietante sentimiento.
Me tomé un descanso y observé tomo mi cuerpo. Revisé mis ropas. Mi uniforme era adecuado. Mi camisa no tenía un botón mal abotonado ni nada por el estilo. Mis pantalones no estaban al revés, y mi cinturón estaba ajustado.
Pero, aun así, me volteé de nuevo, y me escudriñé ante el espejo.
Sí, algo era extraño. Investigué para descubrir que podría ser.
No había necesidad de decirlo, era yo viéndome en el espejo el desencadenante de ese sentimiento.
Sin preocuparme por ensuciarme las manos, las restregué en el sucio espejo, luego observé mi reflejo una vez más.
Y entonces entendí.
La persona reflejada en el espejo lucía similar a mí. Pero no era yo. Le faltaba un elemento decisivo que me hacía ser quien era.
Era una figura poco familiar, pero, aun así, en algún lugar de mi mente, se sintió nostálgico. Porque era mi apariencia ideal, mi “si tan sólo fuera como esto”, que tanto había imaginado.
La enorme marca de nacimiento había desaparecido sin dejar rastro, como si hubiera sido lavada.
Todos los sonidos y miradas se volvieron distantes de inmediato. Me quedé de pie atónito frente al espejo.
Me sentí profundamente confundido.
Un hombre tropezó conmigo desde atrás, y por poco no caí. Escuché una disculpa, pero todo eso se había vuelto irrelevante para mí. Al ver que seguía mirándome en el espejo, me dio una mirada dudosa y se fue.
Temerosamente observé la zona en la que la marca de nacimiento había estado desde todos los ángulos posibles. Confirmé que no fuera un truco de la luz o una ilusión causada por un espejo nublado.
Me pregunto si existirá un método infalible para saber si se está soñando o no, pensé. Sueños donde tus deseos se hacen realidad eran difícilmente raros. La mayoría de los sueños se basaban en una mezcla de las inquietudes y deseos de las personas. Los sueños en los que se superaba la propia inferioridad eran probablemente el ejemplo perfecto. Aun no me podía emocionar demasiado; tenía que confirmar que aquello que estaba viendo era la realidad.
Traté cerrando mis ojos durante diez segundos. Podía ser solo yo, pero al cerrar los ojos o taparme los oídos en medio de un sueño para interceptar el flujo de información a menudo rompía la cadena de asociación, causando el final del sueño. Cada vez que tenía un mal sueño, y me preocupara que lo fuera, usaría este método.
Pero después de diez, veinte y treinta segundos, no hubo ningún cambio. Mis sentidos aún se encontraban perfectamente claros.
Abrí mis ojos y me miré al espejo. Mostró, por supuesto, mi imagen sin la marca de nacimiento.
Esto no es un sueño. Por ahora, es todo lo que debo pensar. Entonces, una nueva pregunta.
«¿Qué está pasando?», pensé desesperadamente.
El hecho de que no surgiera en mi ninguna teoría digna siquiera de merecer el nombre de teoría seguramente no era a causa de la falta de sueño. En algún lugar de mi corazón, lo sabía; esencialmente, a menos que ocurriera un cambio superior en mis pensamientos, sabía que ninguna cantidad de preocupación me daría la respuesta. A menos que fuera a confiar en alguna absurda historia, pensar las cosas al final solo me llevaría a divagar en círculos.
Pero aún era incapaz de aceptarlo. Hasta que lo escuchara de su propia boca, no podría saltar a esa conclusión.
Quería ir a algún sitio en el que hubiera un teléfono público. Pero no sabía cómo hacer eso aquí, en un terreno del cual desconocía la geografía circundante. Dicho eso, probablemente habría uno dentro del edificio. Tal vez simplemente ir a la escuela sería la mejor opción. En cualquier caso, no podía quedarme allí en medio del camino para siempre. Ya no había nadie alrededor, y si no me apresurara, sería imposible llegar a tiempo a la primera clase.
A regañadientes, desvié la mirada del espejo y coloqué mis sentidos sobre el edificio escolar, visible a través de las brechas entre las casas.
A pesar de que era mi primer día de escuela, esta se había vuelto algo completamente insignificante para mí ahora. Incluso al escuchar al profesor en un salón de clases repleto con el olor del café instantáneo, estaba completamente distraído. Entonces, de entre todos los posibles momentos, me dio todo tipo de avisos en un tono apasionado, más allá de solo explicar los elementos esenciales.
—Unirse a la clase ahora será duro, no te preocupes, todos ellos son buenos chicos, tómatelo con seriedad y estarás bien; Querrás alcanzar cierto nivel de familiaridad con todos antes del inicio de las vacaciones de verano, buena suerte; etcétera.
El profesor era un hombre honesto en los mediados de sus treintas, con cabello suave y brillante. Su nombre era Kasai. Cerca de cinco minutos después de empezar a hablar, otro profesor con una postura jorobada llegó a la sala y susurró algo a su oído. Pareciendo como si su humor se hubiera apagado, me dijo que esperara ahí por un momento y dejó el salón de la facultad.
Una vez Kasai se fue, dejé el salón por mí mismo sin decir nada y entré en el baño. Para confirmar una vez más que mi marca de nacimiento se había ido. No podía evitar el sentir que en cualquier momento al mirarme de nuevo todo regresaría a la normalidad. Porque como mismo se había ido tan fácilmente, así de sencillamente podría simplemente regresar.
Por supuesto, era solo una preocupación infundada. Ciertamente, aún permanecía lejos de mi rostro. Me recliné a la pared como si me desplomara y continué mirando al espejo.
Habían pasado años desde que observé tan fijamente mi propio rostro.
«No es una mala cara», pensé, como si no fuera mía.
Y entonces, no pude dar un solo paso más allá de donde me encontraba. Supongo que sentí una compulsión de mantener tal vista al menos un segundo más para grabarla en mi mente. Si desviaba la mirada, «¿Regresaría la marca de nacimiento? ¿Si no me mantenía mirando para acostumbrarme al “yo sin marca de nacimiento”, entonces mi mente se daría cuenta de que mi cuerpo no encajaba con la percepción que tenía de mí mismo y la crearía de nuevo?». No podía sacar tales preocupaciones de mi mente.
Probablemente solo pasaron un par de minutos hasta que Kasai abrió la puerta del baño y llamó mi nombre, o tal vez fueron más de veinte. Con su «Oye, Fukamachi» finalmente regresé a mis sentidos.
