La bruja y la calabaza de los cuentos

Una hermosa historia corta traída por el staff cubano.
Espero lo disfruten.

Traductor: Aoisorabluesky
Editor: Fixer-san
Corrector: Absolute


Había una vez, en una tierra muy, muy lejana, un joven muy hábil para contar cuentos.
Viajaba de aldea en aldea, pueblo a pueblo, rasgueando su lira y contando cuento tras cuento. Se dejaba oír a cambio de unas monedas para obtener una comida y un lugar donde dormir, y volvería a hacerlo al día siguiente.
Un día, mientras cantaba sus canciones en el bar de la aldea —como siempre hacía—, un sospechoso mensajero vino buscándolo.
Con un manto negro que cubriéndole todo el cuerpo y la cabeza bien cubierta con una capucha demasiado baja —que parecía contener debajo un par de cuernos—, tenía el rostro tapado por la oscuridad, por lo que no podía vérsele.
—Mi señora ha escuchado de su reputación, y ahora está deseosa de un cuento. Mi ama no puede salir de su mansión. Venga conmigo.
—Si desea escuchar mis cuentos, entonces es una apreciada clienta. Muy bien, vayamos entonces.
Los aldeanos intentaron detenerle, pero el joven calmadamente siguió al mensajero.
El lugar al que le condujeron era una vieja mansión que estaba en las profundidades del bosque. La señora de la que el mensajero habló resultó ser una vieja bruja.
Era extremadamente bella y sabia, pero solo hacía cosas malas, por eso dios terminó hartándose de ella y la selló dentro de su mansión.
Al pasar por la sala, el joven se sorprendió al ver a la bruja. La razón de ello es que la parte inferior de su cuerpo había sido petrificada.
Atorada en un asiento digno de una reina, la bruja era incapaz de levantarse.
—Me alegra que hayas venido. Como puedes ver, me aburro mucho en este lugar. Aunque quisiera jugar un poco, ya que no puedo ni dar un paso…, así que no se preocupe. Ahora pues, ¿qué tal si me dejas escuchar un cuento?
Incluso medio hecha de piedra, la bruja era hermosa, y el joven la encontró adorable. Ella sonrió mientras le gesticulaba.
Tomando en mano su lira, el hombre se sentó a sus pies.
—Milady, le agradezco su invitación. ¿Qué tipo de cuento desea escuchar hoy? ¿Una alegre y brillante comedia? ¿Una dulce y encantadora historia de amor? ¿O quizá un galante cuento de aventuras?
—Ya conozco todas las historias del mundo. Te hice venir porque escuché que inventabas historias nuevas. Quiero que me cuentes una que nunca haya escuchado.
—En ese caso, gustosamente lo haré.
El joven con entusiasmo miró por la habitación. Y usando cualquier cosa que llamara su atención como ingredientes, armó un cuento en apenas un momento.
En el agujero de ratón había un pasadizo secreto, y un fantasma de la antigüedad estaba en la silla vacía. El sospechoso mensajero se convirtió en el más valiente de los caballeros.
El cuento que inventó el joven era demasiado incompleto y poco refinado, infantil incluso, pero, curiosamente, relucía y tenía el poder de atraer y mantener en vela a aquellos que le escucharan.
Incluso la bruja que conocía todas las historias del mundo se encontró a sí misma fascinada.
Por otro parte —para el joven—, la bruja era una oyente sin igual. Ella no se burlaría en medio del cuento, ni mezquinamente exclamaría «apúrate» o «eso es una estupidez». Simplemente escuchaba con ojos centelleantes, riéndose en las escenas felices y dejando sus ojos nublarse ante las escenas tristes.
Ambos —recitando y escuchando, como en un trance— tuvieron un tiempo bastante encantador.
La bruja, satisfecha, preparó un festín para el joven y lo dejó quedarse en una habitación digna de un rey. Aunque la bruja no pudiera moverse, había muchos sirvientes en la mansión que podían atenderle.
Al día siguiente, y el día después de ese, la bruja escuchó los cuentos del joven. Sus largos años de aburrimiento se esfumaron por completo, sintiéndose como en sus días de antaño. Y, una vez pensó esto, sus malos hábitos salieron a la luz.
Ella quería monopolizar los maravillosos cuentos del joven.
—¿Qué te parece si te quedas aquí para siempre, haciendo cuentos solo para mí?
Mientras decía eso, le mostró una cazuela al joven.
—A partir de ahora, todas tus historias me pertenecen. Serán estibadas en esta calabaza mágica. Cuando un día envejezcas y mueras, tu alma estará encerrada aquí junto con tus cuentos. Y entonces, por siempre jamás, podré escuchar tus historias cuantas veces quiera. Si dices que sí, a cambio, prometo que nunca tendrás una memoria dolorosa. Nunca tendrás que tocar a la puerta de los bares con la barriga vacía, ni temblar, estando a la merced de la lluvia para pasar las noches.
El joven se mostró sorprendido, pero asintió sin pensarlo mucho.
—Muy bien. Desde este momento, me quedaré aquí para siempre inventando cuentos solo para milady.
Porque, además de inventar y contar cuentos, el joven no era bueno en nada más.
No podía contar el dinero que mendigaba, ni siquiera podía guardarlo en su bolso y usarlo con moderación.
Aunque se topaba con terribles borrachos, o si escuchaba quejas sobre sus cuentos, o si lo golpeaban por ello, no podía hacer nada al respecto.
Así que, para el joven, a pesar de ser feliz cuando los tiempos eran buenos, había muchas veces que se lamentaba ante su horrorosa desgracia.
No volvería a sentirse así. Y en el mundo no había alguien que valiera tanto contarle los cuentos como la bruja.
—Bien. Entonces, es una promesa. No le contarás tus cuentos a nadie más que a mí. Y yo nunca dejaré que sufras.
La bruja sonrió y quitó el corcho de la calabaza.