—Entiendo que estés nervioso por tu primer día, pero no te me desaparezcas tan repentinamente.
Olvida el nerviosismo, no me interesaban ni un poco las personas que estoy a punto de conocer; pero no quería explicármelo a mí mismo. Me disculpé por desaparecer repentinamente, Y Kasai golpeó ligeramente mi hombro.
—No lo pienses mucho. Todo va a funcionar.
No recuerdo que fue lo que realmente dije en mi introducción al pararme frente a la clase. Creo que fue más o menos un montón de palabras juntas que escuché en alguna parte y repetí solo para salir del problema. Mi mente estaba llena de pensamientos acerca de mi marca de nacimiento desvanecida, por lo que no tenía la cabeza para el tema en ese momento. Juzgando por lo que vi en el rostro severo de Kasai, fue una introducción bastante franca. Sentí como que los estudiantes se traían algo entre manos.
Di la peor primera impresión. Con eso dicho, nunca tuve la intención de ser amigable en el salón de clases, por lo que no me importó ni un poco si eso causaba que todos me odiaran.
La ausencia de mi marca de nacimiento no parecía ser una mera ilusión. Generalmente, cuando las personas me veían por primera vez, se quedarían mirándola durante algunos segundos, o desviarían la mirada y tratarían de no volver a mirarme a los ojos. Pero ninguno de los estudiantes aquí presentes estaba teniendo tal reacción. Simplemente parecían pensar en mí como un chico con habilidades sociales pobres.
Tras mi introducción simplificada y un aplauso obligatorio, Kasai señalo un asiento vacío al final y me dijo que me sentara allí. Los escritorios estaban organizados de modo que siete de ellos se encontraban en las dos columnas al lado de las ventanas, pero las otras cinco en el centro solo contaban con seis. Así que mi asiento era uno de los dos restantes en la fila trasera.
Mientras caminaba hacia mi asiento, sentí miradas diferentes a las usuales. Ya fuera porque se sentían curiosos por el nuevo compañero de clases que aparecía tres meses después del inicio de la escuela, o humillaran con sus miradas al chico que no pudo presentarse apropiadamente, no podía saberlo con seguridad.
Después de haber recibido algunos mensajes Kasai fue reemplazado por el profesor del primer periodo, que empezó la clase sin retrasos. La profesora de inglés, una mujer con el cabello corto que se encontraba cerca de los treinta, pareció no prestar atención al rostro nuevo apareciendo repentinamente en su clase. No escuché mucho la lectura, mirando una libreta en blanco y pensando sobre mi marca de nacimiento.
Escuché cigarras negras en los árboles que rodeaban el parque de bicicletas. Los estudiantes tenían rostros uniformemente serios mientras escuchaban a la profesora. Si había algo que no pudieran entender, sus caras se tornarían en una expresión intranquila, y lucirían felices al comprender algo que antes no eran capaces de deducir. Una gran diferencia con el grupo en el que había estado en la secundaria.
La clase terminó en un pestañeo, y llegó el descanso. No tuve una multitud de estudiantes con una llameante curiosidad rodeándome para hacer preguntas. Algunos me lanzaron miradas indirectas ya que solo estaba allí sentado distraídamente, sin hablarle a nadie, pero eso fue todo. La mitad de las personas en el aula se habían agrupado y hablando entre ellos, y la otra mitad tenían abiertos libros y libretas. Quería acercarme a algún teléfono público, pero diez minutos no parecían ser suficientes para encontrar uno en una escuela que nunca había explorado antes. Me resigné a esperar hasta el almuerzo.
Con molestia en mis ojos debido a la luz del sol, miré por encima un asiento vacío al frente y a la derecha de mí. El dueño del puesto parecía no haber venido a clases, y no había nada dentro de la gaveta. En la parte de atrás del asiento, el número “1836” había sido escrito con marcador permanente. «¿Qué significaba aquel número?». Seguramente no era el número del asiento.
La campanada sonó anunciando el final del periodo de descanso, y los estudiantes dispersos regresaron apresurados a sus lugares. No mucho después comenzó el segundo periodo, ya fuera debido a mi falta de sueño la noche anterior o a los bizarros eventos de esa mañana, una somnolencia tan pesada como un paño mojado caía sobre mis ojos. El no querer estar cabeceando incluso el primer día, me hizo masajear mi frente y luchar contra ello, pero tristemente, mis párpados cerraron en minutos.
Sólo dormí por alrededor de veinte minutos, pero tuve un sueño extrañamente vívido. Un sueño en el que mi marca de nacimiento regresaba. Al lavar mi rostro en el baño, miré hacia el frente y lo descubrí.
—Ah, era obvio. Fue solo un sueño. —Mis hombros se desplomaron.
En el sueño, me sentí decepcionado, y, aun así, de cierta forma aliviado. Tal vez, tan odioso como podía llegar a ser un defecto, había cargado con él durante tanto tiempo que había llegado a cogerle cariño. O quizás me sentía aliviado de ser libre de las presiones al no poder pensar en más ninguna otra excusa, ahora que mi enorme discapacidad se había ido.
Un pinchazo en el brazo me despertó. Me tomó un tiempo darme cuenta de que no me encontraba ni en la sala del hospital ni en mi casa. Este era el salón de clases, por lo que quien me despertó no era un enfermero o alguno de mis padres.
Miré hacia mi derecha. La chica del puesto de al lado me había despertado, y me observaba como estuviera sorprendida por la imprudencia de alguien que se había quedado dormido tan temprano en su primer día de clases. Preguntándome durante cuánto tiempo había dormido, me levanté y miré en dirección al reloj de pared. El segundo periodo estaba a punto de terminarse. Tal vez me despertó para el momento de las presentaciones.
Incliné mi cabeza y le agradecí, pero ella ya había centrado su atención en la pizarra. Casi parecía que me estaba ignorando descaradamente. Tal vez trataba de decirme: «No necesito tus agradecimientos».
Quizás me había despertado no debido a su buena voluntad, sino porque el hecho de que el profesor me gritara por quedarme dormido podría causar un problema en el salón de clases y ella quería evitarlo.