Desde entonces, el joven pasó muchos largos años en la mansión de la bruja.
La bruja le habló de muchas cosas. Sobre los mundos lejanos y la gente del pasado. La mansión contaba con una biblioteca, y el joven podían leer los libros que quisiera.
Y, poco a poco, el joven se fue haciendo más listo, y los cuentos que creaba se hacían más profundos y extensos.
Indiferentemente de lo que contara el joven, la bruja nunca le diría que no era bueno ni aburrido. Disfrutaban su tiempo juntos e incluso, cada vez que un cuento terminara, hablarían y discutirían juntos cada pedazo de la historia.
Por eso mismo, las historias del joven se volvieron cada vez más abundantes, y su tiempo juntos rebosaba de felicidad.

Un día, cuando el joven se había convertido en un hombre hecho y derecho, dijo de repente—: Milady. Si uno de nosotros rompiera la promesa, ¿qué pasaría?
—¿A qué viene eso? ¿Acaso piensas salir para que muchos escuchen tus historias? —La bruja se enojó. El hombre sonrió, meneando la cabeza—. Desde el principio, nunca hice mis historias para ser popular o famoso. Como en este mundo no existe mejor oyente que milady, jamás he pensado en dejar que otro escuche mis cuentos.
—¿Entonces por qué preguntas algo así? —La bruja miró fijamente al hombre, cuestionándolo con ansiedad—. ¿Será que tu vida aquí es dura? Si quieres ir al exterior, puedes hacerlo. Si no dejas que otro escuche tus historias y prometes regresar, sea un mes o un año, sal todo lo que quieras. Estaré aquí esperando, sin importar cuánto tardes.
—No. No sufro. Pero, a ver, si está bien que salga, ¿debería buscar un presente de su agrado? —El hombre rio sin esperar una respuesta, y al final, sin salir a ninguna parte, siguió pasando su tiempo a lado de la bruja.
La calabaza mágica continuó llenándose de historias. Los cuentos que contaba el hombre eran fuertes y vibrantes, todos y cada uno de ellos siendo como un ardiente fuego.
A veces, la bruja se vociferaría contando la primera historia que él una vez le había narrado, y el rostro del otrora joven ser enrojecería de la vergüenza, pero, sin negarse, se quedaría junto a la bruja, prestando alegremente su oído para el cuento.