Mis ojos se posaron sobre ella. Cabello negro lo suficientemente largo para alcanzar su pecho colgando tras sus bien formadas orejas, su ordenada estructura fácil y fino cuello resaltaban. Un rostro fino si se le daba un vistazo, pero impresionantemente bien proporcionado si se lo miraba de cerca. El uniforme de marinero de la Primera Preparatoria de Minagisa se sentía como que era justo para ella. Lucía casi cómicamente seria mirando a la pizarra, dándome la impresión de ser terca y no demasiado adaptable. Se sentaba en una impactante buena postura, como si se encontrara en medio de una ceremonia del té, y aun así era más baja al sentarse que otras chicas cercanas.
Para ponerlo de forma simple, una chica como ella no debería estar demasiado cerca de un rufián como yo. Dudé de poder enfrentarme cara a cara contra ella en absolutamente nada, incluso sosteniendo los palillos.
Las clases terminaron. Debido al sueño que tuve, me sentía intranquilo. Cuando me levanté de mi asiento para ir al baño y revisar mi marca de nacimiento de nuevo, la chica que me había despertado antes murmuró un: «Um…» en mi dirección.
Al principio, no noté que me estaba hablando. Si tuviera que enlistar a las personas que habían decidido hablarme por voluntad propia, estaría Hajikano, y luego aparecerían un montón de buenos para nada excluidos también por la sociedad. Jamás habría soñado que alguien que se veía como ella que era aceptada por sus compañeros de aula y profesores, se dirigiera a mí.
—¿Ya están bien tus heridas? —Me preguntó la chica de forma tan natural como si le hablara a un viejo amigo.
Al procesar su voz como mero sonido, repentinamente noté una palabra que estaba fuertemente conectada a mi persona, apresuradamente reproduje la oración en mi mente, y considerando la posibilidad de que estuviera dirigida a mí, tímidamente dirigí la mirada hacia quien me hablaba.
Hicimos contacto visual.
—¿Me estás hablando a mí? —pregunté.
—Sí. —La chica asintió profundamente—. ¿Soy una molestia?
—No, nada de eso, solo, um… —tartamudeé vagamente—. Es inesperado que una chica como tú me hable siendo este nuestro primer encuentro.
Después de tomarse algunos segundos para pensar acerca de lo que quería decir, ella sonrió de forma ligeramente dolorosa.
—¿No parece que me interesen los demás?
—No, no me refería a eso.
—¿Entonces qué querías decir?
—Es solo que… pensé que te desagradaba.
Con la misma expresión, la chica inclinó su cabeza hacia un costado.
—¿Por qué? No puedo decir si me agradan o desagradan personas con las que nunca he hablado.
—Entonces pronto me vas a odiar.
Se quedó en silencio por algunos segundos para reflexionar mi respuesta. Entonces repentinamente, sus ojos se agudizaron mientras sonreía. Aparentemente interpretándolo como una broma dicha con un rostro serio.
—Que pesimista —dijo—. ¿O no eres bueno agradándole a las personas?
—No lo sé. No he tenido ninguna experiencia en ello.
—¿Es eso así?
La chica sonrió elegantemente con un pequeño movimiento de sus labios. Al parecer, esto también había sido confundido con una broma.
—No estoy mintiendo. Realmente no tengo experiencia en el tema.
—Sí, sí, lo entiendo. —Ella asintió, ignorándolo por completo.
Aguantando la irritación, suspiré.
—Te preguntaré lo mismo, ¿eres buena agradando a los demás?
—No lo sé. No tengo ninguna experiencia en esa área. —dijo la chica del asiento cercano con satisfacción.
Por supuesto, no dudé que fuera mentira. De hecho, no me habría sorprendido su ella obtuviera montones de enamorados a primera vista cada vez que tomaba el tren o el autobús.
Me senté estupefacto y no respondí. Entonces la chica rebuscó algo en su bolso, tomó una pieza rectangular grande de papel, y la colocó sobre mi escritorio.
—¿Qué es esto? —pregunté.
—Un tanzaku. —Me dijo, sacudiendo el papel entre sus dedos—. Los tenían afuera en el pasillo. Tomé otro como repuesto, pero te daré este.
—Un tanzaku, ¿eh? Bueno, si es por el Calendario Gregoriano, el tanabata terminó hace una semana, y si fuera por el calendario lunar, ¿no es aún muy pronto?
—Desde la perspectiva de Orihime y Hikoboshi, una mera semana o un mes está dentro del margen de error.
—¿Es así como funciona?
—Sí, así es. Como compañeros sin experiencia en agradar a los demás, deseemos a Orihime que nos conceda el poder agradarle a alguien.
Después de mirar el tanzaku de un color azul pálido por un momento, se lo devolví a la chica.
—No lo necesito. Puedes usar el mío.
—Um, tampoco creo que Orihime y Hikoboshi fueran a conceder mi deseo —dijo, sosteniendo una pluma y mirando hacia algún espacio vacío—, pero es una buena oportunidad para pensar en lo que se quiere. Sin importar que tan felices sean, las personas que no conocen lo que quieren nunca lo obtendrán. Las plegarias existen para asegurarse de conocer que es lo que se desea.
—Mira, no es como si odiara las plegarias —respondí—. Para decirte la verdad, recientemente se me concedió un enorme deseo. Un sueño que había tenido durante mucho tiempo se volvió realidad hace apenas un par de horas. Siento como que seré castigado si deseo algo más.
—Mis… felicitaciones —dijo la chica, poniendo su pluma sobre la mesa para aplaudir tranquilamente—. Me siento muy envidiosa… ¿Fue tu deseo recuperarte de tus heridas? ¿O quizás fue ir a la preparatoria?
—Ninguno. Fue un deseo más personal.
—Ya veo. Entonces probablemente no debería intentar adivinar demasiado.
—Lo apreciaría.
—Bueno pues… —dijo señalando el tanzaku en mi mano—. A cambio, por favor pide un deseo para mí.
—¿Pedir qué? —pregunté.
—Libertad —respondió—. Por favor, desea mi libertad.
Ahora era mi turno de preguntarme sobre las implicaciones de tal palabra. Aunque su sonrisa gentil sugería que podría tomarlo como una broma, en algún sitio en el interior de su voz había un pequeño retazo de sinceridad.
—De acuerdo. —Eso fue todo lo que dije, luego tomé una pluma. Entonces pregunté—: Por cierto, ¿cuál es tu nombre?
—Chigusa. Chigusa Ogiue —respondió, con sus ojos aun puestos sobre el tanzaku—. Y tú eres Yosuke Fukamachi.
—Sí, lo sé.
Durante el otro descanso, tuvimos otra conversación trivial. De acuerdo con las cosas que Chigusa me contó, parecía improbable que me hubiera perdido alguna lección que no hubiera estudiado por mí mismo, afortunadamente.
Una vez que llegó la pausa del almuerzo, dejé de inmediato el salón de clases. Me refugié en el baño y revisé por tercera vez en el espejo que no hubiera cambios. Entonces me abrí paso entre la multitud de personas en los pasillos y escaleras, para bajar al primer piso a buscar un teléfono. Encontré lo que buscaba en una terrible localización: al lado de una máquina expendedora y frente a una oficina.
Fue ahí donde los problemas comenzaron. No tenía forma de contactar a aquella mujer por mí mismo. Esperaba que si solo me quedaba lo suficientemente cerca como para oír el sonido del teléfono ella me llamaría, pero ahora, el teléfono se hallaba mortalmente silencioso.
Me senté en el bebedero que había al cruzar el salón y limpié el sudor de mi frente. Justo frente a la ventana, un grupo de cigarras zumbaban como si de una competición se tratara. Los estudiantes llegaban uno tras otro hasta la máquina expendedora para comprar la comida que fuera que les gustara.
Quizás debido a que la zona estaba repleta de personas por todas partes, no podría llamarme. Pensando en ello, hasta ahora y sin excepciones, esa mujer solo me había llamado cuando me encontraba completamente solo. Probablemente no sería conveniente que alguien más escuchara nuestra conversación.
Después de esperar por alrededor de diez minutos, me sentí un poco hambriento. «Probablemente debería rendirme ya e ir por algo de comer», pensé. Sentí que podría esperar en ese lugar por siempre y aun así el teléfono nunca sonaría. Las veces anteriores en las que la mujer me llamó tenían un no sé qué que me hacía sentir completamente inquieto.
Arriba en el segundo piso, compré un poco de onigiri de shiso sobrante, entonces tuve una parada en el baño para revisar mi marca de nacimiento. ¿Cuántas veces habían sido hasta ahora?
Considerando como intencionalmente siempre había evitado mirarme al espejo antes de hoy, probablemente ya había completado todos los vistazos que me habría dado en dos años.
Dejé el baño y me dirigí al salón de clases en el cuarto piso. La mayoría de los estudiantes comían a la par que conversaban felizmente con sus compañeros, pero no pude encontrar a Chigusa en las inmediaciones. Tal vez se había ido a ver a sus amigos en otra clase.
Me senté, y el chico sentado frente a mí giró la parte superior de su cuerpo y colocó un codo sobre mi escritorio. Tenía un largo pelo oscuro, y una cara amigable. Me pregunté si era jugador de futbol, debido a sus piernas tonificadas.
—Tuviste unas extremadamente largas vacaciones de primavera, ¿verdad? —dijo, inclinándose hacia delante. Estábamos separados por menos de 30 centímetros—. Oye, parece que le has gustado a Ogiue. Bien, bien. ¡Hombre, siento tanta envidia!
Aunque me sorprendí por su familiaridad conmigo, respondí—: Sólo hemos intercambiado algunas palabras. No es necesariamente gustar.
El chico negó con la cabeza dramáticamente.
—Sólo dices eso porque no conoces a Chigusa Ogiue… ¿No tuviste algún tipo de sentimiento extraño al hablar con ella?
Al escuchar aquello, reflexioné sobre mis cortas conversaciones con Chigusa.
—Ahora que lo mencionas, sí que es un poco rara. Pareciera tener una tendencia a actuar de forma demasiado educada.
—Exactamente —dijo, levantando el dedo índice con una sonrisa desagradable—. Ella es la princesa suprema. No conozco los detalles, pero aparentemente su familia es muy rica.
Eso era fácil de imaginar. En comparación con un estudiante de preparatoria ordinario, se podía sentir la diferencia en la conducta de Chigusa, lo que indicaba una mejor crianza. Debe de haber respirado un aire distinto, comido cosas diferentes, y crecido con una filosofía diferente a la del resto de nosotros.
—No lo entiendo, sinceramente. —Me pregunté en voz alta—. ¿Por qué una niña rica asistiría a una escuela remota como esta?
—También pensamos que es raro. ¿Qué crees? ¿Tal vez está tratando de tener algunas experiencias humanas?
—Experimentar tales cosas bien podría ser una razón.
Aunque no sabía cuándo, Chigusa había regresado al salón de clases, y se paró detrás del chico.
—Oh, lo escuchaste —dijo el chico en un tono sorprendido, tratando de esconder su torpeza.
—Si vas a chismosear sobre alguien, hazlo donde esa persona no pueda escucharte, por favor.
El chico tomó la parte superior de su cabeza y se revolvió el cabello varias veces, luego se reclinó en su silla de forma desafiante.
—Debería preguntar directamente ahora que tengo la oportunidad. ¿Ogiue, por qué escogiste esta escuela?
—Para obtener algunas experiencias humanas. — Chigusa respondió con una expresión recatada.
—Parece que alguien es una quejicosa —bromeó con una sonrisa dolorida—. Libera un poco más de espacio en tu corazón. O nunca serás capaz de abrirte a nadie.
—Estoy a mitad de camino de abrirme a él —Chigusa me señaló—. Y estás en medio del camino.
—Pues mea culpa. —El chico se encogió de hombros.
Alguien en un grupo de cuatro o cinco estudiantes en la esquina del salón de clases lo llamó.
—¡Apresúrate, Naganohara!
El chico respondió diciendo—: Bueno, mantén la compañía de Ogiue.
Palmeó mi hombro, y se retiró con sus amigos.
Probablemente no era una mala persona. Tampoco parecía que tuviera algún rencor personal con ella.
—¿Te dijo alguna cosa extraña? —Me preguntó Chigusa.
—Quisiera decir que dijo: «es un honor estar en el mismo salón de clases que la chica más hermosa de la escuela».
—Seguramente no es de los que dan tales halagos —resopló—. Sólo diré esto para evitar cualquier malentendido: mi familia definitivamente no es rica. Ese rumor solo tuvo veracidad hace mucho tiempo. Lo digo porque ahora es una familia perfectamente promedia.