Antes que nadie lo notara, el hombre se había convertido en un anciano.
La voz con la que solía contar sus historias se había rasgado y el fuego ardiente de sus cuentos se había apagado, remplazándolo con un quieto océano. Lo que alguna vez le tomó dos o tres días en contar ahora tardaría más de diez días, o veinte incluso.
Pero, aun así, sin cambio alguno, la bruja escucharía atenta y disfrutaría de los cuentos del anciano.
Cuando el anciano quedó postrado en cama, la bruja hizo preparar una cama al lado de su asiento.
—El día en que tu alma entre aquí no debe estar muy lejos —dijo la bruja sonando un poco solitaria mientras acariciaba la calabaza mágica. Sabía que este momento llegaría, que, cuando el anciano muriese, sus cuentos nunca pertenecerían a otro.
Y, sin embargo, la bruja no se sentía feliz en lo más mínimo.
Aunque tuviera su alma en sus manos, sería diferente a tenerlo vivo frente a ella. La calabaza mágica con su alma ciertamente le contaría todos sus cuentos por el resto de la eternidad, pero nunca nacería una nueva historia.
Mientras la bruja se sentía enfurruñada, el anciano acostado en la cama se pronunció—: Milady. Quizá nunca podrá obtener mi alma.
—¿Qué pasa? ¿Será que piensas vivir otros cien años?
Viendo la llama de la vida del anciano a punto de extinguirse, la bruja bromeó intencionalmente. Ante esa bruja, los ojos del anciano mostraron lástima mientras sonreía afligidamente—. No. Es porque rompió nuestra promesa.
—… ¿Perdón?
—Tú misma lo dijiste: que nunca dejaría que tuviese un recuerdo doloroso. Y es cierto que cada día que pasé hasta ahora estaba lleno de felicidad, pero eso ya no puede continuar. Milady, lo diré ahora. Me duele.
Las lágrimas corrían desde los ojos del anciano, cayendo por su rostro hasta manchar la almohada.
En las manos de la bruja, la calabaza mágica comenzó a sacudirse.
—El hecho de que tenga que separarme de ti es más doloroso que morir. Ya no podré seguir contándote mis cuentos. No podré ver tu tristeza o alegría ante cada una de mis palabras. Eso es algo amargo, doloroso…, ¡tanto que siento como si mi alma fuera a destrozarse!
En el momento en el que el anciano dijo sus palabras, la calabaza mágica flotó en el aire, brilló intensamente y se hizo añicos.
Todas las historias almacenadas durante décadas se montaron en el viento y volaron muy lejos. Esos centelleantes y brillantes cuentos como el germinar de nuevas hojas, y esas historias con fuego ardiente, y esas tranquilas como el océano.
Los fragmentos de la destrozada calabaza mágica se esparcieron por su frío regazo de piedra. La bruja miró hacia abajo, todavía estupefacta.
Eventualmente, y silenciosamente, comenzaron a caer lágrimas.
Durante los siglos que había vivido, eran las primeras lagrimas cálidas que derramaba.
La bruja elevó voz para llorar. Lloró a gritos. Lloró, lloró y lloró… Para cuando se dio cuenta, sus piernas también estaban pataleando.
Tambaleándose al levantarse, la bruja se aferró al anciano, pero sus párpados y labios estaban cerrados e inmóviles. La voz con la que le narraría sus historias y la forma en que la llamaba «milady», nunca más las volvería a escuchar.

Las historias que salieron de la calabaza mágica se regaron junto al viento hasta donde pudieran llegar.
Las brillantes y divertidas comedias, las dulces y encantadoras historias de amor, y las historias de valientes aventuras. Se rompieron en innumerables fragmentos y gentilmente danzaron en los corazones de las personas, mostrándoles sueños de esplendor.
Entre esta gente había los que contaban cuentos. Los cuentacuentos ladeaban la cabeza preguntándose porque recordaban tales historias mientras las cantaban como canciones y las guardaban en sus libros… y la imagen de una bruja solitaria surgió dentro sus mentes.