Mientras consideraba que tan amplia sería la brecha entre lo que ella llamaba una “familia promedia” y lo que yo pensaba que era, mordí mi onigiri y lo bajé con té. Chigusa sacó una lonchera de su bolso, y aunque parecía un poco vieja, también tenía una laca vistosa.
—¿Por qué no explicar eso a, uh…, Naganohara?
—En efecto, ¿por qué? —Ladeó la cabeza hacia un lado—. Quizás aún quiero que sigan malentendiendo las cosas. Quizás encuentro confortable el hecho de que piensen que soy rica, y mantengan la distancia… Por cierto, Fukamachi. ¿Te gustaría que almorzáramos juntos?
—No me molesta, pero…, um, ¿no será una molestia?
El rostro de Chigusa se endureció con una expresión como si le hubieran mentido, luego se cubrió la boca antes de echarse a reír como si hubiera encontrado algo profundamente divertido.
—Supongo que eso es lo que yo debería de preguntarte. Um, Fukamachi, ¿no será una molestia para ti?
—Claro que no. De hecho, me siento agradecido.
—¿Por almorzar con la chica más hermosa de la escuela?
—Sí.
—Aún a sabiendas de que es una broma, eso me pone feliz.
Chigusa se acercó a mi escritorio, colocó su silla a una distancia de aproximadamente 30 centímetros, y se sentó mientras sostenía su falda con una mano. La corbata con dos líneas blancas que llevaba puesta se sacudió ligeramente.
Escuché un «vamos a comer» tan silencioso como un susurro.
Después de la escuela me mostró el campus. No supe si lo hizo por su propia vocación, o si aquel ruidoso maestro le había pedido que lo hiciera. Pero al menos, ella no pareció sentirse disgustada.
—Si empiezan a dolerte las piernas, no dudes en decírmelo —dijo Chigusa.
—Creo que estaré bien. —Me detuve por un momento para revisar la situación de mis extremidades, y nada parecía doler o sentirse fuera de lugar.
Fuera de las ventanas abiertas del pasillo, escuché los gritos del club de atletismo, el sonido de bates de metal golpeando pelotas de béisbol, un trombón en medio de su práctica, y un caótico solo de guitarra que provenía desde el club de música ligera. Las preliminares interpreparatorias y el festival cultural se estaban acercando. Así que todo el mundo estaba lo suficientemente ocupado como para hacer que el calor sofocante del edificio se sintiera natural.
—Por cierto, Ogiue, ¿no tienes que estar en algún club?
—No te preocupes —respondió, poniendo una mano sobre su pecho y negando con la cabeza—. Mis registros dirán «Club de Arreglos Florales», pero en cuanto a nuestras actividades…; por lo general solo nos sentamos y conversamos todo el rato… Por cierto, Fukamachi, ¿ya has decidido a qué club quieres unirte?
—Creo que probablemente no me uniré a ninguno.
—Ciertamente, acabas de recuperarte de una herida.
—No, mis piernas están bien. Solo no puedo imaginarme haciendo nada como eso de forma correcta.
—Te lo estás sobrepensando.
—Puede ser. Pero mis malos presentimientos tienden a cumplirse.
Chigusa se detuvo y observó mi rostro. Abrió la boca brevemente, para luego cerrarla como si reconsiderara lo que estaba a punto de decir; después de tomarse algún tiempo para escoger sus palabras, dijo:
—¿Sabes, Fukamachi? … Para serte sincera, de cierto modo también soy una recién llegada. Tuve un ligero problema de salud que me retuvo de venir a la escuela hasta principios de mayo. De hecho, es bastante reciente el que pueda caminar por mí misma; hasta hace medio mes, estuve usando una silla de ruedas. Así que puedo comprender tu sentimiento de sentirte inútil. Se siente como si el mundo te hubiera dejado atrás.
Chigusa tomó una gran bocanada de aire, y luego sonrió para apoyarme.
—Pero te lo garantizo: vas a estar bien, Fukamachi. Estoy segura de que todo funcionará para ti. No tengo pruebas, pero ese es el presentimiento que tengo.
—Gracias. —Le dije—. Eso me hace sentir mejor.
Continuamos hablando. Pasamos por el lado de montones de personas en nuestra travesía alrededor de la escuela, pero nadie me dirigió una mirada de la forma en que solía ocurrir cuando mi marca de nacimiento aun cubría mi rostro. Tal vez las miradas de las personas simplemente ya no me molestaban porque me sentía bien conmigo mismo. Pero, de cualquier forma, era claramente gracias a que mi marca de nacimiento se había ido. Me sorprendió el cómo se había vuelto tan fácil el vivir en este mundo debido a un cambio menor en mi apariencia.
Después de caminar alrededor de todo el edificio, nos cambiamos los zapatos en la entrada y salimos. Tras ir a la parte trasera para mostrarme las localizaciones de los cuartos de los clubs y el segundo gimnasio, Chigusa palmeó mi hombro y señaló hacia alguien en medio del campo. Al observar encontré a Naganohara saludándonos, sostenía una botella apretujada en su otra mano. Justo como predije, parece pertenecer al club de futbol. Llevaba las ropas blancas de práctica llenas de tierra.
—Creo que está esperando por tu respuesta —susurró Chigusa a mi oído.
Le saludé de vuelta con algunas dudas, y Naganohara me hizo una seña con el pulgar mostrando una sonrisa satisfecha.
Inmediatamente después, le llegó una orden de su supervisor, así que se apresuró a unirse al resto de los miembros.
—No es una mala persona —expresó Chigusa—. Si ignoras sus cuchicheos.
—Eso parece. —Asentí.
Una vez que se hubo acabado el tour, ya eran pasadas las siete de la noche. Los alrededores se habían vuelto repentinamente silenciosos, los bichos nocturnos empezaron a chirriar, las luces nocturnas se encendieron en el campo, y el club de instrumentos de viento empezó a practicar como un grupo.
Caminando recto en dirección a la puerta de la escuela al su lado, le agradecí.
—Hoy me has ayudado un montón. Te lo agradezco.
—No, no. Yo estoy más feliz de interferir con un hombre que disfruta de tanto tiempo libre —dijo Chigusa inclinando la cabeza exageradamente—. Además, aunque yo no hubiera estado ahí, creo que alguien más habría tomado mi papel con gusto.
—No creo eso. Las únicas personas que me han dirigido la palabra fueron Naganohara y tú.
—Pero todos parecían como si quisieran hablar contigo.
—¿Conmigo? —Fui incapaz de ocultar la absoluta perplejidad en mi voz—. ¿Tienen algún problema conmigo?
—Eres realmente pesimista, Fukamachi. —Sonrió.
Caminamos en silencio por un camino que seguía el cauce del río. Cerca de la mitad de las luces de seguridad a los lados de la carretera estaban fundidas o parpadeaban, y los mosquitos y escarabajos volaban alrededor de los puntos más brillantes. Las ranas croaban sin cesar desde un arrozal cercano, y yo escuché el sonido de los frenos de un tren a la distancia. El olor del pescado asado a la parrilla proveniente de alguna casa flotaba en el aire.
Pensé profundamente en como nunca esperé, ni siquiera por un segundo, el regresar de la escuela acompañado por alguien en mi primer día.
Cuando llegó el momento de separarnos, Chigusa tomó una larga respiración.
—Erm… Fukamachi.
—¿Qué le acontece? —respondí con absurda cortesía, y sus ojos sonrieron un poco.
—Bueno… Si, si hay algo que te preocupe, no dudes en contármelo. Nos preocuparemos juntos por ello.
—Ah, ya veo. No estás diciendo que necesariamente lo vas a resolver.
—Sí. Eso es porque, en la práctica, las cosas que uno puede hacer por los demás son muy pocas.
—Absolutamente. —Me encontré de acuerdo con ella.
*
Tal vez, solo tal vez, podría tener una vida adecuada.
Empecé a pensar de ese modo mientras caminaba casualmente por las calles de camino a la estación. Ambos, Chigusa y Naganohara, parecían haber mostrado aprecio por mí, y ninguno de mis compañeros de clases me miró de mala manera. También, las clases parecían ser algo con lo que podría lidiar. No debería ser definitivo ya que era apenas el primer día, pero por ahora, no había nada por lo que tuviera que incomodarme.
No; si hubiese un motivo de preocupación sería, por supuesto, el regreso de mi marca de nacimiento.
Las palabras de Chigusa: “Vas a estar bien, Fukamachi”, me hicieron genuinamente feliz. Pero ella solo podía decir eso al no conocer mi verdadera apariencia. Sin conocer mi fealdad. Y no sabía durante cuánto tiempo podría mantener esta apariencia fugaz. Si llegaba el día acordado y no lograba obtener el corazón de Hajikano, mi rostro regresaría a la normalidad.
Si mi marca de nacimiento volviera mañana a su posición original, ¿qué es lo que diría Chigusa tras verla? ¿Sería ella aun capaz de garantizarme «vas a estar bien, Fukamachi»?
O tal vez era justo como decía, y yo estaba siendo demasiado pesimista, la presencia o ausencia de mi marca de nacimiento no tenía mucha significación a la larga. Entonces no era imposible que no tuviera tantos problemas como había pensado, y simplemente me había encontrado rodeado de malas circunstancias hasta ahora…
Llevando mis pensamientos a través de un camino circular, como era lo usual. Preguntarme qué pensaban de mí los demás no resolvería nada. Y aun así no podía dejar de pensar en ello.
Esperé por el sonido de un teléfono. Había tantas cosas que tenía que preguntarle a la mujer.
«¿Qué tan lejos debería de llevar las cosas con Hajikano para satisfacer la “condición de victoria” de esta apuesta? Más importante que eso, ¿se mostrará Hajikano frente a mí? ¿Cuándo? ¿Sería mejor que la buscara?».
Mis pies se detuvieron. Sólo pretendía tomar un pequeño desvío en mi camino a casa, pero había terminado perdido. Era una carretera sin iluminación, tan angosta que ni siquiera había máquinas expendedoras y la hierba había crecido tan alta que tapaba las aceras a cada lado . «Sabía dirección he escogido», pensé; por supuesto, no parecía que me hubiera desviado demasiado, así que seguí caminando, esperando encontrar una calle familiar tarde o temprano.
Tras deambular alrededor de cuarenta minutos, finalmente encontré un lugar conocido. Parecía que había dado una vuelta completa, y regresé a la preparatoria. Ya había pasado bastante tiempo tras el cierre de la escuela, así que, a excepción del salón de la facultad en el primer piso, todas las luces del campus estaban apagadas, sólo iluminaba el lugar el verde resplandor de las señales de salida.
Fue entonces cuando me di cuenta de que había un santuario contiguo a la escuela. Cuando doblé en la esquina intentando llegar al frente del edificio, un arco de color rojo brillante entró en mi visión. A ambos lados de la puerta había estatuas de Inari , y más allá donde escalones de piedra se dirigían hacia arriba, otro arco se alzaba en la cima.
Bien podría haber más de cien escalones en esas escaleras, no debería de haber tenido la vitalidad suficiente para subirlas. No sentía una curiosidad particular por los santuarios, y no esperé que se convirtiera en un atajo en mi camino a la estación del tren.
Aun así, como si estuviera siendo guiado, subí los escalones.
Recorrer esas escaleras prácticamente acabó con mis huesos. Ya había caminado durante incontables minutos, mi camisa estaba empapada en sudor. Los altos cedros crecían a ambos lados, y sus largas raíces levantaron algunos de los escalones de piedra. Después de alcanzar el octogésimo escalón, dejé de contar. Miré hacia abajo, coloqué mis manos sobre las rodillas, vacié mi cabeza, y sólo seguí caminando. Aparecieron señales de mis dañadas piernas empezando a doler, pero ya no podía regresar después de llegar tan lejos.
Tras superar el escalón final, llegué a un área plana más ancha que una piscina de 25 metros. Parecía ser un santuario, además tenía un parque; columpios, toboganes, y bancos que estaban colocados casi vergonzosamente en las esquinas. A juzgar por la hierba alta bajo los bancos, dudé que este lugar contara con muchos visitantes.
Al girarme, pude obtener una vista del área que rodeaba la Primera Preparatoria de Minagisa. Me senté en los escalones y dejé escapar un profundo suspiro, mirando a la escuela, casas, y supermercados. El viento frío que secaba mi sudoroso cuerpo se sentía bien.