La bruja liberada se había vuelto a aburrir.
Ahora que podía ir donde quisiera, no quería salir a ningún lado, pasando días de inactividad encerrada en su mansión.
Se sentaba a veces junto a la tumba que hizo en el patio, a menudo con la mirada en blanco desde el amanecer hasta el anochecer.
Nada de lo que hacía era divertido. En el pasado, salía a las aldeas aledañas para hacer algunas travesuras. Haría que las calabazas en el campo cantaran en las noches, o conectaría las puntas de las herraduras de algún herrero, o seduciría a los jóvenes de la aldea antes de súbitamente transformarse en una vieja decrepita.
Pero ahora, incluso cuando pensaba en dichas travesuras, no le hacían siquiera sonreír.
Aquel día, la bruja estaba otra vez junto a la tumba, con su mente perdida entre las nubes.
Aún recordaba los cuentos que él le contaba —y podía murmurarlos para sí misma—, pero ya no eran más que historias aburridas que perdieron su poder.
—Jaa. —Cuando suspiró, escuchó unas voces ruidosas en dirección a la mansión.
¿Qué podría ser?, la bruja frunció el ceño poniéndose de pie. Hoy no esperaba ningún visitante y, en primer lugar, cuando una multitud se reunía alrededor de la mansión de una bruja, nunca era para algo bueno. A veces, los humanos recordaban que la bruja estaba allí y venían en son de apalearla.
Preparándose para lanzarles una bomba de estornudos, la bruja dio la vuelta para dirigirse al frente de la mansión. Y, pestañeando repetidamente, se quedó pasmada en su lugar.
Había variedad de personas reunidas.
Jóvenes y adultos, hombres y mujeres. Desde los aldeanos de pelo negro de las cercanías hasta personas con pelo rubio y ojos azules del otro lado del mar.
Mientras la bruja miraba, uno de los jóvenes advirtió su presencia y sonrió.
—Ah, ¡milady! ¡Encantado de conocerte!
Los del alrededor se giraron. «Conque era verdad» «ya no es de piedra», empezaron a hablar entre ellos mientras se reunían alrededor de la bruja en manadas. Más que asustados, parecían extremadamente deleitados.
Esta fue la primera vez que algo así pasaba, y con sus ojos bien abiertos, la bruja miró a los humanos que la rodeaban.
—¿Qué intentan hacer aquí? Saben que esta es la mansión de una bruja, ¿no?
—Sí, milady. Me disculpo por irrumpir tan bruscamente. Todos hemos recibidos historias de la calabaza mágica.
Mientras el joven respondía con una sonrisa, una cantante se adelantó, con un rasgueo de su lira. Era el sonido del comienzo de una historia que alguna vez estuvo guardada en la calabaza.
—Cuando el cuento cayó del cielo, me quedé asombrada, pero mientras cantaba, empecé a saber sobre usted. Por eso estoy aquí.
A continuación, un erudito se puso a su lado, sosteniendo triunfalmente un libro. El titulo escrito con letras decorativas deslumbrantes era uno que la bruja había pensado alguna vez junto a su recitador.
—La continuación de la historia, he venido para que escuche una nueva historia.
La bruja no supo responder. Lloró y lloró, y otra vez, las lágrimas no dejaban de salir.
Todos rodearon gentilmente a la bruja y con una sonrisa la invitaron: «¿Quién debería contar un cuento primero?» «¿Yo?» «¿O yo?».

La bruja no volvió a intentar hacer una calabaza mágica.
En lugar de eso, cada vez que alguien viniese de alguna parte del mundo, ella abriría el camino del bosque y dejaba sus puertas abiertas.
Y así, desde entonces, la bruja estuvo rodeada de muchos cuentos vivientes, pasando sus días felizmente.

Notas:
0– NC: No estoy seguro, pero me parece que se está refiriendo a que ella les traería enfermedad (v.g. un resfrío) o algo por el estilo.


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