Una vez que sentí que me había saciado de la vista, me levanté para caminar alrededor una vez más antes de regresar. Justo entonces, escuché un sonido tras de mí. Se sentía como metal oxidado frotándose contra algo; un sonido que me hizo sentir verdadero miedo.
Diciéndome a mí mismo que el viento había hecho crujir los columpios, tragué en seco y di un vistazo alrededor.
Cuando vi la fuente del extraño sonido, casi llegué a gritar.
Había alguien sentado en uno de los columpios.
Estaba muy oscuro para ver su rostro, pero por su altura y apariencia general, parecía ser una chica de más o menos mi edad. Usaba una camisa blanca y gastada y una falda corta, por lo que se podría llegar a pensar que solo salió de su cuarto a escondidas o algo por el estilo.
A una hora como esta, en un lugar como este, vestida de esa forma, la chica sentándose sola en un columpio brindaba ciertamente un extraño panorama.
Y no necesité preguntarme: «¿Qué está haciendo?».
Ella estaba recostada en el columpio, mirando hacia arriba. Y allí donde su vista se posaba, había una cuerda.
La cuerda colgando del poste estaba atada en forma de anillo, como una de las que se agarran los gimnastas. Pero el hecho de que solo hubiera una de ellas era algo extraño, y la abertura parecía demasiado amplia para ello.
Sí, se podría decir —y de un solo vistazo— que había sido la chica sentada en el columpio quien había atado aquella cuerda, y que estaba a punto de colocar su cabeza dentro de la abertura para ahorcarse. La cuerda no colgaba directamente debajo de uno de los columpios, sino del centro de la barra, y debajo había una pila de libros viejos que podrías pensar fueron comprados en algún basurero local. Actuando como un pedestal, la pila de libros se encontraba apenas un poco por debajo de la punta de la cuerda, así que después de poner su cabeza dentro, podía simplemente dar un paso y dejar que la gravedad hiciera el resto.
Ella estaba, justo en ese momento, a punto de hacerlo. Lentamente se levantó del columpio, se quitó las sandalias. Cuidadosamente se paró sobre la pila de libros, tomó la cuerda y la colocó alrededor de su cuello.
Un fuerte viento sopló, y los árboles crujieron.
Parecía que no había notado que había alguien más en el parque aparte de ella. Gradualmente me fui acercando a los columpios. Ya fuera para persuadirla, o para empujarla, o algo, quería estar en una posición en la que podría responder rápidamente si ella hiciera algo precipitado.
Como centré mis sentidos en intentar no hacer ningún ruido, los grillos se sentían mucho más alto. Escuchando su constante chirrido, mi sentido del tiempo y la distancia se volvió confuso. Si no era cuidadoso, podría caerme. Aunque tenía el presentimiento de que estaba a punto de marearme seriamente, seguí moviéndome poco a poco.
Justo cuando logré acercarme a una distancia relativamente segura, ella repentinamente notó una tenebrosa sombra y me observó directamente.
Más que «hacer algo precipitado», creo que su sorpresa la llevó a un error de juicio.
Mi evidencia fue que su cuerpo se movió inicialmente hacia atrás. Si ella hubiera estado intentando morir antes de que pudiera detenerla, se habría inclinado hacia el frente. Tal vez mi aparición la sobresaltó, y estaba tratando de sacar su cuello y bajarse del pedestal.
Pero debido a su apuro, la soga no se desprendió por completo. De hecho, debido a su pérdida de balance, se apretó alrededor de su cuello; y mientras tanto, sus pies quedaron suspendidos en el aire justo como lo había ella planeado. La pila de libros colapsó, y sus piernas se balancearon sin un soporte.
La cuerda emitió un sonido sordo al apretarse.
Por un momento, no me pude mover. Debido a que antes de pensar: «Tengo que salvarla», me encontré ahogado del terror y en cambio pensé en correr lo más lejos posible de ese lugar. Era la primera vez que me encontraba en una situación como esa, en que la vida de alguien pendía de un hilo.
De alguna forma sentía que, si extendía mi mano para salvarla, algo sombríamente negro alrededor de su muerte me contaminaría también. Por lo que ahí tuve una leve demora antes que los reflejos naturales de mi cuerpo tomaran control de mi razonamiento y me hicieran moverme.
Corrí apresuradamente y coloqué mi mano derecho bajo su muslo para sujetarla. Con la izquierda, busqué el cuello y agarré la soga. Pero su peso la había apretado, y no podía aflojarla fácilmente. La chica tosió con violencia.
Como manoseé a ciegas las inmediaciones del nudo, ella se agarró a mi brazo. Era tan fuerte, me debí haber preguntado donde su pequeño cuerpo guardaba tanta fuerza, y forcejeando para controlarla hizo que desatar la cuerda fuera mucho más difícil. Cuando apreté mi agarre con irritación, ella forcejeó desesperadamente en respuesta.
Segundos después de sentir que la fuerza de mi brazo derecho se desvanecía, la soga finalmente se aflojó. Mi agarre se volvió más débil debido a mi alivio, y mientras aun sostenía a la chica, caí hacia adelante.
Antes de saberlo, su rostro estaba muy cerca del mío. Gracias a la luz de la luna y el hecho de que mis ojos se acostumbraron a la oscuridad, pude percibirlo claramente.
Sin embargo, mis sentidos no pudieron aceptarlo.
Tal cosa no podría pasar, me dije a mi mismo, negando tercamente lo que mis funciones sensoriales me mostraban. Pero al mismo tiempo, pensé esto:
Entonces, finalmente ha llegado la hora.
Había dicho su nombre. Por primera vez en tres años.
—Hajikano.
La chica abrió los ojos. El sudor hizo que su cabello se pegara a su cuello y mejillas, y debido a su tos, su mirada estaba un poco nublada.
—… ¿Yosuke? —dijo Hajikano con una áspera voz.
Nuestra respiración era completamente irregular. Al principio, pensé que era la razón por la que no habíamos intercambiado más palabras. Pero incluso después de recuperar el aliento, yo no podía hablar. Mi garganta estaba seca como si me hubiera tragado un cubo de agua salada.
Pensé que estaría rebosante de cosas por decirle. Cuando me reuniera con Hajikano, había tantas cosas que deseaba contarle que no sabía por dónde empezar. Esas eran mis expectativas.
Pero la realidad fue exactamente lo opuesto. Ni un solo sonido salió de mi boca entreabierta.
No podía aceptar la realidad que después vi.
En el rostro de Hajikano, había una enorme marca de nacimiento.
—Muévete —dijo ella.
Al regresar a mis sentidos, saqué mi brazo de detrás de su espalda y me levanté como si retrocediera. Hajikano se puso de pie lentamente, puso sus manos en las rodillas para ayudar a enderezarse, y sacudió la tierra acumulada en sus ropas. Tosió un par de veces, y sin mencionar una sola palabra de agradecimiento por haberla salvado, pasó por mi lado en dirección a la entrada del parque.
No pude seguirla tras eso. Ni siquiera pude darme la vuelta hacia ella, me mantuve parado allí como un idiota, mirando el balanceo del columpio con un agudo sonido.
No sé durante cuánto tiempo me mantuve así.
Una vez que mi cabeza finalmente empezó a trabajar, ya había perdido de vista a Hajikano, y casi podía sentir como si pudiera descartar los eventos previos a manera de mal sueño.
Pero la cuerda colgando de la barra de los columpios y la pila ya dispersa de libros en el suelo no me lo permitirían. Insistían firmemente en el hecho de que alguien aquí había rogado a la muerte.
Las nubes bloquearon la luz lunar. Y el parque cayó en una fuerte oscuridad. El columpio finalmente se detuvo, pero la resonancia que causaba aquel metal oxidado permaneció eternamente.
Desde la distancia, escuché el sonido de un teléfono.
Mis pies se movieron antes de siquiera pensarlo. Con tal imprudencia que otra herida que tardaría catorce semanas en curarse no habría sido una sorpresa, casi me caí al bajar por los escalones de piedra. Los últimos diez peldaños los sorteé con un gran salto que me hizo llegar al suelo. Tratando de calmar mi respiración, me concentré en escuchar de dónde provenía el sonido del teléfono.
—«¿Qué estás haciendo?»
Una voz resonó en mi cabeza.
—«¿Cuál es tu máxima prioridad? ¿No deberías centrarte en ir tras Hajikano, en vez de preguntarle a esa mujer por más información? ¿Qué deberías estar haciendo realmente? No deberías contar con la tonta idea de que, si ella falló al intentar cometer suicidio, le tomará algún tiempo decidirse a hacerlo de nuevo. Hajikano escapó lejos de ti, y ahora podría estar colgándose en algún otro lugar. Y el mayor problema es, Hajikano no huyó de ti. Tú huiste de ella. Te volviste tan tímido, al verla tan cambiada. Decidiste que estaba más allá de lo que podrías hacer y te acobardaste. La prueba es, cuando Hajikano se alejó sin siquiera dirigirte una mirada; es correcto, te sentiste aliviado. Me alegro de que no me haya hablado, es lo que pensaste. Si no vas ahora tras ella, también vas a huir la próxima vez. Y la vez siguiente a esa, y la próxima, y la próxima vez. ¿Estás satisfecho con eso? ¿Realmente estás satisfecho con eso?».
Preguntaré de nuevo. «¿Cuál es tu máxima prioridad?».
Mis pies se detuvieron.
Escuché el sonido viniendo de una cabina telefónica en la esquina de la calle.
Si tuviera cualquier pregunta, como por qué podía escuchar la llamada a pesar de estar tan lejos y además desde dentro de una cabina telefónica, esos pensamientos inmediatamente volaron lejos y fueron sustituidos por la pequeña, distante imagen de Hajikano más allá de una pendiente iluminada. Si corría tan rápido como podía, tal vez sería capaz de alcanzarla. Pero al mismo tiempo me pregunté, «¿Qué haría una vez llegara a ella? ¿Qué le diría? ¿Cómo en el mundo tratas con una chica que estaba a punto de suicidarse apenas minutos antes?».
Mientras dudaba con mi mano puesta en la puerta de la cabina, la imagen de Hajikano se volvió más distante. Justo cuando me estaba rindiendo y diciéndome a mí mismo que ya se encontraba muy lejos para alcanzarla, noté una bicicleta abandona a un lado de la calle. Probablemente tiene candado, así que no tiene remedio; forcé ese pensamiento en mi mente.
«¡Ostia!».
La voz en mi cabeza entró en pánico.
«¿Por qué estás diciendo eso sin siquiera intentarlo? Mira, solo mírala, ¿ves un candado en alguna parte? Probablemente algún mocoso la robó, paseó un poco en ella, y la abandonó, no hay forma de que tenga un candado. ¿Y si así lo quieres, no puedes responder el teléfono, hablar con esa mujer, y después ir tras Hajikano? ¿Por qué no haces eso?».
«Admítelo. No quieres ir tras ella».
Hajikano se desvaneció en la oscuridad.
Entré en la cabina telefónica, y tomé el auricular débilmente.
—Entonces, ¿cómo te sientes acerca de tu marca de nacimiento desaparecida? —preguntó la mujer.
—Ya lo había olvidado. Han ocurrido eventos por mucho más impactantes.
—Ya veo —dijo con una risa significativa—. En cualquier caso, las condiciones han sido presentadas. Tu marca de nacimiento se ha ido, te has reunido con tu amor. Ahora, esperaré hasta el 31 de agosto.
Dejé escapar un suspiro precario.
—Oye, tengo una pregunta…
—¿Qué podría ser?
—El rostro de Hajikano —dije—. ¿Dónde obtuvo esa marca de nacimiento?
Escuché el sonido del teléfono siendo colgado en el otro lado.
Coloqué el auricular de vuelta en su sitio, me desplomé contra la pared y me dejé caer al suelo, mirando al techo.
Ni siquiera cinco segundos después, el teléfono volvió a sonar. Respondí la llamada.
—Se me había olvidado decirte una cosa crucial.
—No te preocupes, definitivamente no es solo una.
—Feliz cumpleaños número dieciséis.
Tras decir eso, la mujer colgó.
—Gracias por eso. —Le dije al auricular ya desconectado.
Dejé la cabina telefónica y revisé mi bolsillo en busca de un paquete de cigarros. Coloqué uno en mi boca, lo encendí. El filtro se pegó a mis labios secos, pelando la piel y dejando correr la sangre, dejando una mancha como de lápiz labial en el papel blanco.
Esto se ha vuelto realmente problemático, pensé como si solo fuera un observador, mientras tomaba la primera bocanada.
Y así comenzó mi verano número dieciséis.